Música popular
Para el alma divertir
Antonio Gómez Sotolongo
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Durante los días 28, 29 y 30 del pasado mes de enero, en la Sala Máximo Avilés Blonda del Palacio de Bellas Artes, en Santo Domingo, los Maestros Álvaro Manzano y Dante Cucurulo, Directores Musical y Asistente respectivamente de la Orquesta Sinfónica Nacional, tuvieron a su cargo la conducción de un programa dedicado a la educación musical. En esta oportunidad, el señor Manzano estructuró de forma amena y metódica una verdadera conferencia sobre el arte musical -que fue conducida sobre las mismas pautas en la sesión del día 30 por el Maestro Asistente-, y con palabras llanas puso un enorme caudal de conocimientos al alcance de todos.El primer argumento se centró en borrar algunos prejuicios que alejan al público de la llamada música culta o académica, y que la hace aparecer ante la gente llana como algo de muy difícil comprensión. Mediante una explicación concisa y la interpretación de trozos de algunas obras emblemáticas del repertorio universal quedó probado el vínculo tan estrecho de esta con la música popular. El Maestro Manzano mostró fragmentos en los que se pueden apreciar esa comunión y se escucharon danzas como la Gavotte, que se bailó durante el siglo XVII y que llegó a las salas de conciertos gracias al talento de un compositor como Bach; el huapango, que es para los mexicanos un baile muy popular y que utilizó Moncayo en su obra del mismo nombre; el malambo, que se baila en Sudamérica y que Ginastera introdujo en su obra Estancia; el vals, que cultivaron y cultivan infinidad de compositores en todo el mundo y que tiene uno de sus mayores exponente en J. Strauss, creador de la pieza Danubio Azul; el can can, que utilizó Offenbach en su Orfeo en el Infierno, y el merengue, que tanto se baila en las fiestas dominicanas y que Toño Abreu utilizó para escribir su pieza Caña Brava, a la cual el Maestro Jorge Taveras le creó una orquestación sinfónica. Con estos ejemplos quedó claramente expuesta la profunda raíz popular de toda la música.Seguidamente el objetivo se centró en descubrir ante el auditorio el poder que tiene la música para trasmitir emociones: el pesar que trasmite E. Grieg, en la "Muerte de Asa", de la Suite Peer Gynt; el carácter marcial de la Marcha Radetzky, de J. Strauss, o la religiosidad que trasmite el inicio de la Obertura 1812, de Chaicovsqui fueron ilustrados de manera trasparente incluso para los más pequeños que llenaron el auditorio. Se les explicó también que la gran música, como todas las artes, llega a convertirse en patrimonio de toda la Humanidad cuando las obras trascienden las barreras del tiempo, de las nacionalidades y de las diferencias culturales. Compositores e intérpretes dejan de ser de aquí o allá para convertirse, por la grandeza de su obra, en ciudadanos del mundo.A continuación los jóvenes que llenaron la sala conocieron cada una de las tres familias de instrumentos que componen una orquesta sinfónica: cuerdas, alientos y percusión, y pudieron ver y escuchar, en ejemplos que interpretaron los Principales de cada sección, los integrantes de esas familias.El último segmento del concierto didáctico estuvo dedicado a escudriñar en la forma y el contenido de la obra musical, un tema aparentemente escabroso en las artes que es necesario trasmitir de modo muy ameno y con palabras sencillas para que quede al alcance de cualquier principiante, un tema que en la música se hace necesario aprender para poder escuchar de manera inteligente. Mediante el análisis de la pieza El Moldava, del ciclo de poemas sinfónicos Mi Patria, de Bedrich Smetana, el Maestro Manzano mostró, cómo cada sección de la obra está encaminada a trasmitir al oyente una sensación específica, mostró también los recursos musicales que empleó el autor para provocar esas sensaciones y cómo utilizó esos recursos y los combinó dentro de la estructura de toda la obra, para obtener el sentido artístico de la pieza.Después de desentrañar todos esos misterios el auditorio pudo escuchar la obra completa, y con toda seguridad la disfrutó a plenitud. Los niños, jóvenes y adultos que llenaron la sala durante las tres sesiones siguieron la obra como si estuvieran atrapados por la música, persiguiéndola en sus motivaciones, descubriendo cantos que quizás nunca habían escuchado.Concierto especial para la juventudEl concierto número 1610 de la OSN estuvo