Discos

Netrebko de fábula

Raúl González Arévalo
jueves, 2 de julio de 2015
Piotr Ilich Chaicovsqui: Iolanta, ópera lírica en un acto (1892). Anna Netrebko (Iolanta), Sergey Skorokhodov (Vaudémont), Alexey Markov (Robert), Vitalij Kowaljow (rey René), Luka Debevek Mayer (Bertrand), Lucas Meachen (Ibn Hakia), Junho You (Alméric), Monica Bohinec (Martha), Theresa Plut (Brigitta), Nuska Rokjko (Laura). Slovenian Chamber Choir. Slovenian Philarmonic Orchestra. Emmanuel Villaume, director. 2 CD (DDD) de 93 minutos de duración. Grabado en directo en la Philarmonie Essen en noviembre de 2012. Deutsche Grammophon 479 3969. Distribuido en España por Universal
0,0001271 Es significativo cómo los grandes genios eligen despedirse de la lírica. Rossini, maestro de la comedia, eligió un gran drama romántico, Guillaume Tell. Verdi, renovador del drama lírico, una comedia única, Falstaff. Strauss, una ópera filosófica con Capriccio. Chaicovsqui, autor de dramas geniales (Eugenio Oneguin, La dama de picas) se fijó en un cuento, una fábula. Y compuso una música acorde al clima de la obra, en la que la ceguera de la protagonista tiene un componente simbólico indudable, pues se puede curar con la voluntad de la enferma (uno estaría tentado de pensar que se trata de una ceguera “histérica”).

La ópera carece prácticamente de acción, de modo que la música se centra en lo abstracto, los sentimientos de los personajes, que giran todos en torno a la protagonista. Así, predominan las sonoridades ligeras, coloridas, que recrean ese mundo invisible para la protagonista y su percepción del mismo. Acostumbrados a relacionar el repertorio ruso con los dramas y los motivos musicales más o menos folklóricos presentes en obras como Boris Godunov, El príncipe Igor o Eugenio Oneguin, al oído occidental le choca la temática y el tratamiento de una ópera que, sin embargo, es una de las más populares en Rusia. A la vista del resultado, es una verdadera pena, por no decir algo incomprensible en un mundo cada vez más globalizado, que no haya circulado más por Europa. Al menos ha habido grabaciones disponibles, destacando por derecho propio la de Valery Gergiev en su histórica serie sobre el repertorio ruso (Philips 1994) con un reparto de campanillas encabezado por una Galina Gorchakova espléndida.

La nueva paladina de Iolanta es Anna Netrebko, quien ha sabido patrocinar una ópera excepcional por las posibilidades de lucimiento para su voz. Frente a la Gorchakova, que destacaba fundamentalmente en el repertorio patrio, la estatura artística de la Netrebko es mayor, como la complejidad y el alcance de sus logros en el repertorio internacional. Y, sobre todo, como en tantas otras ocasiones con papeles de su carrera, ocasionales o centrales, ofrece una interpretación moderna. Frente a una mirada tradicional de Gorchakova, apoyada en un tratamiento más convencional de la música, que lleva a un grado máximo de expresividad a través de la pura belleza del canto, Netrebko añade un componente de sensualidad (¿o sexualidad más bien?) inesperado. Su Iolanta es una mujer que desea salir de los confines del mundo cuidado en el que la tiene confinada un padre protector para explorar las posibilidades sentimentales y sensoriales que le ofrece Vaudémont. Se trata de una cuestión evidente desde el arioso inicial -magníficas las arcadas de sonido- hasta un dúo final vibrante. La excepcionalidad de la intérprete es patente frente a un Sergey Skorokhodov más correcto que bueno, cuyo manejo de la palabra no alcanza el magisterio de su compatriota -totalmente desatada en el clímax final- si bien huye, acertadamente, de resolver el personaje con robustez de canto frente a los matices y claroscuros. Con todo, que nadie piense que hay un atisbo de vulgaridad en esta Netrebko, su capacidad de refinamiento valoriza el dúo con la Martha de Monica Bohinec, que la secunda -de nuevo- con más corrección que brillantez. Sin embargo, al lado de semejante cantante en estado de gracia es prácticamente imposible que no ocurra esto.

El resto de intérpretes construyen bien los personajes que rodea a la princesa ciega. Kowaljow es siempre una apuesta eficaz, segura, por la belleza del timbre más que por la sutileza del intérprete. En sentido contrario, el enigmático personaje del médico árabe Ibn Hakia encuentra en Meachem un intérprete de más sofisticación que autoridad vocal, lo que le sienta bien. Emmanuel Villaume no es Gergiev (¡ojalá hubiera tenido a Netrebko, que descubrió, en vez de a Gorchakova!), pero logra poner en valor el preciosismo instrumental de la orquestación.
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