España - Galicia

Normalizar nuestra escena

Paco Yáñez
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Santiago de Compostela, lunes, 26 de octubre de 2015. Paraninfo da Universidade/Igrexa da Universidade. Cuarteto Gerhard. György Kurtág: Officium breve in memoriam Andreae Szervánszky. Alfredo Aracil: Cuarteto de cuerda Nº4 "Figura ante el espejo". George Crumb: Black Angels. Ocupación: 50%
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Poco a poco, compás a compás, en ocasiones a un tempo exasperante, la vida musical española va ganando cotas de lo que podríamos denominar 'normalidad' con respecto a lo que en Europa es tradición y cotidianeidad desde hace décadas. País de sobresalientes voces, la presencia de agrupaciones camerísticas españolas en el contexto europeo parece haber dado un salto significativo en lo que llevamos de siglo XXI; entre otros, gracias a los cuartetos de cuerda, y aquí es de justicia nombrar a agrupaciones como el Cuarteto Casals, el Cuarteto Quiroga, o el Cuarteto Bretón...

...precisamente, el Cuarteto Bretón era uno de los conjuntos invitados a las Xornadas de Música Contemporánea de Santiago de Compostela 2015, en el que se prometía uno de los platos fuertes de su programación (con partituras de Philip Glass, Alfredo Aracil y George Crumb). Finalmente, el Cuarteto Bretón no ha podido acudir a su cita compostelana, pero su lugar lo ha ocupado una joven agrupación llamada a figurar (si no lo hace ya) entre los mejores cuartetos españoles, el Cuarteto Gerhard, cuya propuesta ha mantenido la del Bretón, sustituyendo la partitura de Philip Glass (Cuarteto de cuerda Nº6, 2013, en el que hubiese sido su estreno en España) por la de uno de esos compositores que tanto echamos en falta en nuestras salas de conciertos, por un György Kurtág (Lugoj, 1926) que ha venido esta noche en Compostela, como lo ha hecho George Crumb (Charleston, 1929), a cubrir ese agujero negro de la música contemporánea por el que se desintegra el conocimiento que nuestro público pudiera construir en vivo de los grandes creadores de la segunda mitad del siglo XX, año tras año prácticamente obviados, ya sea en las programaciones de cámara o en las orquestales. Es por ello que la presencia de dos verdaderos maestros como Kurtág y Crumb engrandece cualquier cita con la contemporaneidad que se precie, y más si son servidos con la excelencia con las que el Cuarteto Gerhard los ha interpretado en Galicia. Si a ello le sumamos la muy pertinente idea (en unas jornadas de esta naturaleza) de programar a un compositor vivo (además, presente en la sala), el concierto adquiere una vigencia y un sentido que convierte el evento en un hecho artístico pleno y trascendente, alejándose de propuestas extemporáneas o de esperpentos paródicos de los que es mejor ni hablar, pues a perderse en el tiempo es a lo que están destinados: puras anécdotas históricas...

Y es que observar y sentir, con la cercanía que nos permite una sala de reducidas dimensiones como el Paraninfo de la Universidad de Santiago de Compostela, al Cuarteto Gerhard abordar el tercer cuarteto de Kurtág, su Officium breve in memoriam Andreae Szervánszky opus 28 (1988-89), es adentrarse en lo más profundo del arte musical, ya sea humana o técnicamente, trazando un arco con la tradición centroeuropea que el Gerhard ha enfatizado especialmente con Anton Webern como antecedente ineludible. De hecho, la música de Webern es una de las referenciadas en este cuarteto, ya no sólo estilísticamente, sino a través de la cita, aquí de su Cantata Nº2 opus 31 (1943); sumándose a la también referencia explícita a la Serenata para cuerdas (1947-48) de Endre Szervánszky, pionero en la introducción del dodecafonismo en Hungría y compositor magiar a quien dedica Kurtág este verdadero réquiem para cuarteto. Officium breve in memoriam Andreae Szervánszky se convierte, así, en todo un álbum de memorias, en un cortejo de sombras, de recuerdos de los amigos, maestros y compañeros de Kurtág ya diluidos en el tiempo; incluidos algunos de sus credos musicales, como Johann Sebastian Bach o Ludwig van Beethoven, audibles entre líneas en más de un momento.

