España - Galicia

¡Vivan las óperas menores!

Hugo Alvarez Domínguez
viernes, 30 de enero de 2015
A Coruña, sábado, 17 de enero de 2015. Palacio de la Ópera. Attila, ópera en un prólogo y tres actos con música de Giuseppe Verdi, sobre texto de Temistocle Solera, estrenada el 17 de Marzo de 1846 en el Teatro La Fenice de Venecia. Reparto: Luiz-Ottavio Faria, bajo (Attila); Ekaterina Metlova, soprano (Odabella); Juan Jesús Rodríguez, barítono (Ezio); Héctor López, tenor (Foresto); Pablo Carballido, tenor (Uldino); David Sánchez, bajo (Papa Leone). Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Keri-Lynn Wilson, directora. Versión de concierto. Temporada Lírica de A Coruña. Ocupación: 80%
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Que una temporada de provincias apueste por ofrecer un título de los 'años de galeras' de Verdi como es Attila -que ha estado ausente durante décadas de los escenarios españoles hasta que el año pasado se representó en Bilbao- demuestra, como mínimo, el interés y la curiosidad de su línea de programación, a la hora de ampliar repertorio. A pesar de ser una de sus primeras óperas, personalmente considero que Attila es una partitura de importante interés, que ya posee muchas de las claves de la escritura auténticamente verdiana en pleno desarrollo y con bastantes números no solo de notable exigencia -los cuatro protagonistas han de afrontar páginas ciertamente comprometidas- sino también de gran belleza. Es cierto que el libreto es dramáticamente endeble y carente de interés, pero lo compensa sobradamente la inspiración de muchas de las melodías que la partitura encierra.

Sorprende no poco, de hecho, que todo un especialista como Arturo Reverter abra sus notas al programa vertiendo toda una serie de polémicas afirmaciones valorativas sobre una partitura que encuentra “una obra desigual, desequilibrada, a menudo vulgar (…) que plantea un uso excesivo del cabalettismo”, por más que luego intente arreglarlo afirmando que “es (…) una composición llena de fuerza (…) una de las obras más fieras y vigorosas del Verdi de los años de galera, de todavía ruda pero efectiva orquestación”. Desde luego, si Attila es todo eso, que vivan las óperas menores. En mi modesta opinión, aunque Attila esté lejos de ser una obra maestra; sí es, sin embargo, mucho más que una mera obra menor dentro de la producción del compositor de Busetto -y, desde luego, en absoluto es una partitura vulgar ni abusa de unas cabalette que responden a un modelo prefijado por la tradición de la época-. Más allá de su paupérrimo libreto -esto es indudable…- sí considero que musicalmente hay mucho que admirar en Attila, una obra que requiere de un buen concertador en el foso, de un cuarteto vocal de auténtica enjundia y de un coro inspirado si se quiere llevar a buen puerto con garantías de éxito.

Puede que precisamente debido a la pobreza de su estructura argumental, sea Attila una de esas óperas que más justificación tenga llevar a los escenarios en forma de concierto, tal y como sucedió esta noche; porque este formato permite concentrarse en la partitura -que en este caso es lo verdaderamente interesante-. Es cierto que en la presente versión faltó toda clase de temperatura dramática -los cantantes, con atriles y pendientes de la partitura, salieron a cantar más que a crear personajes-, pero dada la pobreza del libreto es una opción que puede quedar plenamente justificada.

En absoluto es Attila una ópera sencilla para los solistas. Aunque ha estado fuera de repertorio durante mucho tiempo, desde su regreso a los escenarios ha sido un título ligado a grandes interpretaciones de grandes voces -ahí están los Ghiaurov, Ramey, Christoff, Deutekom, Gencer, Studer, Milnes, Cappuccilli o Bergonzi, por citar solo a unos pocos…-; y lo cierto es que la Temporada Lírica de A Coruña congregó a un elenco -si no me equivoco, todos debutando en sus roles- donde puede que no hubiese grandes nombres ni figuras especialmente carismáticas; pero sí profesionales capaces de sacar adelante sus difíciles roles con conocimiento del estilo.

