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Volumen Brutal, o ¿hay algo más verdiano que Verdi?

Jesús Aguado
lunes, 25 de mayo de 2015
Bilbao, sábado, 16 de mayo de 2015. Palacio Euskalduna. Giuseppe Verdi. Otello. Libreto de Arrigo Boito sobre la obra de William Shakespeare. Ignacio García, dirección de escena. Gabriele Moreschi, escenografía. Lorenzo Caprile, vestuario. Bogumil Palewicz, iluminación. Marco Berti, Otello. Lianna Haroutounian, Desdemona. Juan Jesús Rodríguez, Jago. Jon Plazaola, Cassio. Vicenç Esteve, Roderigo. Iosu Yeregui, Lodovico. María José Suárez, Emilia. Federico Sacchi, Montano. David Aguayo, Un heraldo. Kantika Korala, Basilio Astúlez, director. Coro de Ópera de Bilbao, Boris Dujin, director. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Riccardo Frizza, director musical. 63 Temporada de la ABAO
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Pocos minutos antes de comenzar la representación del Otello de Verdi con la que concluía la temporada operística de la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera), miré a mi alrededor, y observé que había más butacas vacías que en otras ocasiones. No es que el Palacio Euskalduna estuviera medio vacío ni mucho menos, la entrada era buena, pero desde luego no se daba el lleno de otras ocasiones. El título anterior en esta misma temporada, por ejemplo, Cavalleria Rusticana / Pagliacci, registró un lleno casi absoluto. Es sabido que el público bilbaíno es poco amante de experimentaciones y siglo XX en general, pero autor más canónico que Verdi se hace difícil de encontrar. Sin embargo, claro, la obra era Otello, y ya se sabe que Otello y Falstaff, las dos últimas obras del compositor, son aclamadas por críticos y musicólogos como dos grandes obras maestras del género operístico, pero que a un cierto sector del público le parecen “poco verdianas”. Es una especie de estigma que arrastran, y que podría ser hasta cierto punto comprensible en el caso de Falstaff, no tanto por el hecho de que sea una comedia sino por su escritura, mucho más coral, sin grandes arias aisladas y sin algunos de los elementos más típicos del Verdi de La Traviata, por nombrar su obra más popular. Pero en el caso de Otello, creo que realmente nos movemos en el campo de los prejuicios. Es cierto que no hay un Di quella pira ni un La donna è mobile, pero sí que hay momentos enormemente disfrutables por el aficionado a las melodías, como el famoso Credo de Jago, o toda la escena de Desdemona con la Canción del Sauce y el Ave Maria. Escuchándosela cantar el otro día a Lianna Haroutounian no podía dejar de pensar en Cio-Cio-San o en alguna otra heroína pucciniana por el tipo de aliento melódico que Verdi le imprime al personaje, y tengo la impresión de que si Otello estuviese firmada por Puccini el gran público no tendría ningún problema con ella ni sometería a esta grandísima ópera a esa especie de castigo que es relegarla al cajón de los Verdis que no suenan a Verdi. Pero en fin, estoy divagando, centrémonos en lo que ocurrió en la representación.

 

Momento de la representación de 'Otello' de Verdi. Director musical, Riccardo Frizza. Director escénico, Ignacio García. Bilbao, ABAO, mayo de 2015

 

Por empezar por el principio, es evidente que al hablar de Otello, lo primero que hay que nombrar es al protagonista, en este caso el tenor Marco Berti. Y lo primero que hay que decir de él es que el volumen brutal al que me refería en el título es el suyo, por si alguien lo dudaba. Cualquiera que frecuente las representaciones operísticas del Palacio Euskalduna sabe que la principal quiniela antes de cada título es si se oirá a los cantantes, dadas las dimensiones de la sala. Pues bien, en ese sentido, Marco Berti sale triunfante del desafío con nota y diploma: tiene voz para cantar él solo todos los papeles de la obra y se le escucha perfectamente desde cualquier rincón del coliseo bilbaíno. De hecho, no me sorprendería que en algún momento se le llegase a escuchar desde el Teatro Arriaga, tal era su potencia. Hasta ahí, ningún problema, una voz potente no es ningún defecto, y es más, resulta evidente que en determinados pasajes del personaje de Otello semejante presencia vocal es una ventaja, pues claro que hay momentos en que verdaderamente necesitamos oír a ese guerrero que enfurece y se desespera a medida que va cayendo en la trampa que Jago urde en torno a él. Pero esa potencia necesita un control, que no siempre estuvo ahí, por decirlo suavemente, y además, el personaje también requiere otras matizaciones y sutilezas, y aquí es donde Berti no estuvo a la altura en general, llegando a naufragar en las procelosas aguas de los pianos y medias voces en el dúo con Desdemona en el primer acto, que, al menos en la representación del sábado, fue francamente malo. Sabor agridulce, por tanto, en el protagonista: correcto en los momentos de más garra gracias a su enorme voz, pero francamente mejorable en cuanto el personaje exigía un mayor refinamiento.