Es por ello la extrema heterogeneidad de esta partitura, a pesar del laconismo y la parquedad que pueda aparentar de un modo externo en su capa más superficial, si uno no se adentra en la interioridad del sonido kurtagiano: en el peso de cada nota, en la intencionalidad del ataque, en el abismo de un intervalo. Los miembros del Cuarteto Gerhard cuentan entre sus maestros a András Keller, y diría que éste se ha filtrado en la concepción de su lectura del opus 28 de Kurtág, que se acerca en intenciones a las versiones de los años 1995 (ECM 1598) y 2000 (EuroArts 2050758) del Keller Quartet; desde luego, más que al universo aristado del Arditti Quartet en su (también soberbio) registro de 1990 para Montaigne (MO 789007). El Gerhard respira cada nota y no deja de plantear las muy diversas particularidades de cada una de estas quince piezas, en las que van de lo puntillista y atomizado a un legato denso y bien apuntalado, por momentos haciendo de sus instrumentos una sola voz en continuum, en buena medida gracias a la homogeneidad de su formación, a la respiración conjunta, al compartir una idea que se ve trabajada, sentida e interiorizada, en la que no dejan de hacer explícito el poético lirismo, sombrío y nostálgico, de Kurtág, tan sentidamente crepuscular, como corresponde a esta elegía. El poder contemplar al conjunto español a tan sólo un par de metros de distancia permite adentrarse en sus complicidades, en los más livianos gestos, en el roce más sutil del arco, así como en las energías que se van dispersando/conectando por el cuarteto, y esta partitura tiene mucho de levedades y gravitaciones suspendidas: sean notas en el lienzo del silencio, sean presencias en el éter del recuerdo...

Del actual Premio Nacional de Música, Alfredo Aracil (Madrid, 1954), escuchamos una partitura que me ha gustado por su amplio abanico técnico y su también unitaria respiración musical, de honda expresividad y notables resultados artísticos: los que presenta su Cuarteto de cuerda Nº4 "Figura ante el espejo" (2010), obra que tuvo como dedicatario al ausente Cuarteto Bretón, que en mayo de 2010 la grabó para el sello Verso (VRS 2095). Hay en este cuarteto de Aracil más contrastes técnicos que en el de Kurtág, se ha asimilado la tradición, pero también las técnicas extendidas de la avantgarde, en todo caso expuestas de forma muy puntual, traídas con toda la intención para reforzar momentos muy concretos con texturas y una ampliación de universos sonoros de gran sugerencia (desde luego, mayor que en las anteriores entregas de un ciclo de cuartetos, el de Aracil, que parte ya del año 1975, cuando escribe con tan sólo 21 años su primera entrega: Música de cámara, cuarteto sobre el que gravita Ligeti con gran fuerza). En líneas generales, sus seis movimientos -de duración variable; algunos de ellos, en este sentido, tan kurtagianos como webernianos- presentan un 'enfrentamiento' entre los dos violines, y sus tesituras generalmente agudas, vibrantes en sus trémolos en la punta del arco, y un dúo de viola y violonchelo en cuyas voces se concentran los recursos técnica y expresivamente más extendidos e interesantes. Como cuarteto del siglo XXI que es (dentro de una de sus tradiciones ya más sólidas), los procesos de energía son uno de los ejes fundamentales de estudio, aquí a través de los diversos grados de presión del arco; de nuevo: de lo más liviano, casi inaudible, en los violines (que llegan a dramatizar un roce atacado y detenido en el aire, en el límite del contacto con la cuerda, creando la expectativa sonora, la no-epifanía de lo audible, el que diría José Ángel Valente «no-ser»), hasta los grados de compresión más virulentos en las cuerdas graves, atacadas ya sea con opresivos glissandi en unas cuerdas apagadas con la palma de la mano sobre el diapasón, o en un staccato demorado para crear un sonido abrasivo e hiriente de raigambre lachenmanniana.

Alfredo Aracil nos dice, con respecto a la percepción temporal de Figura ante el espejo, que «es una obra límite también en su estructura y desarrollo, haciendo que el oyente tenga la impresión de que el tiempo transcurre pero la música permanece siempre en el mismo lugar y nada de lo que sucede conduce a ninguna parte». Quizás la técnica de espejos que utiliza entre algunos de sus movimientos (señala especialmente Aracil sus partes III y V) es la responsable de que el material se vuelva a confrontar con nosotros y cree cierta ilusión de recurrencia, de circularidad; pero, en mi opinión, la especial vivencia del tiempo que uno experimenta a lo largo de esta notable página viene dada por su gran musicalidad y el carácter de fluido incesante que despliega; un fluido que no deja de incorporar y reinterpretar sus materiales, de forma compacta y plena de sentido, además de ampliamente heterogénea, como al comienzo señalaba. A ello ha ayudado una versión del Gerhard realmente contundente en las técnicas más modernas, como expresiva y sutil en lo más delicado. Se disfruta verdaderamente esta página en los arcos del cuarteto catalán, en la intensidad con la que viven esta música, lo cual nos crea una sana envidia a los que observamos desde el otro lado (además de, a uno, reproches por haber abandonado los estudios de violín tan prematuramente: ese instrumento ahora triste objeto decorativo y espejo ante el cual la figura que se refleja se echa en cara decisiones tomadas en el tránsito de la desorientada adolescencia, hastiado de una formación musical trasnochada y obsoleta... Al final, volveremos sobre ello). 