El bajo brasileiro Luiz-Ottavio Faria encarnó a un Attila de medios rotundos y poderosos, de canto señorial y noble, con un instrumento homogéneo en toda la tesitura, que se pasea con igual comodidad en el registro agudo que en el grave -sonoro, redondo y de verdadero bajo-. Su gran escena del primer acto “Mentre gonfiarsi l’anima” -por cierto, la única de la noche en la que se ofreció la cabaletta a dos vueltas- fue sin duda el momento estrella de la velada, porque evidenció a un cantante que aúna material imponente con buen fraseo y musicalidad. Puede que algunas cuestiones de dicción deban revisarse, e incluso que se le pueda pedir una mayor tradición estilística en lo referente a la italianitá en algunos pasajes, pero son aspectos que en absoluto invalidan un acercamiento pletórico de medios a un rol que siempre es difícil a la hora de encontrar un cantante que lo lleve adelante en condiciones; y aquí lo hubo.

También fue muy destacable la Odabella de la emergente soprano rusa Ekaterina Metlova –que se había presentado hace más o menos dos años en A Coruña bajo la dirección de Lorin Maazel protagonizando La Fanciulla del West. En una parte de máxima exigencia -y que contiene, permítaseme decirlo, dos de las mejores páginas de todo el repertorio verdiano- Metlova demostró no solo tener las armas más que suficientes para sacar adelante el papel; sino también una notoria mejoría desde su última aparición en la ciudad. El instrumento, de lírico-spinto, tiene una inusitada seguridad en el brillante y timbradísimo registro agudo –que le permite brillar en su siempre complicada aria de presentación, resuelta con gran facilidad, pletórica de medios-; pero, además, ha perfeccionado cuestiones como su emisión -mucho más ortodoxa ahora-, su uso del matiz y su musicalidad: ahí quedó esa delicadísima versión del “Liberamente or Piangi”, sobrada prueba de su buena escuela de canto. Cierto es que el centro y el grave no están tan bien timbrados como el agudo, que alguna coloratura mostró alguna solución discutible y que el fraseo podría ser algo más variado; pero no se puede negar que tiene algunas armas fundamentales -e imponentes medios- para sacar adelante un rol de escritura terrible sin que le juegue malas pasadas.

Voz para dar y regalar tuvo el Ezio de Juan Jesús Rodríguez -posiblemente el mejor barítono español de la actualidad en este repertorio- de seductor timbre, medios generosísimos, robustez, redondez y color auténticamente verdianos; y heroicos acentos. Descolló en cada intervención por la generosidad del canto -rara vez se ofrece el gran dúo de Attila y Ezio con dos voces del fuste de las de esta noche-. Su gran aria del segundo acto “Dagli inmortali vertici…É gettata la mia sorte”, justamente celebrada por el público, fue otro de los grandes momentos de la velada, por la rotundidad con que la interpretó. Algún desliz de emisión y afinación en ataques concretos -para que luego digan que esta ópera es fácil…- no hace menos notable sin embargo una encarnación de un rol que podrá ser breve pero es tremendamente expuesto y cuenta ya con todas las grandes claves del canto baritonal verdiano; claves que aquí quedaron cubiertas de manera notable -y los buenos aficionados verdianos sabrán que eso es mucho en los tiempos que corren-.

