España - Cataluña

Carisma intermitente

Jorge Binaghi
viernes, 8 de agosto de 2014
Peralada, domingo, 3 de agosto de 2014. Auditori del Parc del Castell. Concierto lírico. Jonas Kaufmann, tenor. Orquesta de Cadaqués. Director: Jochen Rieder. Arias y fragmentos sinfónicos de Massenet, Verdi y Wagner. Bises de Puccini, Cilea y Lehar. Aforo completo
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Sin duda “el mejor y más completo tenor de su generación” (el panegírico empieza antes y sigue así en las dos páginas que el programa de mano dedica al cantante) es carismático y siempre interesante aunque se le puedan objetar a veces ‘peculiaridades’ de emisión y estilo, y en este caso el carisma haya aparecido de forma discontinua o dosificado en diversos grados.

Llenó el auditorio (President de la Generalitat incluído) aunque el entusiasmo fue gradual y sólo se desató en algún momento aislado y sobre todo en los bises.

El primer problema fue la confección del programa, que dio más protagonismo a la orquesta (que es discreta aunque hubo algunos fallos notorios) y, ¡ay!, a su director, que es de lo más aburrido que uno pueda oír y ver (su mano derecha sólo describe círculos de diversa extensión con la batuta). Hizo parecer eternas las oberturas de El buque fantasma y hasta la de La forza del destino pareció escrita por trozos y sin ningún vuelo lírico y, peor, sin intensidad y crescendo dramático. Lo más exótico fue una versión del aria de Micaela de Carmen para orquesta de esas que uno no creía ya posible escuchar en un programa actual anunciada, para colmo, como ‘preludio del acto tercero’ (no parece que sean lo mismo, hasta nuevo aviso).

Por otra parte, es normal que si hay un fragmento sinfónico y un aria de la misma obra vayan juntos; pues aquí empezamos la primera parte con una deslavazada obertura de Le Cid de Massenet (especialmente carente en el momento más típico del autor, o sea, la parte más lírica) y la terminamos con la célebre plegaria de la misma obra (justo atrás de la versión de Carmen antes aludida). Hubo también que escuchar el preludio del acto tercero de Los maestros cantores y Parsifal, que sonaron exactamente iguales y más como si provinieran de la última fatiga wagneriana. Pasaremos por alto un fragmento del ballet escrito para las representaciones parisinas de Il Trovatore.

Ya hablando de la prestación de Kaufmann, que apareció muy serio hasta los bises, empezó bien con una versión de la poco ‘espectacular’, pero tan bella, aria del protagonista de Don Carlo (versión italiana): la orquesta impidió que se oyeran la primera y la última frase del recitativo, pero el magisterio de Kaufmann fue evidente. Como también que en las escenas de tesitura central no recurre a sus tan famosas y especiales medias voces. Por supuesto, un tenor que matice con pianísimos tiene toda mi simpatía y apoyo, aunque a veces aparezcan en lugares insólitos y en otros más evidentes no. Buena prueba fue el aria de Il Trovatore donde las exquisiteces fueron para el recitativo y, sorprendentemente, el aria, aunque bien cantada no fue el despliegue que uno esperaría de legato e, incluso, de los trinos que fueron esbozados sin materializarse.

La gran aria de Alvaro de La forza del destino tuvo asimismo un recitativo ejemplar, un ataque magistral del aria en piano, pero acudir al mismo recurso para rematarla no parece lo que más cuadra al personaje ni a la situación. Es en esos momentos cuando entran las sospechas de que se trata más bien de un modo de resolver pasajes innegociables de otra forma, sobre todo cuando las medias voces suenan blanquecinas, destimbradas o faltas de apoyo. El mayor éxito individual, ya en los bises, el célebre ‘Lamento de Federico’ de L’Arlesiana, se caracterizó por una primera parte encarada del mismo modo para decidirse por el canto franco en la segunda.

En resumen, de todo lo italiano lo mejor fue ‘Donna non vidi mai’ de la Manon Lescaut pucciniana, que ha encarado hace poco por primera vez de modo admirable en Londres y repetirá pronto en Múnich. Su pronunciación fue clara y único error reiterado fue la ‘r’ que sonó siempre ‘rr’ en contextos que requerían más suavidad.

Único ejemplo del canto francés, ‘O souverain!’ de Le Cid estuvo muy bien cantado y articulado aunque sin llegar al nivel de emoción de su Werther o Don José (y aquí las medias voces disminuyeron).

Sus Wagner en cambio resultaron imponentes tanto el monólogo de Siegmund en La valquiria (con los famosos ‘Wälse!’ cantados en gran estilo) como, aún más, la escena de Parsifal, ‘Amfortas! Die Wunde!’ en la que se destacó un estremecedor ‘Erlöse, rette mich…!’. Aunque yo prefiero al Kaufmann liederista en concierto, es difícil que se abra camino su idea de cantar los lieder de Wessendonck: no son para voz masculina y, en cualquier caso, la tesitura le resulta la mayor parte del tiempo baja e incómoda lo que afecta a la interpretación.

Al final interpretó dos fragmentos célebres de operetas de Lehar (seguramente en su próximo disco), de Paganini y de El país de las sonrisas (el tan esperado ‘Dein ist mein ganzes Herz’). No hace falta llegar a comparaciones incómodas con el pasado más lejano o más reciente, o incluso el presente mismo; su timbre oscuro no es el ideal para el género, su interpretación no fue lo bastante suelta en la primera ni apasionada en la segunda y cantó más bien diciendo salvo las notas finales de cada fragmento.

Todos los bises fueron saludados con ardor por el público, finalmente entregado, que prolongó el ya largo concierto por casi media hora más.

Al terminar mis reseñas de este año quisiera recordar que no pude asistir ni al concierto de Xavier Sabata con arias barrocas para contratenor ni al homenaje a Strauss por Ángeles Blancas (ambos en la magnífica Esglèsia del Carme), y, entre las tantas otras manifestaciones, me quedé con los deseos de ver a Tamara Rojo al frente del English National Ballet y a Anouk Aimée y Gérard Depardieu, pero todo no se puede abarcar. Lo menciono porque cualesquiera sean las reflexiones sobre los espectáculos en concreto -que reflejan lo más honestamente posible lo que este particular cronista piensa- conviene insistir en la importancia que reviste este Festival básicamente sostenido de forma privado con la dirección de Oriol Aguilá: sin él no habríamos tenido, por ejemplo (pero es sólo un ejemplo), la presencia de tres de los tenores más apreciados y difíciles de escuchar en el mismo lugar en menos de un mes.

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