Reino Unido
¿Pasiones que matan?
Agustín Blanco Bazán
Indicio de la diversidad ideológico-musical imperante en la Europa de la post primera guerra es el hecho que sólo cuatro años separan los estrenos de obras tan disimiles como El Rey Roger de Szymanowsky (1926) de Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny de Weill (1930). Y ambas han sido presentadas por la ROH en dos sucesivas nuevas producciones, facilitando así comparaciones entre la brecthiana proclamación de total decadencia de la segunda frente a la partitura post-romántica de la primera, tan ambigua y dubitativa en su esfuerzo por buscar un término medio entre desenfreno y contención sensual.
La puesta de Kasper Holten y el escenógrafo Steffen Aarfing ubica estos dos polos en una simbología de perceptivo significado: en el primer acto, una enorme cabeza representa la hermética solidez de una monarquía y una iglesia empeñadas en destruir al hereje, ese pastor que como el flautista de Hamelin se presenta a seducir no a ratas sino a una reprimida masa popular con un mensaje de libertad que debe arrasarlo todo para descubrir una naturaleza humana sin ataduras, bien a lo Nietzsche.
Momento de la representación de 'El rey Roger' de Szymanowski. Dirección musical, Antonio Pappano. Dirección escénica, Kaspar Holten. Londres, Royal Opera House, mayo de 2015 © Bill Cooper, 2015
La invitación de Roger que permitirá al efebo entrar en el palacio real anticipa la cabeza abierta del segundo acto. En la parte superior, una biblioteca de leyes y dogmas enmarca la puerta al recinto erótico que Roger hace tiempo evita visitar: la cámara de su esposa Roxana, que ya canta una coloratura afín con el mensaje del pastor. La seducción que éste último ejercitará sobre el rey dubitativo es expuesta tímida pero perceptivamente. Roger se aterra cuando el pastor le toca la frente para incitarlo a que descubra la propia belleza pero la seducción ya ha surtido su efecto. En el subconsciente del Rey, en la parte inferior de la gigantesca cabeza, no hay libros sino una tropa de jóvenes semidesnudos en una danza orgiástica. No le queda más remedio a Roger que salir de su cabeza y seguir a su esposa y su alelado pueblo al mundo dionisíaco del pastor.
Momento de la representación de 'El rey Roger' de Szymanowski. Dirección musical, Antonio Pappano. Dirección escénica, Kaspar Holten. Londres, Royal Opera House, mayo de 2015 © Bill Cooper, 2015
El tercer acto es un golpe maestro: se trata de una orgía que consiste nada menos que en una quema de libros y así una pila de cenizas reemplaza a la cabeza. El totalitarismo dionisíaco, la sumisión a la sensualidad termina siendo una solución tan fácil como engañosa. Como en el caso de Lutero frente a Erasmo, o Hitler frente a la República de Weimar, la pasión y el rechazo de toda la intelectualidad que ella conlleva parece conducir a caminos menos complejos y más genuinos pero finalmente será el nihilismo quien tendrá la última palabra.
Momento de la representación de 'El rey Roger' de Szymanowski. Dirección musical, Antonio Pappano. Dirección escénica, Kaspar Holten. Londres, Royal Opera House, mayo de 2015 © Bill Cooper, 2015
¿Es esta la epifanía que finalmente lleva a Roger a ese renunciamiento final que lo presenta contemplando la naturaleza no como un desenfreno sino como la belleza de un sol naciente? No lo sabemos, porque esta obra es tan ambigua e insegura en su mensaje final como la torturada psique del mismo Szymanowski en un país de independencia incipiente y en vísperas de ser arrasado nuevamente por otra guerra. Pero tal vez esta obra se justifica precisamente en la propuesta de estos interrogantes existenciales tan evadidos en la actualidad.
Musicalmente hablando, encuentro el postromanticismo de Szymanowski más original y vibrante que el de músicos como Zemlinski o Korngold. Y el trabajo de Pappano fue intenso y luminoso en su afán de perfilar esta rica alternativa de variación cromática y exposición melódica, desde el canon oscuramente asertivo del 'Sanctus' inicial hasta el masivo acorde final en do mayor que acompaña a ese sol que ciega a los espectadores antes de sumirlos en una oscuridad total. Fue en este momento final que Mariusz Kwiecien expandió su caudalosa y cálida voz baritonal con una intensidad similar a la de la orquesta. Así culminó un trabajo vocalmente antológico al servicio de un protagonista que Holten prefirió caracterizar como tímido y dubitativo. También contenida fue la caracterización de un pastor que Saimir Pirgu interpretó con voz fresca y de claridad mozartiana. El resto del reparto también alcanzó un alto nivel, con particular lucimiento de Georgia Jarman (Roxana) y Agnes Zierko (diacona).
El coro de la casa cumplió su primer trabajo en lengua polaca con la seguridad y el arrojo propios de una preparación de ensayos múltiples a lo largo de semanas y semanas de trabajo.
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