España - Galicia

Zarzuela a remolque y en fortissimo (o en Dolby)

Hugo Alvarez Domínguez
lunes, 6 de octubre de 2014
Ainhoa Arteta © ainhoaarteta.com Ainhoa Arteta © ainhoaarteta.com
A Coruña, viernes, 19 de septiembre de 2014. Palacio de la Ópera. Gala Lírica “¡Viva la Zarzuela!”. Fragmentos de zarzuelas de Gerónimo Giménez, Ruperto Chapí, Reveriano Soutullo, Federico Moreno Torroba, Pablo Sorozábal, Emilio Arrieta, Vicente Lleó, José Serrano, Pablo Luna, Federico Chueca y Manuel Penella. Ainhoa Arteta, soprano. Ana Ibarra, mezzosoprano. Antonio Gandía, tenor. Borja Quiza, barítono. Orquesta Sinfónica de Galicia. Enrique García Asensio, director musical. Temporada Lírica de A Coruña. Ocupación: 100%
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La pluralidad estilística en la que se mueve la recién estrenada Temporada Lírica de A Coruña permitió dedicar una extensa gala lírica íntegramente a la zarzuela, un género del que el público coruñés tiene hambre, por la escasez con que se presenta. A falta de presentar un título completo -asignatura pendiente del certamen que empieza, aunque estoy seguro de que todo se andará en próximas ediciones-, dedicar un programa tan completo al género -en el que no faltó prácticamente ninguno de los grandes éxitos conocidos por todos- es ya un comienzo. Si a ello sumamos unos mimbres interesantes -el cuarteto contratado era francamente atractivo, y el director seleccionado un especialista en el género- no es de extrañar ni el lleno absoluto ni el desbordante entusiasmo del público durante la gala y al final de la misma. Con todo, convendría hacer algunas apreciaciones, porque creo que el resultado, aún con puntos de interés, sí tuvo algunos aspectos más descafeinados y acabó teniendo luces y sombras.

Puede que el mayor problema viniese de la dirección del experto y veterano Enrique García Asensio, en mi opinión errática, puesto que planteó lecturas con tempi incomprensiblemente lentos -poniendo los fiatos de los cantantes en lógicos apuros en más de una ocasión-, y con una sobrecarga absoluta de decibelios que podrá pretender buscar la espectacularidad -y, de hecho, funciona con el gran público, que le colma de aplausos…-, pero llega a desvirtuar la propia naturaleza de las piezas en algunos fragmentos orquestales -como ocurrió especialmente con los intermedios de La Torre del Oro y La Boda de Luis Alonso, más cercanos a universos sinfónico-románticos que a ser lo que en esencia son-, y a poner en serios aprietos a los cantantes, que a veces las pasaron canutas para poder seguir cómodamente a la orquesta. Si hubo más de un desajuste, fue más por culpa de la dirección que por culpa de los solistas.

Pero lo más grave es que este enfoque tan sinfónico dejó de lado el carácter chispeante que deben tener estas páginas. Un carácter que aquí no apareció por ninguna parte. La Sinfónica de Galicia, sobrada en este repertorio, se limitó a hacer lo que marcaba el Maestro: impolutas versiones, pero un poco “a remolque” -como intentando luchar con los tempi del maestro- y en fortissimo -o, mejor dicho, en Dolby Surround…-. Así las cosas, los cuatro solistas tuvieron que luchar por hacerse escuchar, mantener sus fiatos y cuidar el estilo, a la vez que mostraban al público sus bondades como intérpretes: una tarea complicada de la que unos salieron mejor parados que otros.

De entre el cuarteto solista congregado, para mí destacó claramente el estupendo tenor Antonio Gandía, que estuvo un escalón por encima de sus compañeros, aunque no fuese triunfador en el aplausómetro del público. La voz es de grato color, luminosa, cálida y brillante; no especialmente grande pero sí muy bien proyectada. El registro agudo, segurísimo e infalible, causa impacto inmediato porque tiene un squillo y un mordente de esos que da gusto escuchar en un teatro. En el debe, que parece poco dado a las sutilezas en el canto y que el fraseo -encendido, pero con cierta tendencia a la monotonía- podría ser una cuestión revisable para redondear el resultado global; pero creo que estamos ante un cantante de notable nivel, que con razón ya está desarrollando una brillante carrera internacional en los últimos años. Se lució particularmente en el dúo final del primer acto de Marina, defendiendo con arrojo sus números solistas. Una grata sorpresa.