dedicado también a la juventud, esta vez a los iniciados en el difícil arte de la música, y fue en la Sala Juan Francisco García del Conservatorio Nacional de Música, el pasado 6 de febrero, donde los Triunfadores del II Concurso de Jóvenes Intérpretes estuvieron acompañados por la institución que condujo en esta oportunidad su Director Musical, el Maestro Álvaro Manzano. El barítono Obed Ureña, y el pianista Porfirio Mateo fueron los solistas.El programa comenzó con el estreno nacional de la obertura de la ópera Bocaccio, de Franz von Suppè, una pieza que, como casi todas las de su autor, buscan más el fulgor que el arte; sin embargo, contienen pasajes técnicamente propicios para entrenar los dedos de los músicos, e inyectar euforia en el público para que este, al final de la pieza, regale un gran aplauso.Así sucedió en la Sala del CNM. La orquesta respondió con bastante lealtad a las exigencias del Director, quien entresacó y resaltó los detalles bellos que contiene la obra, y los malabares digitales volaron por el auditorio, un auditorio eufórico, que luego estalló en un aplauso anunciado.Seguidamente se presentó el joven barítono Obed Ureña, un espigado estudiante que ya tiene en su haber presentaciones de muy altos quilates, entre ellas, y a mi modo de escuchar el más relevante, la labor que rindió en la Sala Alejandro García Caturla, en La Habana, durante los días 19, 20 y 21 de julio de 2001, en las audiciones eliminatorias para el I Concurso Iberoamericano de Canto, a celebrarse en México, en el que se decidieron los puestos correspondientes al área del Caribe y Norte América. Allí, Obed se midió con los mejores de su categoría en el área y, aunque no quedó entre los que participarán en el Concurso, rindió una labor de mucha altura. Y ahora, esta Medalla de Oro en el II Concurso de Jóvenes Intérpretes, el más alto galardón que se disputan los jóvenes músicos en la República Dominicana, da un nuevo estímulo a un joven talentoso que andará lejos.Sus interpretaciones incluyeron la obra de W. A. Mozart, Recitativo y Aria, del Conde de Almaviva, de la ópera Las Bodas de Fígaro; de Georges Bizet, Aria del toreador, de la ópera Carmen; de Federico Moreno Torroba, Luche la fe por el triunfo, de la Zarzuela, Luisa Fernanda; de Julio Alberto Hernández, Amor Profundo, en arreglo de Bienvenido Bustamante; y su regalo de una más con Te quiero dijiste, de María Grever, en un arreglo muy sustancioso del propio Obed. En cada una de las obras que cantó este portentoso joven mostró que se va despegando del grupo, que va sobrepasando la media nacional, y que sus cualidades vocales pujan por llegar a niveles profesionales cada vez más competitivos.Porfirio Mateo, fue el segundo solista que se presentó durante la velada, y lo hizo con el Concierto para piano y orquesta nº. 1, en sol menor, Op. 25, de Félix Mendelssohn, una obra llena de acrobacias digitales, de dificultades técnicas, quizás con muy pocas oportunidades para expresar sensaciones diversas. Lleno de ráfagas de notas en el primer y tercer movimientos tiene en el segundo una de las pocas oportunidades de llevar al oyente por caminos sensoriales diversos. Era el estilo de una época, muy apropiado en nuestros días para conducir al estudiante hasta sus límites de ejecución, y el galardonado Porfirio Mateo se las vio cara a cara con la obra, la desmenuzó técnicamente y la puso a disposición de un auditorio que, al final, deliró de alegría. Este joven, con un aparato técnico sólido le dio a la obra lo que la obra exige, y brilló sobre ella, y donde el vértigo del tempo le causó problemas, y la retahíla de fusas se volvió confusa y le hizo trastabillar, supo, como un campeón, salvarse y seguir adelante como si tal cosa.Hay que felicitar tantos esfuerzos para que estos conciertos se realicen, a la fundación Sinfonía, al Conservatorio Nacional de Música, al Consejo Dominicano de la Música, a los profesores, a los estudiantes, al público, a los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional de la República Dominicana, hay que loar a todos los que contribuyen para que los no iniciados en el arte de la música académica se sientan atrapados por su magia, para que los iniciados sigan hasta sus últimas consecuencias, para que, como en estos casos, se fortalezca el espíritu, para que el disfrute sea como un juego, una diversión, para que el alma se divierta y nada más.
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