España - Cantabria

Festival de Santander

Una experiencia trascendental

Marianna Prjevalskaya
martes, 25 de agosto de 2015
Grigory Sokolov © Mary Slepkova| Deutsche Grammophon Grigory Sokolov © Mary Slepkova| Deutsche Grammophon
Santander, miércoles, 12 de agosto de 2015. Palacio de Festivales. Grigory Sokolov, piano. Obras de Bach, Beethoven y Schubert. Festival Internacional de Santander.
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Cuando decimos que alguien es "un genio", ¿a qué nos referimos realmente? La palabra genio es muy especial para mí, suelo utilizarla en muy pocas ocasiones. Genio es aquel que suele superar a los demás por su singular talento de manera que acaba conmoviendo al espectador y provocando en él una catarsis.

En el mundo de la música indudablemente hay grandes personalidades, pero hay pocas que se acerquen a la altura de Grigory Sokolov. Para mí es un fenómeno único, porque sus actuaciones son realmente experiencias trascendentales. A menudo cuestiono si realmente toca para el público o si es más bien una conversación íntima entre él y el yo superior. En estos momentos uno puede tener la sensación de que el intérprete, el piano y la música conforman una integridad única y absoluta. Su magnetismo es tan fuerte que uno no lo puede evitar. Su profundidad incomparable y concentración ilimitada hacen que Sokolov hipnotice al público llevándolo a otra dimensión. Hablamos de una experiencia espiritual, casi mística donde el alma se purifica a través de la música.

La tarde del pasado 12 de agosto en el Palacio de Festivales de Santander fue una de estas excepcionales ocasiones en que se pudo experimentar este fenómeno único. Hay que resaltar que las apariciones de Sokolov en España se hacen cada vez más frecuentes, algo que alegra mucho. A Sokolov le gusta cómo le recibe el público español, y el público por su parte aprecia mucho el arte de este gran músico, lo que crea un vínculo muy especial.

En esta ocasión, dentro del Festival Internacional de Santander, Grigory Sokolov ofreció un
recital con obras de Bach, Beethoven, Schubert y propinas de Chopin y Griboyedov. En varias ocasiones Sokolov explicó que para él decidir un repertorio no es un proceso fácil, es algo que lleva su tiempo de fermentación interior. Él mismo mencionó que incluso "No soy yo quien crea el programa, sino más bien el programa se crea por sí solo." Toca solamente lo que quiere tocar, obras con las que tiene mayor conexión personal. Nunca toca lo que no le gusta.

El programa se abrió con la Partita No.1 BWV 825 de Bach, una obra menos densa y que contrasta con las demás Partitas por su espíritu jovial y por su estructura tradicional. Sokolov presentó un Bach indiscutible. Lo que destacó en su ejecución fue que no intentó imitar el instrumento histórico, sino explorar todas las posibilidades del piano moderno. Su Bach resultó natural, ya que respeta todas las proporciones de la época sin exageraciones ni manierismos. El Praeludium llamó la atención por su toque perlado y por su instrumentación tímbrica, mientras que la sencilla textura de Allemande se convirtió en una tela polifónica. Sarabande destacó por su profunda expresividad y se convirtió en un monólogo, una confesión íntima, más que una danza. Llena de sentimiento, seriedad y serenidad de espíritu, fue un perfecto ejemplo del Romanticismo dentro del estilo barroco. Sokolov incorporó diversidad de articulaciones de una forma creativa basándose en sus conocimientos de la interpretación de la música barroca en grupo instrumental. Particularmente llamaron la atención los dos Minuetti por la variedad de contrastes que procedían de una simetría racional y buen gusto. Hay que resaltar que la ornamentación improvisada destacaba por su singularidad y surgía entrelazada tan orgánicamente en la textura, que parecía ser auténtica de Bach. La Gigue fue muy vivaz, llena de espíritu y cerró el ciclo con su volátil encaje.

