Rusia
En un país de fábula
Maruxa Baliñas

Sabemos por diferentes fuentes que a Chaicovsqui no le gustaba nada componer para ballet, lo hacía bajo presión, para ayudar al estreno de sus óperas, por no poder rechazar el encargo de los Ballets Imperiales (indirectamente del zar), etc. Y sin embargo cuando uno asiste a la representación de sus ballets, especialmente cuando lo hace en el Teatro para el que fueron escritos, cuesta creerlo. ¿Podía estar Chaicovsqui limitándose a cumplir un encargo molesto cuando nos hace soñar en un maravilloso mundo de fantasía cargado a un tiempo de romanticismo y realismo?
Esta representación de El Cascanueces con la que inauguré musicalmente el 2015 [prefiero olvidar el escenario callejero plantado delante de mi ventana la noche de Fin de Año] fue ciertamente un comienzo que sólo puedo esperar auspicioso. Desde el primer momento todo me pareció de maravilla: el bellísimo teatro, el entusiasmo del público, los niños que salpicaban todo el teatro, los decorados históricos, e incluso –por qué no- el calorcito que compensaba la “lluvia gélida” del exterior. Pero sobre todo me sentí alienada en el buen sentido, transportada a un país de fábula, a un mundo romántico muy lejano de la vida cotidiana y de la eterna crisis. Si las buenas experiencias rejuvenecen, creo que este Cascanueces me ha regalado unos días más de vida.
La obertura orquestal -dirigía Gavriel Heine a quien nunca había escuchado- fue el comienzo de este placer. Heine es un director norteamericano formado en Moscú y San Petersburgo, donde fue alumno de Ilia Musin, trabaja en el Mariinski desde 2007 y ya ha dirigido más de 250 representaciones, según informa la página web del teatro. Me ha parecido un nombre a recordar, ya que consiguió ser muy flexible con los bailarines, ajustando rápidamente a la orquesta cuando algún bailarín lo precisaba, y al tiempo contundente y con estilo propio en los momentos exclusivamente orquestales.
La orquesta me sonó distinta a otras ocasiones, su Chaicovsqui es ahora mucho menos meloso que hace unos 5-10 años: se resaltan más las disonancias, se perfilan mejor los acompañamientos, se acentúan un poco más las dinámicas, el sonido es más contundente en general. Como asistiré dentro de unos días a El lago de los cisnes, espero poder confirmar esta sensación.
No fue sin embargo la orquesta lo más interesante de esta representación. En Rusia siguen teniendo clarísimo que lo importante en un ballet son los bailarines y la música es un simple añadido, necesario pero secundario, lo que se refleja en unos tempi que si oyéramos en disco sólo podríamos calificar de francamente caprichosos. El ejemplo más claro estuvo en la famosa Danza china, interpretada por la orquesta a una velocidad casi ridícula de tan lenta, pero que permitió a los dos bailarines, especialmente al masculino, Grigori Popov, hacer sus figuras casi como si pudiera detener el movimiento y el tiempo. Igualmente irregular fue el Vals de las flores, ya que cada figura exigía su tempo propio. Pero insisto, lo que podría resultar desconcertante en una versión orquestal funcionó impecablemente en una representación de ballet que fluyó a su modo de principio a final.
El cuerpo de ballet está en un buen momento por lo que pude observar ayer, pero también parece estar en proceso de cambio. Faltó algo de esa perfección milimétrica que solían tener (siempre más exagerada en el Bolshoi de Moscú que en el Mariinski), que a veces se traducía en un formalismo un poco frío, casi mecánico, en favor de una mayor expresividad y encanto. A destacar especialmente la llegada de los invitados y la fiesta en casa de los Stahlbaum en el primer acto, donde se presentó una buena selección de toda la tradición de pantomima del ballet ruso que parecía desarrollarse con toda naturalidad. Siempre es una alegría además ver a los bailarines infantiles de la escuela moverse en escena con esa precisión y al tiempo viveza, saber que se están poniendo los cimientos para una nueva generación de bailarines.
Alisa Petrenko hizo el papel de Franz en la fiesta del primer acto, e inmediatamente el de Cascanueces, y en ambos destacó por su mímica y agilidad, especialmente como odioso hermano de Masha. También repitió su papel Nadezhda Batoeva, que fue la pequeña Masha y la Princesa Masha, y consiguió mantener un hilo común entre ambos papeles –como princesa nunca pierde totalmente su timidez- pero también diferenciar nítidamente ambos roles. Totalmente en la tradición Fuad Mamedov como el Payaso, Sofia Ivanova-Skoblikova como Muñeca, Grigori Popov como el Moro y Alexander Romanchikov como el Rey de los Ratones: todos ellos fueron precisos y tuvieron gracia, pero sin salirse nunca de su rol prefijado.
Entre los protagonistas de las danzas del tercer acto me quedaría especialmente con la Danza china a cargo de Sofia Ivanova-Skoblikova y Grigori Popov. Popov especialmente se enfrentó a las figuras que le pide Vasili Vainonen con una enorme ligereza y habilidad técnica. Muy bello también el Pas de trois de Tamara Gimadieva, Svetlana Russkikh y Alexei Timofeyev. A mi acompañante le impresionó Yekaterina Mikhailovtseva como solista de la Danza Oriental.
Andrei Yakovlev, Drosselmeyer, destacó sobre todo en su parte de pantomima aún siendo un bailarín de buena técnica. El rol le pide sobre todo que sea el alma de la fiesta y ciertamente lo fue, pero no tiene ninguna parte de bravura que le permita realmente lucirse. Nadezhda Batoeva hizo el doble papel de Masha maravillosamente, pero lógicamente fue en su parte de Princesa donde realmente se pudo lucir, mostrando una técnica impecable y un precioso gesto. Filipp Stepin es un bailarín expresivo, no de fuerza, pero hizo todas sus figuras con una enorme soltura a la vez que delicadeza. Como antes indicaba, su paseo por el río mágico al comienzo del tercer acto fue un momento para recordar.
No comento la coreografía de Vasily Vainonen porque es bien conocida: fue estrenada en 1934 en este mismo teatro –entonces llamado Teatro Kirov- mientras los decorados de Simon Virsaladze datan de una reposición de 1954. En esta ocasión el programa de sala no indicaba el número de representaciones de este montaje, pero son cientos si no miles, ya que El Cascanueces es un clásico navideño y esta es la coreografía habitual del Mariinki (aunque creo que tienen otra en repertorio).
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