Estados Unidos
La energía de un Requiem
Roberto San Juan

El amplio escenario del Jones Hall pareció quedarse pequeño para acoger la amplia plantilla instrumental y vocal exigida por esta obra maestra de Verdi. La disposición de la orquesta fue la habitual, con las cuerdas agudas a la izquierda y las graves a la derecha del director; tras ellas, viento y percusión. Sin embargo el coro, ubicado al fondo del escenario, se dividió por sexos, con las voces masculinas situadas a la derecha y las femeninas a la izquierda. Los cuatro solistas vocales se colocaron, dos a dos, a ambos lados del director.
Cuando el tenor sardo Francesco Demuro encaró el primer versículo del ‘Kyrie eleyson’ sus características vocales quedaron bien definidas. Se trata de una voz potente, con un timbre verdiano brillante y un magnífico registro agudo. Demuro cantó con entrega y pasión; únicamente se le podría haber exigido un mayor cuidado con los matices en los pasajes de menor intensidad sonora y mayor recogimiento, como en el ‘Ingemisco’ del Dies Irae. Con todo, la claridad de la emisión junto con la calidez y brillantez de su timbre fueron los rasgos más destacados de sus intervenciones. Timbre también brillante y buena emisión y fraseo los del bajo-barítono Alfred Walker, que demostró encontrarse en un momento de excelentes facultades vocales. Cantó con voz rotunda y redonda, de graves poderosos, el ‘Mors stupebit’ del Dies Irae y no pudo evitar dejarse llevar, por momentos, por la carga dramática que encierra esta obra de rasgos operísticos en pasajes como el ‘Confutatis’.
La mezzo Sasha Cooke -la única de los cuatro solistas vocales que no hacía su debut con la Sinfónica de Houston- posee una voz de amplio registro, gruesa en el grave pero capaz de alcanzar con asombrosa facilidad los agudos sin perder sus buenas cualidades. Administró con inteligencia el vibrato y posiblemente fuera, entre los cuatro solistas, quien demostró una mayor homogeneidad en el timbre a lo largo de toda la extensión de su tesitura. Quizá ello fuese la causa de que en sus dúos con la soprano Amber Wagner ambas voces no llegaran a empastar perfectamente. Así ocurrió en el ‘Recordare’ del Dies Irae y, sobre todo, en el Agnus Dei, donde la tensión entre los timbres de ambas voces quedó más evidente. Dotada de una generosa voz operística, Wagner cantó con voluptuosidad y abundante vibrato, y demostró sus excelentes facultades para afrontar los grandes papeles del repertorio operístico romántico.
El Coro de la Sinfónica de Houston, con más de 140 voces magníficamente preparadas por su directora Betsy Cook Weber, cantó con rigor y empaste, ejecutando con precisión algunos pasajes con destacados efectos sonoros (‘Quantus tremor est futurus’). Se mostró siempre atento a las indicaciones que llegaban desde el podio, lugar desde donde Andrés Orozco-Estrada parecía irradiar una energía y un entusiasmo que contagiaba a todos los intérpretes (sirva de ejemplo el final del Sanctus o la gran fuga coral del Libera me con la que concluye la obra). El director supo gestionar bien el balance de intensidades y el protagonismo entre solistas, coro y orquesta, aunando fuerzas para conseguir momentos sobrecogedores y electrizantes.
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