España - Galicia
Prueba superada
Hugo Alvarez Domínguez
La Temporada Lírica coruñesa prosiguió con una gala centrada en la figura de Richard Strauss -en el 150º aniversario de su nacimiento-, a través de fragmentos de su producción operística, con la figura de la mujer como hilo conductor de la gala. Se dedicó además la gala a la memoria de la soprano coruñesa María Luisa Nache, hoy por hoy un nombre vergonzosamente casi olvidado en la ciudad, a pesar de haber desarrollado una importante carrera en los principales teatros internacionales en los años 50 y 60, codeándose con figuras de la talla de Franco Corelli o la mismísima Maria Callas. Si bien resulta un poco extraño dedicar una Gala Strauss a la figura de la Nache -más centrada en otros repertorios- creo que cualquier excusa es buena para reivindicar como se merece una figura que, insisto, hoy está prácticamente olvidada por todos los coruñeses -incluso por los coruñeses más melómanos-.
Hay que destacar que esta gala constituyó un vehículo para toda una serie de primicias en Galicia. A pesar de que los grandes títulos operísticos de Richard Strauss ya forman parte del repertorio de cualquier teatro, hoy en día permanecen casi inéditos en nuestra Comunidad -la única representación completa de ópera straussiana en Galicia de la que tengo noticia es una Ariadne auf Naxos a cargo de la Ópera Nacional de Noruega, en agosto de 2000 en el marco del desaparecido Compostela Millenium Festival - No en vano, era la primera vez que la Orquesta Sinfónica de Galicia dedicaba un programa completo al repertorio operístico straussiano.
La gala incluyó fragmentos diversos de Der Rosenkavalier, Ariadne auf Naxos, Capriccio, Elektra, Intermezzo y Salome, siendo congregadas tres sopranos y una mezzo. A pesar de lo extenso del programa -que se extendió a lo largo de casi dos horas-, y de haber contado con muchos de los principales fragmentos de la producción operística straussiana, no puedo dejar de echar de menos dos que no se interpretaron, como son el dúo de Zerbietta y el Compositor en Ariadne auf Naxos y la escena de la presentación de la rosa en Der Rosenkavalier. Con el elenco disponible, creo que habrían podido llevarse a cabo sin problemas, completando totalmente la panorámica.
Estuvo la Sinfónica de Galicia al mando de un Günther Neuhold que, consciente de los buenos mimbres con que contaba, no perdonó y se lanzó hacia lecturas de corte grandilocuente, más preocupado por resultar vistoso que por el sentido del drama en sí mismo, cosa especialmente notoria en los fragmentos orquestales. Así, a la suite de valses de Der Rosenkavalier le faltó precisamente resultar “valseable”, de la misma manera que a la danza de los siete velos de Salome -más frenética y salvaje que erótica y misteriosa- le faltó ser más detallista en los colores orquestales. Mejor resultado le dieron sin embargo los fragmentos orquestales de Capriccio -la música de claro de luna, con un estupendo David Bushnell luciéndose en el peligroso solo de trompa- e Intermezzo -el mejor fragmento orquestal-, en los que la orquesta dibujó bien el lirismo presente en estas páginas. Lo cierto es que el rendimiento de la Sinfónica -en un programa todo él de enorme exigencia orquestal- estuvo a gran nivel -más allá de alguna entrada en falso de los metales- demostrando haber superado la prueba y estar sobradamente preparados para abordar el Strauss operístico con plenas garantías.
