Suiza

Dichosos recortes

Alfredo López-Vivié Palencia
viernes, 4 de septiembre de 2015
Sabine Meyer © OCG Sabine Meyer © OCG
Lucerna, domingo, 30 de agosto de 2015. KKL Konzertsaal. Festival de Lucerna en Verano. Sabine Meyer, clarinete. SWR Sinfonieorchester Baden-Baden und Freiburg. François-Xavier Roth, director. György Ligeti: Lontano; Márton Illés: Re-akvarell para clarinete y orquesta; Béla Bartók: Concierto para orquesta, Sz. 116. Ocupación: 60%
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La otra cara del Festival de Lucerna la constituye su compromiso con la música de hoy, traducido principalmente en la labor de Pierre Boulez al frente de su Academia, y en el hecho de que en cada edición no bastan los dedos de ambas manos para contar los estrenos mundiales. Como en el caso de esta “matinée” (pocas corbatas, público escaso pero joven y entusiasta), en la que se ofreció la primera audición de las Re-acuarelas del compositor húngaro Márton Illés (Budapest, 1975), dentro de un programa magiar al ciento veinte por ciento.

Y como aquí siempre se recurre a los mejores especialistas, sobre el escenario estaba la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baden-Baden y Friburgo, con su titular el maestro francés François-Xavier Roth. Las orquestas de las emisoras públicas regionales tienen mucho que ver con la parte cultural del “milagro alemán” desde su creación en la posguerra y hasta el día de hoy: baste sólo recordar que –entre las más de 400 “premières” que constan en su curriculum- fue precisamente esta orquesta quien estrenó Lontano de Ligeti en la edición de 1967 de aquel tarro de las esencias de la modernidad llamado Festival de Donaueschingen.

Y qué fascinante sigue siendo la música de Ligeti casi medio siglo después; y qué incomparable es escucharla en vivo cuando se encomienda su interpretación a manos expertas. Y qué grande es esta orquesta, equilibrada en rotundidad y poderío en todas sus familias. Roth recurrió a la enorme paleta sonora de su centuria –aquí, más que de colores, hay que hablar de tímbrica y de polifonía- para dar una versión absolutamente sobrecogedora: resulta inevitable recordar El Resplandor de Stanley Kubrick y atribuir a esta música poderes telepáticos que escapan del control de la mente.

A Márton Illés le encargaron el año pasado una pieza para clarinete solo, con motivo de un concurso en un conservatorio. Escribió así sus Tres Acuarelas, cuya reelaboración en forma de concierto para clarinete y orquesta –comisionada por el Festival de Lucerna y la Radio del Norte de Alemania (de nuevo la benemérita labor de la radio pública)- constituye el estreno de esta mañana. La obra, de unos veinte minutos de duración, se presenta en tres movimientos (lento-rápido-lento) y requiere una amplísima plantilla orquestal (que, como curiosidad, incluye un acordeón).

Sabine Meyer es seguramente la solista de clarinete más afamada en la actualidad, y una artista bien conocida aquí porque comanda ese atril en la Orquesta del Festival desde que Claudio Abbado la refundase en 2003. Illés no se lo puso fácil (ni a ella ni a la orquesta), porque su pieza es extremadamente exigente tanto en aspectos técnicos como discursivos: los movimientos lentos parecen hacerse y deshacerse continuamente, mientras que el rápido supone un ejercicio de virtuosismo llevado al límite. Además, en el lenguaje de Illés hay pocas concesiones y cuesta hacerse con la pieza, aunque sus elementos rítmicos ayudan; y desde luego, como buen húngaro, sabe orquestar con transparencia. El público recibió el estreno –y a su autor- con muchos y largos aplausos.

Tenía yo curiosidad por ver a Roth en vivo, habida cuenta de la buenísima impresión que me han causado sus grabaciones de los poemas sinfónicos straussianos. Y su versión del Concierto para Orquesta no me defraudó en absoluto. Al contrario: Roth reveló, con gesto nervioso y mirada penetrante, un trabajo de ensayo rigurosísimo, un gran conocimiento de su instrumento, y un concepto impecable de la obra. Muy idiomáticos los intermedios (sensuales las parejas madereras en el primero, y sin abusar en el segundo de la parodia en el recuerdo de Shostakovich), profunda la “Elegía” en una ejecución limpísima, y trepidantes los movimientos extremos (qué gran control de los medios en los estiramientos sonoros de la introducción), sobre todo ese final arrollador, dicho por la orquesta con tanta claridad como brillantez.

Al público le encantó, y premió la interpretación con generosidad. Y cuando todos pensábamos que Roth iba a anunciar protocolariamente una propina, va y dice lo siguiente (que espero traducir con precisión): “Damas y caballeros, acaban de escuchar lo que ha sido el trabajo de esta orquesta durante casi setenta años: hemos tocado un estreno mundial, esta orquesta dio la primera audición de la obra de Ligeti, y tampoco ha olvidado el gran repertorio. Y, sin embargo, el de hoy ha sido su último concierto, porque hay gente en el sur de Baden que piensa que esto no es importante.” (Ciertamente, en 2016 la Orquesta de Baden-Baden y Friburgo se fusionará con la Sinfónica de la Radio de Stuttgart). El público se puso en pie, y a la intensidad del aplauso unió la de la protesta; y nunca sonó tan triste el Intermedio de Rosamunda.

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