Hasta tres tenores de cierto renombre -Fabio Sartori, Piero Pretti y Roberto Aronica- fueron cayendo progresivamente de la parte de Foresto -y no “Forestán” (sic), como reza la nota que alerta de la sustitución-, que finalmente recayó en el mexicano Héctor López, llegado a La Coruña con poco margen de aviso. Es una voz joven, de timbre ciertamente atractivo, que frasea con gusto y muestra ciertas intenciones en el canto; pero la zona de paso -tan exigente en esta parte- no siempre está bien resuelto, lo que provoca entre otras cosas que el registro agudo carezca del squillo que sería deseable y tienda a quedarse retrasado de posición y a abrirse, restando presencia al instrumento y limpieza en la emisión. Sus dos grandes escenas pasaron con apenas aplausos de cortesía… Es evidente que su desempeño quedó varios peldaños por debajo de los de sus compañeros; pero dadas las condiciones en las que se incorporó a la función -y la dificultad de encontrar un tenor que tenga en repertorio esta parte con tan poco margen de maniobra-, hay que valorar las intenciones y las circustancias más que los medios en sí mismos.

Completando el reparto, hay que señalar que tanto el tenor Pablo Carballido (Uldino) como el bajo David Sánchez (Papa León) sirvieron con la acostumbrada profesionalidad, solvencia y adecuación sus breves cometidos.

Voluntarioso y entregado un Coro Gaos en el que contrasta el buen trabajo de las cuerdas femeninas -adecuadamente empastadas y afinadas en las plegarias- con unas cuerdas masculinas ciertamente faltas de redondez, autoridad y empuje en algunos momentos clave -especialmente notorio en el caso de los bajos-. La Sinfónica de Galicia, realizó un minucioso trabajo en una partitura que, indudablemente, tiene más miga de la que puede parecer en un primer momento. Ese metal -tantas veces rebelde- sonó esta noche más brillante de lo acostumbrado; y más allá del buen nivel general hubo también momentos para lucimientos individuales -gran rendimiento por secciones en “Liberamente or Piangi” espléndidamente acompañada, por ejemplo-.

Regresaba como directora Keri-Lynn Wilson, tras su Nabucco de 2012 y revalidó gran parte de la buena impresión que me había causado entonces. Es indudable que es una buena concertadora, conoce el estilo y es capaz de extraer de la partitura toda esa briosa chispa que contiene. Su Verdi es enérgico, vigoroso, vibrante y con una buena distribución de los planos sonoros y sentido auténticamente sinfónico. Además, consciente de que esta es ante todo una ópera de voces, cuidó mucho de los cantantes -permitiéndose incluso renunciar a algún tempo previsto para beneficiar al solista…-, cantó y respiró con ellos, contribuyendo al buen resultado final. Lástima que esta vez haya permitido algunos cortes que ya no deberían omitirse -no solo de la práctica totalidad de las secciones da capo de las cabalette, sino también de un fragmento de la sección central del dúo entre Odabella y Foresto, por poner algunos ejemplos-. Si a su lectura le faltó algo de temperatura dramática, ha de achacarse más a la carencia de teatralidad de la versión en concierto en sí misma que a la labor de la maestra. En cualquier caso, Wilson ha demostrado ser una opción perfectamente válida para dirigir buen Verdi actualmente.

A pesar de la rareza del título, de lo hermoso de algunos pasajes y del notable nivel general de la representación, el público, a pesar de ser generoso en aplausos al final, no solo no llenó el auditorio -que registraba algo más de un 75% del aforo-, sino que además no terminó de recibir la función con el entusiasmo que cabría esperarse durante la representación. No se sabe si a causa del desconocimiento de la obra –algo que hubiese tenido fácil solución, porque Attila ya cuenta hoy con unas cuantas lecturas referenciales- o a causa de la ausencia de un elemento que sobrevolase sobre los demás en una función donde casi todo rindió a un notable y homogéneo nivel. Una buena noche de ópera, en cualquier caso, con un título al que parece arriesgado denominar “menor”: que haya Verdis mejores -evidentemente los hay- no es razón para situar Attla a la cola de la producción verdiana; un lugar que no le corresponde -ni muchísimo menos-.

¿Attila un Verdi menor? Pues, insisto: ¡vivan las óperas menores!

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