The Ice House´s Tales

Notas sobre Paganini. El concierto para violín y orquesta en re mayor

The LGM Golden Quartet
martes, 28 de marzo de 2006
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Nicolò Paganini (Genoa, 22.10.1782; Niza, 21.05.1840) fue el violinista más famoso de la historia, principalmente por su magnetismo personal que alimentó todo tipo de mitos referidos a su asombrosa técnica y a la inaudita pureza de su sonido.

Fue un violinista que trascendió lo puramente musical y se vio convertido en el personaje semifabuloso cuyo arco era manejado por el diablo en persona. O al menos eso es lo que publicó la prensa vienesa tras su triunfal debut el 28 de marzo de 1828, fecha de inicio de la vertiginosa carrera europea interrumpida seis años después por una enfermedad incapacitante que le impidió estrenar Harold en Italia, el concierto para viola y orquesta que había encargado al joven Berlioz.

Si a la crítica vienesa le gustaba subir a escena al mismísimo Satanás, la parisina acudía a la superposición de calificativos característica del estilo literario de Mme. De Sévigné: "Es la cosa más asombrosa, la más sorprendente, la más milagrosa, la más triunfal, la más extravagante, la más inaudita, la más singular, la más extraordinaria, la más increíble, la más imprevisible... Regocijémonos de que este encantador sea nuestro contemporáneo, de que lo podamos aplaudir nosotros mismos, ¡si hubiera hecho sonar así su violín hace más o menos cien años, hubiera sido quemado por brujo!" (Le Journal des débats, 1831).

La lectura de la prensa europea de la época pone de manifiesto que el aspecto físico de Paganini resultaba tanto o más fascinante que su técnica 'sobrehumana', lo que explica en parte el mito del pacto con el diablo que, alimentado por un famoso cuento de E.T.A. Hoffmann, se tejió en torno al violinista: "extremadamente delgado, mirada penetrante, cabello negrísimo que contrastaba con la extremada palidez de su piel ... y dos profundas arrugas, semejantes a las ff de los violines, que surcan sus mejillas".

Evidentemente, a Paganini no le disgustaban esas supersticiones que tantos beneficios le reportaban y él mismo cuidaba de no defraudar las expectativas de sus públicos, convirtiéndose en un icono del artista demoníaco del primer romanticismo tal como Sarasate se convertiría en un icono del artista mórbido de la Belle Époque.

Al margen de su rol simbólico, los descubrimientos técnicos de Paganini lo erigen en una figura central en la historia del violín. Lo es en tal alto grado que las escuelas nacionales que no asumieron sus aportaciones declinaron tan rápidamente que pocos años después de la muerte de Paganini estaban prácticamente inermes. Tal fue el caso de la escuela alemana que, por influencia de Spohr, intentó seguir sus propias tradiciones y ni siquiera la inyección de vitalidad húngara que significó Joachim pudo devolverle el protagonismo europeo que había tenido entre ca. 1750-1830.

Además, Paganini tuvo una enorme influencia sobre la asunción del virtuosismo como elemento artístico en la música occidental. Como explica Renato Di Benedetto: "El virtuosismo de Paganini se consideraba trascendental: se lo consideraba capaz de lanzarse contra la materia sonora con un chorro tal de violencia fantástica que llegaba a trascender sus límites, o mejor aún, a romper los nexos formalizadores y llegar al corazón que -según la genuina concepción romántica- latía al unísono con el alma del mundo; es decir, como expresión de una potencia demiúrgica." (1982) Esta concepción, desarrollada por Liszt, se mantuvo vigente en la música culta hasta los años veinte, perdiendo prestigio en beneficio de la concepción mesiánica que otorga al compositor el protagonismo absoluto en el acto creativo que convierte al intérprete en un mero ejecutante de la obra de arte. A partir de la crisis cultural de los años sesenta, la música culta ha recuperado los valores del virtuosismo de los que se había apropiado. en los años de la Guerra Fría, el be bop, una de las corrientes principales del jazz de postguerra, y, en los años setenta, las corrientes del Heavy rock por influencia de Jimi Hendrix.

Concierto nº 1 para violín y orquesta en re mayor Op. 6

Paganini escribió unas treinta obras para violín y orquesta de las que sólo cinco son conciertos propiamente dichos. Estos fueron escritos entre 1817 y 1830 para su propio uso como solista, motivo principal de que no se publicasen en vida del autor. Paganini compuso su primer concierto en 1817. Lo escribió en la tonalidad de mi bemol con el requisito de que el violín tocase en re, un semitono por encima de la orquesta, para obtener un sonido más terso y brillante del solista.

Progresivamente, se perdió esa costumbre interpretativa y actualmente se interpreta casi siempre en la tonalidad de re mayor. La obra se publicó simultáneamente en París y Mainz en 1851, once años después de la muerte de Paganini.

La parte del solista está pletórica de innovaciones y artilugios técnicos que hoy nos parecen indisolubles del idiomatismo del violín solista. Paganini adopta un discurso melódico que toma numerosos elementos de los nuevos códigos de la ópera rossiniana tanto en la vocalidad como en el característico impulso de la parte orquestal del Allegro así como en numerosos rasgos de la instrumentación del Adagio -la oración de un prisionero, según el propio Paganini- por más que en ambos movimientos, la orquesta quede en un discreto segundo plano cada vez que suena el violín solista. El Allegro spiritoso es un rondó pensado para la plena expansión del virtuosismo trascendente y la orquesta se limita a breves pasajes aseverativos entre las diversas exhibiciones atléticas del solista.

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