España - Cantabria
Festival de SantanderSin despeinarse
José del Rincón
El penúltimo concierto de la presente edición del Festival Internacional de Santander comenzó con el Concierto para violonchelo y orquesta en si menor, op. 104 de Dvořák, una de las cumbres de la música romántica para instrumento solista y orquesta. Al igual que sucede con otra cumbre de literatura solística como es el Concierto para violín de Mendelssohn, el que solemos denominar como “el” concierto no es el único que compusieron sus autores, sino el segundo, aunque, en el caso de Mendelssohn, el primero se trata de una obra muy de juventud y en el Dvořák, una obra inusualmente larga que su autor dejó sin orquestar.
Sin duda, Truls Mørk es uno de los mejores violonchelistas del momento. Es un músico de pies a cabeza, y matiza y frasea con una exquisitez y un buen gusto subyugantes. Desde el punto de vista técnico, las dio todas con una agilidad, una precisión y una limpieza verdaderamente encomiables; destaca tanto por su manejo del arco como por la destreza con la mano izquierda, felizmente recuperada después de la parálisis que sufrió en 2009 con motivo de una encefalitis. Dicho de otro modo, Truls Mørk venció las muchas dificultades técnicas que contiene el Concierto de Dvořák sin despeinarse. (Discúlpennos los lectores de esta crítica por lo absurdo de esta expresión, porque es notorio que Mørk tiene poco pelo en la cabeza, y la reciente moda de la depilación masculina hace cada vez más difícil que a uno se le pueda despeinar el pelo de otras partes del cuerpo.) Así pues, podríamos decir que el talento musical de Truls Mørk es inversamente proporcional a la cantidad de pelo que tiene en la cabeza.
Por lo que pudimos apreciar el sábado en la Sala Argenta, tuvimos la tentación de afirmar lo contrario acerca de Vladimir Jurowski: que, técnica aparte, su musicalidad sea inversamente proporcional a la cantidad de pelo que tiene en la cabeza. Pero no vamos a caer en la trampa de hacer una afirmación tan maximalista: vamos a suponer que simplemente tuvo un mal día o que quien tuvo un error de apreciación fue quien firma esta crítica. Es imposible que el director titular de la Orquesta Filarmónica de Londres sea siempre un músico tan romo como el que acompañó a Truls Mørk en el Concierto de Dvořák y como el que consiguió que me resultara aburrida una obra maestra absoluta como es la Patética de Chaicovsqui.
Aparentemente hubo entendimiento entre violonchelista y orquesta: Jurowski acompañó a Truls Mørk sin errores de bulto en las entradas, como el buen concertador que es. Sin embargo, cada vez que daba con un tutti la réplica a cada sutil solo de Mørk, parecía como si deshiciera en parte lo que acababa de edificar el noruego. Además, Jurowski 'tapó' al violonchelo en algunos pasajes, incluídos aquellos en los que la orquestación es liviana, como, por ejemplo, los comprendidos entre el compás 157 y el 161, y entre el 285 y el 294, en los que sólo acompañan al solista el viento madera (importantísimo en toda la obra), las violas y los propios violonchelos de la orquesta. Este primer movimiento, con forma de sonata bitemática, posee una claridad estructural casi mozartiana y conserva de los conciertos para piano del compositor salzburgués la doble exposición (orquestal y solística) que fue heredada de los conciertos para teclado y orquesta de J. C. Bach.
A diferencia de directores como Celibidache o el Giulini más maduro, Jurowski no es un director que elija tempi lentos; su flexibilidad con el tempo tampoco parece tener mucho que ver con la que hizo inconfundible a Furtwängler; sin embargo, añadió doce minutos al tiempo previsto en el programa de mano y creemos que fue por su tendencia a acelerar el tempo en los forte y de remansarlo en los pasajes en piano o pianissimo; esa tendencia la han tenido, sin ir más lejos, directores tan diferentes entre sí como Odón Alonso o Simon Rattle.
Jurowski dirigió bien cuando la música debe sonar fuerte y deprisa y lo hizo menos bien en los pasajes más cantábiles. Supo pisar fuerte el acelerador cuando lo pedía la partitura, pero le faltó sutileza en los momentos más delicados. Buena prueba de ello es que el mejor momento de la Patética fue, con diferencia, el trepidante final del tercer movimiento, que exige que la orquesta toque fuerte y deprisa durante un tiempo considerable.
Por un momento llegué a creer que la la Orquesta Filarmónica de Londres ya no es la que era hace años, pero algunos detalles me hicieron conjeturar que tal vez siga siendo una de las mejores, aunque en manos de Jurowski sonó en Santander como si fuera una de tantas y tantas buenas orquestas que, cada vez en mayor número, hay por esos mundos.
Aunque pueda parecer contradictorio con lo expuesto hasta aquí, quiero expresar todo mi apoyo a la nueva dirección del Festival Internacional de Santander, que ha programado este concierto con buen criterio y nos ha permitido disfrutar en la Sala Argenta de un violonchelista extraordinario y de una espléndida orquesta. A Jurowski espero volver a escucharlo en otra ocasión, a ver si él o yo andamos más finos.
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