La siempre esperada Ainhoa Arteta tuvo una intervención decididamente más breve que las de sus compañeros, y si bien destiló detalles de gran clase -su versión de De España vengo fue un prodigio de medias voces y uso de los reguladores: pocas veces se escucha esta página, interpretada hasta la saciedad, tan bien cantada como Arteta lo hizo esta noche-, creo que el repertorio escogido -los dos fragmentos de La del Manojo de Rosas, por ejemplo, le quedan extremadamente graves…- no termina de adecuarse ni a su temperamento ni a su vocalidad actual. Y no nos engañemos: la soprano vasca sigue en un estado de forma vocal verdaderamente espléndido -probablemente el mejor de su carrera- pero, sencillamente, creo que otra selección hubiese podido brillar más, y que su participación debió haber sido más extensa, con números de mayor compromiso. La presencia escénica es tan imponente como siempre: de verdadera diva. Fue ampliamente ovacionada.

Borja Quiza juega en casa y tiene, como casi siempre, luces y sombras a partes iguales. La voz es poderosísima -y, en este sentido, también es poco dado al matiz-, pero el color sigue siendo excesivamente claro para un barítono -curiosamente va más cómodo al agudo que al centro y al grave- y la voz no es especialmente atractiva; si bien suple estas carencias con la presencia escénica verdaderamente carismática, propia de un actor consumado. Siempre que le escucho en este repertorio siento que un plus de redondez en el centro de la voz -ligera en exceso para un barítono- no estaría de más para terminar de imponerse. Algunas de las páginas escogidas -el Germán de La del Soto del Parral y el Roque de Marina- deberían aún esperar a que el instrumento madure; y en algunos momentos de marcado y hasta excesivo histrionismo -La Canción del Olvido- se descuidó la afinación. Mejor, sin embargo, en el dúo de La Revoltosa y en la romanza de Maravilla que ofreció como propina. Ahora bien, es de ley que el público está con él, triunfó en el aplausómetro por encima de cualquier colega, y recibió fortísimas ovaciones tras cada intervención.

Me causó fuerte sorpresa la reconversión de Ana Ibarra en mezzosoprano, sencillamente porque en pocos años ha construido una voz que poco o nada tiene que ver con la que tenía cuando cantaba de soprano -y hablo de hace menos de diez años…-. Casi diría que inexplicablemente, nada queda de la cantante anterior… Con el cambio ha ganado en color de voz -mucho más hermoso ahora que antes- y en homogeneidad de registros, si bien es en el centro de la tesitura -cálido y hermoso- donde tiene su mayor baza. El agudo en ocasiones suena un punto tirante y, sobre todo, el grave más extremo tiende a parecer algo forzado y prefabricado -cosa que no deja de resultar algo sorprendente; porque, en principio, debería ser su fuerte…- Aún con todo esto, creo que ha ganado con el cambio. Escogió para la ocasión un repertorio bastante andrógino -de esos que frecuentemente cantan indistintamente sopranos y mezzos-, y estuvo claramente mejor, por medios y temperamento, en la romanza de El Barquillero -imponente carta de presentación- que en el Tango de la Menegilda; y más cómoda en el dúo de Luisa Fernanda -como Luisa- que en el de La Revoltosa. Con todo, creo que con este cambio ha encontrado un camino por el que podría empezar a andar con paso firme: evidentemente queda trabajo por hacer, pero la mejoría es notable.

El público rubricó este concierto -que para un servidor tuvo luces y sombras- con un éxito sonorísimo e incuestionable, y fueron lloviendo una tras otra hasta cinco propinas. El respetable se fue feliz a casa. Un servidor, reconozco que en general bastante frío al final, solo vibró realmente con Antonio Gandía, y con algún destello de clase de Arteta. Claro que no hay que olvidar que desde el podio las cosas no estaban fáciles, ni muchísimo menos. Lo que está claro es que hay hambruna de zarzuela en la ciudad, y que programar un título completo de gran formato y con buenos mimbres podría suponer un triunfo clamoroso, como lo fue a nivel de público esta gala.

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