Francia
Un Don Giovanni neoliberal, temerario y seductor
Teresa Cascudo
En 2006,
tuvo la idea de invitar a a firmar una nueva puesta en escena de destinada al escenario del Teatro Garnier. Fue su primera incursión en el mundo de la dramaturgia operística. Las crónicas periodísticas de entonces, que todavía se pueden consultar online, son testimonio del interés que suscitó el encargo, incluso en medios españoles. Posteriormente, se ha repuesto sobre el escenario del teatro de la Bastilla. Casi una década después, sigue funcionando con éxito.Lo que se ve en escena es el pasillo de la sede de una multinacional: un ascensor y dos niveles de puertas de despachos a la izquierda y un gran ventanal, con vistas a otros edificios de oficinas, a la derecha. Las puertas, por cierto, se usan como en las películas de
: son también parte de la dramaturgia. Haneke, además, explicita los cambios que introduce en la caracterización de los personajes y de la situación dramática. Don Giovanni, el caballero libertino, se convierte en un joven director general cuyo perfil psicológico es el de un depredador. A partir de aquí, los restantes personajes del drama de Da Ponte ocupan su lugar en la ecología de una empresa: desde el dueño y su hija, la heredera (el Comendador y Donna Anna) hasta el equipo de limpieza y mantenimiento (del que forman parte Zerlina y Masetto). Por supuesto, esta preocupación pedagógica se relaciona con lo que podríamos sintetizar como el discurso anticapitalista de Haneke. Se podrá estar en desacuerdo con este tipo de transferencias e, incluso, ideológicamente, en contra de ésta en particular, pero lo cierto es que, en conjunto, es coherente y está bien concebida y conseguida.En el desenlace, Haneke plantea la cuestión de la única posibilidad que tienen los que ocupan el lugar inferior en la jerarquía para liberarse: el recurso a la la violencia. Entre todos, con sus rostros ocultos detrás de una máscara del ratón Mickey, lanzan a Don Giovanni por la ventana para que, después, la multitud que representan cante la famosa moraleja de este dramma giocoso: “Éste es el fin del que obra mal; / y, de los pérfidos, la muerte, / siempre es igual a la vida.” Lo irónico es que, en la misma dramaturgia, este desenlace acaba por ser una consecuencia de lo que ocurre justo antes del enloquecido 'Finch'han dal vino’, cuando el protagonista está a punto de lanzarse él mismo al vacío, pero Leporello se lo impide. Es decir, la reacción anónima y colectiva, en la que no falta un toque de surrealismo, es un resultado de la provocación consciente por parte de Don Giovanni. Este elemento surrealista y perturbador, que Haneke tambien introduce en posteriores puestas en escena, tal como en sus obras cinematográficas, está ya presente en este Don Giovanni. Véase, a este propósito y en Mundo Clásico, la crítica de Mikel Chamizo al Così, su segunda puesta en escena operística, que dirigió en el Real hace un par de temporadas.
En este caso, además, el trabajo de escena realizado con los cantantes es excelente, contando además con un reparto en el que, vocalmente, también prima la excelencia, en particular en el cuarteto formado por Don Giovanni, Don Ottavio, Donna Anna y Donna Elvira. Artur Rucinski es un cantante excepcional: compone un personaje brutal, temerario y seductor al mismo tiempo, tanto en lo vocal como en lo gestual. Uno de los momentos operísticos más emocionantes que he vivido se lo debo a él (y también a la puesta de escena de Haneke), cuando empezó a cantar “Elvira, idolo mio…!” en el trío 'Taci, ingiusto core' que, seguidamente, la genialidad de Mozart y Da Ponte coronó con la canzonetta de 'Deh, vieni alla finestra'. Pues bien, otras puestas en escena subrayan el lado bufo de la situación: la preparación del “cambiazo” del caballero por su criado en los brazos de la amante despechada que, en su desesperación y consumida de deseo, no nota la diferencia. Esta puesta en escena, sin embargo, permite centrarse en la belleza -y, por supuesto, la excelente técnica- de la voz de Rucinski, quien hace que, por momentos, todos, y seguramente él mismo como Don Giovanni, se dejen abandonar al poder encantatorio y disuasorio de la pura vocalidad. Maria Bengtsson, Karine Desjayes y Matthew Polenzani, aunque es evidente que sus respectivos papeles no se puedan comparar en complejidad con el de Don Giovanni, son también cantantes de primer nivel, con voces hermosas y expresivas y con una línea impecable de canto.
En el foso, Patrick Lange tuvo el papel fundamental que todo buen director tiene que asumir para que la perfección del engranaje dramatúrgico mozartiano se muestre en todo su esplendor. Al frente de la Orquesta de la Ópera Nacional de París, sacó partido a los constantes contrastes rítmicos y tímbricos que caracterizan a la partitura y se mostró como un “concertador” impecable.
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