Como digo, Neuhold no perdonó y explotó las posibilidades de la orquestación straussiana. De no haber contado con cantantes de primer nivel, el resultado podría haber estado condenado al naufragio, pero ninguna de las cuatro solistas invitadas se amilanó, y todas pasaron sin problemas el torrente orquestal. Hay que calificar de espectacular el regreso de Lise Lindstrom, hoy ya convertida en una auténtica estrella emergente y cinco años después de haber debutado en la plaza como Turandot. En esta gala se hizo cargo de las que probablemente sean dos de las páginas más exigentes escritas para soprano dramática por Strauss: el monólogo inicial de Elektra y la escena final de Salome, además de intervenir en el trío final de Der Rosenkavalier como la Mariscala. La voz, de hermoso color y fácil emisión, continúa siendo verdaderamente gigantesca, y no ha perdido ni un ápice del brillo que tenía entonces. El agudo siempre aparece perfectamente afinado, sonido liberado y percutiente cual saeta, es de los mejores que se han escuchado en un teatro de ópera en años y causa verdadera impresión. Además, es de las pocas sopranos dramáticas que, lejos de cantar todo en forte, saben matizar y regular el sonido, y no tiene miedo ni dificultad alguna a la hora de plegar su poderosísimo instrumento. Si algo se le puede reprochar es cierta falta de mordente en los registros central y grave, pero realmente es una bendición escuchar esta música con una cantante de esta categoría. Además, posee una imponente presencia escénica. Sus dos monólogos, verdadero espectáculo, causaron lógicamente el delirio de un respetable que la decretó triunfadora de la velada por pleno derecho. Va a hacer -ya está haciendo- grandes cosas en este repertorio, que le sienta como anillo al dedo.
A la argentina Mercedes Arcuri le tocó la difícil papeleta de abrir la velada con la endiablada aria de Zerbinetta en Ariadne auf Naxos, siendo esta además su única intervención de la noche. Pocas veces se puede decir que hayan existido dos intérpretes que coexistieron dotando a este rol imposible de su máximo esplendor: hasta la última década lo han cantado Edita Gruberova -que ha mantenido el papel en el repertorio sin signos de fatiga durante unos 35 años- y Natalie Dessay, ambas consideradas Zerbinettas históricas. Hoy ambas tienen el rol retirado, pero sus encarnaciones permanecen en la memoria de todos. Arcuri obviamente no se acerca a estos niveles, pero sabe cómo manejarse en esta página endiabladísima. La voz es ligera y no especialmente grande ni atractiva –aunque sí bien proyectada y homogénea en toda su extensión-, y la coloratura es segura pero cauta, teniendo que recurrir ocasionalmente a algunos -inteligentes- trucos a la hora de atacar según qué notas comprometidas. A pesar de estas pegas hay que calificar su interpretación de notable porque tiene el personaje “en gola” -y no todas pueden decir esto-. Tiene además, sentido teatral del decir.
Ya desde su primera intervención, con el aria del Compositor de Ariadne auf Naxos sorprendió muy positivamente Daniela Sindram –que tuvo a su cargo sendos fragmentos de los dos grandes roles en travesti de Strauss- por la gran ductilidad de su instrumento de mezzosoprano lírica, redondo y carnoso, y la facilidad del registro agudo. Pero fue en la escena final de Der Rosenkavalier –el tercer gran momento de la velada- donde ayudó a obrar el milagro junto a Lise Lindstrom y una María José Moreno que dio un nuevo paso adelante en firme en su primer acercamiento a la ópera straussiana, y supo estar a la altura de sus dos insignes compañeras, presentando una Sophie de voz sana, firme y con un matiz lírico -lejos de algunas ligeras que han asumido este rol- que conviene mucho al personaje. Tres voces bien empastadas y con la debida presencia, que crearon como digo un momento realmente mágico, a pesar de cierta falta de entendimiento más o menos notoria con un Neuhold como siempre más preocupado por la orquesta que por mimar a sus cantantes en este delicado fragmento. A pesar de todo, el conjunto funcionó maravillosamente, siendo este uno de los momentos estelares de la noche. Contando con intérpretes del calibre de Sindram y Moreno es una verdadera pena que no se incluyese en el programa la 'Presentación de la rosa', de esta misma ópera.
El público -bastante menos numeroso que en otras citas, aún cuando se registró una buena entrada- comenzó francamente frío y se fue caldeando progresivamente; aunque solo saludó con la debida calidez los dos monólogos que cerraron sendas partes de la velada. Al hecho de que sea el primer contacto de la ciudad con la ópera de Strauss hay que sumar la ausencia de sobretítulos: una solución que considero bastante errónea teniendo en cuenta que en este repertorio música y poesía van estrechamente de la mano, como en pocos otros. Pero ante todo hay que calificar esta cita como una prueba superada de la orquesta -que ha demostrado estar sobradamente preparada para abordar este repertorio-. Un repertorio sobre el que ahora -una vez roto el hielo- habría que seguir profundizando, ofreciendo versiones íntegras en futuras convocatorias.
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