Después de Bach, siguió la Sonata Op.10 No.3 de Beethoven. La elección de tempi de todos los movimientos ha sido clave en la interpretación de Sokolov. Los tempi moderados procedían en primer lugar de la claridad de la enunciación, que a la vez le permitieron exponer sus ideas de tal forma que uno no podía dudar de su justificación. La interpretación fue hasta tal punto convincente que uno hubiera creído que ésta es la única versión posible de la sonata. Algunos podrían tildarlo de perfeccionista, ya que cada detalle y cada frase estaban increíblemente perfilados y tenían su sentido propio. Pero en realidad es que para Sokolov cada nota tiene su principio y fin (como dijo en su día el famoso pedagogo Heinrich Neuhaus), cada una es una célula llena de vida con su propio valor emocional. Los movimientos extremos se presentaron con cierta ligereza, contrastando a la vez con un carácter impetuoso y una intensidad de "alto voltaje". La articulación fue tan clara y refinada que hasta parecía crujiente, lo que hacía las texturas sumamente transparentes. El Menuetto contrastó por su fraseo melódico y un tempo muy moderado. Pero la máxima gravedad emocional recayó en el segundo movimiento Largo e mesto. De carácter fúnebre y lleno de profundo dolor, sin duda fue uno de los momentos más impactantes de la tarde. Mientras progresaba el movimiento, la desolación se intensificaba con cada paso que daba Sokolov. Los acordes súbitos, marcados con sforzandi, parecían convulsiones, que Sokolov logró con ataques de percusión rápida, generando una sonoridad sin precedente.

La segunda parte del concierto fue íntegramente dedicada a Schubert. La Sonata D.784 es una obra infinitamente trágica: oscura, casi depresiva, nos adentra en el mundo de un Schubert donde la esperanza no tiene oportunidad de sobrevivir. En el primer tiempo Sokolov mantuvo un impactante pulso rígido e inflexible y creó una resonancia orquestal en los registros graves del instrumento que ponían de manifiesto el sentimiento de desolación y el cansancio que reflejaba la partitura. El Andante fue expuesto por Sokolov como un mundo irreal, un sueño lúcido, donde la esperanza parece renacer brevemente antes de darse definitivamente por perdida. Con sonido celeste y fraseo refinado, Sokolov hizo del segundo movimiento el discurso más sincero e íntimo de Schubert. El tercer movimiento se presentó con tempo moderado y una articulación cristalina, que a la vez reflejaba esa agonía interior de un alma perdida.

Después de la sonata siguieron los Momentos musicales D.780. Escritos entre 1823 y 1828 y publicados durante el último año de vida de Schubert, fueron principalmente concebidos como piezas de salón, unas joyas, donde Schubert abre las puertas a su mundo más íntimo. Sokolov los interpretó de un modo narrativo donde distintas emociones y experiencias fueron expresadas por el mismo personaje, unificando así la obra en un ciclo completo. Y la verdad es que con Schubert me faltan las palabras. Llegados a este momento, ya casi no importaba cómo lo tocaba o qué hacía exactamente Sokolov, porque había algo mucho más potente que se apoderaba de uno. Era esa fuerza universal, transcendente que nos arrastra con su corriente y que nos obliga a seguir sin oposición alguna. Esa fuerza te hace sentir mejor persona, o posiblemente te proporcione un alivio emocional, o quizás ganas de llorar o reír se confundan entre sí aportando una paz interior o incluso esa sensación de bendición. Ésto es una experiencia espiritual, casi mística donde el alma se purifica a través de la música, y en esta ocasión no temo utilizar la palabra genio. Sokolov lo es. Porque es capaz de crear experiencias transcendentales.

Y esto no se termina aquí. Para cerrar, llegó la parte aún más mágica: lo que viene fuera del programa, las propinas. Es poco frecuente que un músico obsequie al público con tantas propinas como lo hace Sokolov. En esta ocasión nos deleitó con seis: cuatro Mazurcas y el Preludio Op.28 N.15 de Chopin, seguidos por un Vals de Griboyedov. Cuando la inspiración parece ser ya infinita, Sokolov por fin nos deja acercarse a sus propias emociones y nos abre su yo personal. Casi nos deja olvidar que las mazurcas son danzas, porque en manos de Sokolov se convierten en su revelación. Ninguna interpretación de Chopin es hasta tal punto poética y a la vez tan profunda como la de Sokolov. El Vals de Griboyedov pareció un vals bailado en un sueño… Melancólico y frágil se fue disipando como una brisa que puso punto final a esta inolvidable velada.

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