Momento del concierto del Cuarteto Gerhard  el 26 de octubre de 2015 en el marco de las Xornadas de Música Contemporánea de Santiago de Compostela 2015Momento del concierto del Cuarteto Gerhard el 26 de octubre de 2015 en el marco de las Xornadas de Música Contemporánea de Santiago de Compostela 2015 © Paco Yañez, 2015

En su día reseñé para Mundoclasico el estreno gallego del soberbio Black Angels (1970), de George Crumb, interpretado en A Coruña por el Grupo Instrumental Siglo XX el 1 de julio de 2007, como parte del extinto Festival Mozart. En aquella reseña profundizaba en una partitura que es una auténtica delicia, tanto para la vista como para el oído, si bien estas «Trece imágenes de la tierra oscura» sonaron hoy de un modo radicalmente distinto a lo escuchado hace ocho años; en primer lugar, porque el GSIXX había abordado Black Angels tal y como fue concebido, con un cuarteto de cuerda eléctrico, mientras que el Cuarteto Gerhard lo ha hecho con sus instrumentos acústicos, generosamente amplificados con micrófonos direccionales en la Iglesia de la Universidad compostelana, buscando lo que los miembros del Gerhard me decían, al final del concierto, un ligero efecto de distorsión por medio de los altavoces; efecto que, al menos en la primera fila, no se percibía nítidamente, y sí cierta saturación que, en todo caso, revelaba una presencia acústica potente y generosa, con momentos de verdadero impacto, lo que ayuda a dar relieves a esos microuniversos que Crumb despliega en todo el instrumental ad hoc que dispone en torno/entre los músicos: tam-tams, maracas, armónicas de cristal, dedales metálicos, baquetas, etc.; junto con emisión de fonéticos, silábicos y silbidos (algo para cuya mejor audición en otras lecturas los músicos van equipados con micrófonos; no así esta noche en el recinto eclesial en el que se desarrolló la segunda parte del concierto, a pesar de que la amplificación dio cuenta más que suficiente de ese universo crepitante, repleto de significados y alusiones).

De ahí que la naturaleza acústica haya variado mucho entre las versiones de GISXX y Cuarteto Gerhard: más agresiva y visceral la primera, apoyados en esa sonoridad eléctrica que le confiere cierta extrañeza al conjunto, más cuando estos instrumentos modernos son el medio para la enrarecida expresión que Crumb lleva a cabo de su también cortejo de citas, lo que vincula de algún modo su partitura con la de Kurtág, con esa mirada a un pasado que se tiñe de muertes y sombras (en el caso de Crumb, sumado a su denuncia de la muerte ejercida indiscriminadamente por un Estado, el norteamericano, en la coetánea Guerra de Vietnam). Más allá de las características de sus instrumentos, en el Gerhard ha primado el refinamiento, aunque cierto es que sus acústicos les han permitido una mayor delicadeza, así como una sonoridad más 'historicista' tanto en las citas de las danzas renacentistas, como de la Sonata para violín en sol menor (1692-70) de Tartini, o del Cuarteto Nº14 (1824) de Schubert. Los pasajes ejecutados con sus instrumentos en vertical invertidos (tal y como se observa en la fotografía que acompaña a esta reseña) fueron expuestos incidiendo en esas fantasmagorías histórico-musicales, atacadas con el arco las cuerdas en la parte más cercana a las clavijas, mientras que la digitación se ejecutaba en la parte opuesta del diapasón.

En resumen, una versión de Black Angels realmente notable, de sutilidades y calidad musical más afinada que la versión del estreno gallego; pero que nos deja en el 'debe' la ejecución de esta partitura por parte del Gerhard con instrumentos eléctricos, pues daría un giro y otro sentido a su lectura. Esperemos que, con el paso de los años, nos visite de nuevo este joven conjunto (que, en mi opinión, ha firmado el mejor concierto de las Xornadas compostelanas), al que esperan tantos retos y tantas aventuras musicales como a unas jornadas de música contemporánea podrían convocar, los cuartetos de los Nono, Cage, Lachenmann, Feldman, Sciarrino, Ferneyhough, Rihm, Sánchez-Verdú, Xenakis, Ligeti, Berio, etc., etc., etc.; y así seguir normalizando nuestra escena, ya no sólo en cuanto a la diversificación de intérpretes, sino en cuanto a aquellos repertorios de los que tan necesitados (algunos) nos sentimos...

...quizás la forma de que esta necesidad y demanda sean mayores pueda venir (como casi siempre -medios de (in)comunicación aparte-) de los centros de formación, de las escuelas de altos estudios musicales y de los conservatorios, en colaboración con los cuales este tipo de jornadas bien podrían programar clases con intérpretes y compositores para adentrarse en un universo ya no sólo estilístico, sino técnico, que algunas orquestas europeas exigen en sus audiciones a día de hoy (y en el entorno de Galicia, la Sinfónica do Porto es un ejemplo). De este modo, se daría una proyección mayor a este tipo de eventos, además de dejar un poso también trascendente más allá de los escenarios, en los viveros de quienes deben seguir normalizando nuestra música con respecto a donde la quisiéramos ver... 

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