Estados Unidos

Dirección analógica y dirección digital

Roberto San Juan
martes, 5 de mayo de 2015
Houston, viernes, 1 de mayo de 2015. Jones Hall. H. Berlioz: El Corsario, obertura para orquesta, H. 101 (Op. 21). L. van Beethoven: Concierto para piano y orquesta nº 1 en do mayor, Op. 15. C. Saint-Saëns: Sinfonía nº 3 en do menor, Op. 78 ‘sinfonía con órgano’. Daryl Robinson, órgano. Benjamin Grosvenor, piano. Orquesta Sinfónica de Houston. Jun Märkl, director.
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El director de orquesta Jun Märkl, experto en el repertorio sinfónico y operístico de la tradición franco-alemana, mostró a lo largo de este concierto la precisión de un reloj suizo al frente de la Orquesta Sinfónica de Houston. Sus rápidas salidas y entradas del y hacia el escenario –casi corriendo la última parte de cada trayecto- y el apremio que mostró por iniciar cada pieza atacando el comienzo sin apenas dar tiempo a la conclusión de los aplausos, parecían presagiar unos tempi más ágiles de lo debido. El temor, sin embargo, no se cumplió; era todo energía, ganas y -por qué no decirlo- acaso también una cierta dosis de teatralidad propia de aquél que conoce muy bien su oficio. Lo cierto es que cuando la maquinaria orquestal se puso en funcionamiento –tanto en El Corsario como, sobre todo, en la majestuosa Sinfonía nº 3 de Saint-Saëns- Märkl dejó claro quién estaba al frente –él- y el tipo de sonido y fraseo que quería. Dirigió ambas piezas de memoria –sí utilizó partitura para el Concierto de Beethoven- y no se le escapó detalle. Siguiendo con el símil del reloj, podría decirse que sus gestos desde el podio alternaron entre los “analógicos” para los pasajes melódicos, recorriendo con los brazos una amplia trayectoria, y los “digitales”, casi robóticos, moviendo los brazos enérgicamente de una posición a otra con cierto automatismo.

Tras la Obertura de Berlioz, que destacó por la energía de sus pasajes rítmicos, el lirismo de la cuerda en los melódicos y una sección final brillantemente resuelta por los metales, siguió el Concierto para piano nº 1 de Beethoven con Benjamin Grosvenor, en sus debut con la orquesta, como solista. En 2011 este pianista, nacido en Reino Unido en 1992, se convirtió en el músico británico más joven de la historia en firmar por la casa discográfica Decca Classics, siendo además el primer pianista británico en hacerlo en los últimos 60 años. Había expectación en la sala y su versión de Beethoven fue exquisita. En la introducción orquestal del primer movimiento, previa a la entrada del solista, el director se mostró preciso y riguroso, atento al detalle para resaltar cada pequeña pincelada tímbrica indicada en la partitura. La presentación de los temas por parte de la orquesta resultó muy bien articulada y fraseada, pero una vez que el pianista hizo su entrada Märkl replegó alas y dejó su espacio expresivo al solista. Grosvenor no es un pianista de grandes gestos – más allá de su tendencia a tocar con la cabeza inclinada próxima al teclado- y su sonido es limpio, aterciopelado y con una riqueza de matices expresivos que se amplía hacia las dinámicas suaves, con un pianissimo casi inaudible. La Sinfónica de Houston –de la que ya he destacado en otras ocasiones la calidez de su sonido, especialmente en la sección de cuerda- se amoldó bien al planteamiento del pianista y los pasajes de diálogo entre ambos, por ejemplo durante el ‘Largo’, sonaron magníficos. En el tercer movimiento, un ‘Rondó: Allegro’ muy rítmico, el director volvió a “atar en corto” a la orquesta, señalando con precisión cada entrada del estribillo en anacrusa orquestal y marcando muy claramente la entrada de los violines tras la conclusión de la cadencia del solista. El público forzó con sus aplausos la salida a escena de pianista y director hasta en tres ocasiones y pareció quedarse con ganas de una propina de piano solo que no llegó.

La segunda parte del concierto, tras el descanso, estuvo íntegramente dedicada a la monumental –más por su orquestación que por su extensión- Sinfonía nº 3 de Saint-Saëns. Las dos primeras entradas de la cuerda en el ‘Adagio’ resultaron ligeramente dubitativas, pero las breves intervenciones de oboe y flauta solistas intercaladas entre ellas sonaron magníficas. Durante el ‘Allegro moderato’ el director se empleó a fondo y Daryl Robinson al órgano –digital; la sala no cuenta con un órgano de tubos- realizó un buen trabajo tanto en el ‘Poco adagio’ como en el movimiento siguiente, donde el órgano se hace notar tras el majestuoso acorde de do mayor que da paso a la cuerda al inicio del ‘Maestoso’. Märkl dirigió la masa orquestal con acierto y control a través de pasajes de intensidad y velocidad crecientes que mantuvieron en vilo al auditorio y condujeron a un final de sonoridad sobrecogedora. Ya en la ronda de aplausos, el director hizo levantar al solista de cada sección orquestal para que recibiera su particular y merecido reconocimiento individual.

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