 

Momento de la representación de 'Otello' de Verdi. Director musical, Riccardo Frizza. Director escénico, Ignacio García. Bilbao, ABAO, mayo de 2015

Momento de la representación de 'Otello' de Verdi. Director musical, Riccardo Frizza. Director escénico, Ignacio García. Bilbao, ABAO, mayo de 2015 © E. Moreno Esquibel - ABAO, 2015

 

Interpretaba a Desdemona la soprano armenia Lianna Haroutounian. Sin poseer una voz portentosa, hizo gala de una muy buena línea de canto desde el primer momento y su actuación resultó, en conjunto, mucho más que notable. El timbre es cálido y agradable en todo el registro, que maneja con soltura. Tiene un agudo fácil y timbrado y únicamente en el extremo más alto de la tesitura pudo percibirse alguna tirantez que no empañó en absoluto la excelente impresión causada. Se lució especialmente, como era de esperar, en su gran momento, la Canción del Sauce y el Ave Maria, escena en la que lució a gran altura con una interpretación realmente conmovedora, que el público agradeció interrumpiendo con un tímido aplauso que fue creciendo hasta que el director hizo un gesto indicando que la música continuaba.

El otro gran papel de la ópera es, por supuesto, Jago, uno de los malos más pérfidos de la historia del género, un verdadero caramelo para cualquier barítono, y Juan José Rodríguez no dejó pasar la oportunidad de brillar en un papel tan atractivo. De imponente presencia escénica, su voz sonó timbrada y rotunda a partes iguales, y compuso un personaje convincentemente retorcido, destacando, cómo no, en su famoso Credo, en el que realmente la sensación de maldad era casi física. Junto con Haroutounian fue quien recibió los mayores aplausos del público.

Del resto de intérpretes poco se puede decir, ya que realmente no hubo nada destacable. Jon Plazaola no estuvo demasiado afortunado como Cassio, y los demás pasaron verdaderamente sin pena ni gloria. Únicamente quisiera mencionar a María José Suárez, en el papel de Emilia. Las sonoridad del Euskalduna y la disposición escénica le jugaron una mala pasada en el cuarteto del segundo acto, ya que, situada en el extremo izquierdo de la escena, resultó prácticamente inaudible. Únicamente en las pocas frases que tiene en el último acto pudimos apreciar una voz agradable y bien utilizada.

 

Momento de la representación de 'Otello' de Verdi. Director musical, Riccardo Frizza. Director escénico, Ignacio García. Bilbao, ABAO, mayo de 2015

 

Muy bien resolvió su nada fácil papeleta el Coro de Ópera de Bilbao, bajo la dirección de Boris Dujin. Un papel mucho más largo, para empezar, del habitual en la mayoría del repertorio, y con una escritura a veces contrapuntística que se aleja también del típico coro monolítico de principios de siglo XIX, y que el conjunto resolvió con nota alta.

Bastante discreto estuvo Riccardo Frizza al frente de la también discreta Orquesta Sinfónica de Bilbao. No es que hubiera grandes desastres por ninguno de los dos lados, pero realmente una obra musicalmente tan intensa e interesante como Otello requería de algo más de garra, de un pulso más firme para extraer todo lo que la partitura ofrece. Otello no es ópera para correcciones, y poco más que corrección es lo que hubo en el foso.

La producción, a cargo de Ignacio García y con escenografía de Gabriele Moreschi, estaba en ese medio camino entre lo absolutamente clásico y lo un poco moderno que tan buen resultado da en Bilbao. Básicamente se trataba del mismo espacio en todas las escenas, matizado por diversos elementos, fundamentalmente una zona central en la que se añadían detalles que ayudaban a diferenciar los ambientes, cumpliendo su función sin grandes distracciones y con algunos hallazgos, como el gran espejo sobre la cama que ayudaba a crear la ilusión de un dormitorio en un espacio en principio tan grande, o el balcón sugerido del segundo acto, y en el que, gracias a la iluminación de Bogumil Palewicz, veíamos durante el Credo de Jago una especie de cruz – espada roja que ayudaba a potencia la impresión de maldad casi satánica del personaje. Los movimientos de cantantes y coro resultaron, en general, fluidos e interesantes, y la dirección de actores, sin tener nada especialmente innovador, resultó correcta y natural. Verdaderamente suntuoso, aunque a veces daba la impresión de que no demasiado práctico, el vestuario del conocido modisto Lorenzo Caprile.

Final de temporada, pues, en Bilbao, a falta del tradicional concierto lírico que será protagonizado este año por Javier Camarena, con un Verdi correcto, con algunos elementos, sobre todo vocales, de gran nivel, y un tono general de corrección que nos deja echando de menos algo más en semejante obra maestra (recuerden que quien esto escribe es crítico, o sucedáneo de, por lo que puedo permitirme calificarla así sin ambages) que a un sector del público sigue y seguirá sin parecerle suficientemente verdiana.

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