España - Euskadi
Mantrus gravis
Ainhoa Uria

Podría parecer coincidencia que un grupo de contrabajos fuera tocado por un grupo de hombres. La pregunta es, ¿a las mujeres no les gustan los sonidos graves? ¿No se supone que las mujeres heterosexuales gustan de escuchar sonidos graves? Qué mejor manera de tener a un hombre que tocando el contrabajo. ¿Son las características físicas de envergadura las que hacen desistir de esa elección a las féminas o por el contrario, seguimos viendo poco fino que una mujer toque el contrabajo por las causas que sean? En fin, curiosidades.
No cabe duda que un grupo de contrabajos imponen a primera vista pero el sonido aplacado de la madera que se oía contrastaba con la envergadura de los instrumentos.
El concierto comienza de forma mántrica en todo su esplendor. Trauer-Ode, para seis violoncellos, de Hans Werner Henze se origina a raíz de la muerte de su amiga y mecenas la princesa Margaret von Hessen und bei Rhein (1913-1997) y fue estrenada por Rostropovich. Esta música que podría recordar a Philip Glass en aspectos, presenta el tratamiento cálido del sonido y va dar paso al resto de mantras que se van a dejar oír durante la primera parte. Scelsi es el único compositor de este concierto que titula como mantra a su obra, que por otro lado consigue la espiritualidad necesaria para ostentar el nombre que lleva. Es una obra en la que la comunicación con el silencio es patente.
El príncipe Carlo Gesualdo di Venosa se encontró con su mujer amancebada con otro hombre en la cama y lejos de plantearse si atendía bien o mal las necesidades de ella, decidió acabar con la vida de ambos, quedando el pobre maltrecho de por vida y regalándonos unos preciosos madrigales de los que se toma cuenta en esta primera parte. Se echa de menos algo más de articulación en la interpretación y la propia música pide el agudo para su completo disfrute aunque la cantidad de armónicos audibles del contrabajo hacía que el sonido corriera por toda la sala. En el transcurso de los tres madrigales se oían hemiólias, terceras picardas y cambios de tempo que devolvían al pasado, a la época figurativa, una evolución hasta la tercera obra, mucho más expresiva a nivel dinámico en la que el grosor de las cuerdas ponía mucha más carne en el asador logrando un dramatismo descriptivo del dolor del compositor, ciertamente comprensible.
Pasamos a lo que a mi entender es el tercer mantra. La obra de Rocato eleva desde el primer segundo y ciertamente sólo había un contrabajo con un arco francés cuando se podían oír sonidos de flauta, percusión y cuerda. Las texturas y voces iban cambiando de preferencia y el continuo movimiento lo iba convirtiendo en algo visualmente hipnotizador.
Uno, dos, tres intentos, armonía figurativa en tesitura central. Se segregan perfectamente el tema y la textura, Un agudo inquietante, la armonía se sosiega. La melodía realiza un dúo con la persistencia de quienes irrumpen en ella hasta que lo más parecido al ruido chisporroteante del sol culmina el proceso. Vuelven las preguntas y el agudo inquietante que da lugar al descanso, después del cuál el octeto se reunió bajo la dirección de Tonino Battista. La obra de Scondanibbio recuerda a una lana gris con puntitos de colores más o menos largos en forma de sonido prolongado interrumpido por esos brillos. Un ruido blanco anticipa la entrada de sonidos mecánicos como si de una fábrica se tratase. Ascendentes crescendo y descendentes suaves cada vez en menos espacio de tiempo hasta tornarse quasi violentas...
El trabajo de Ludus Gravis muy preciso y sensitivo, necesario para hacer frente a la multitud de texturas, muy laborioso e intenso. En cuanto a la dirección de Daniele Rocato desde la formación fue excelente así como solista y el de Tonino Battista muy claro para llevar a cabo todas las sensaciones del Ottetto, incluida la de el corte en seco que hace que el silencio suene más que el propio sonido.
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