Discos
Gran Orpheo Fagioli
Raúl González Arévalo
Inesperada y bienvenida grabación de este Orfeo ed Euridice en un momento en que la versión de Viena (1762) parece haber perdido popularidad frente a la de París (1774), y con la opción de Berlioz (1859) siempre a mano. Efectivamente, a lo largo del siglo XX la referencia era la edición Ricordi, que tomaba elementos de todas y no era fiel a ninguna. Como ejemplo, las magníficas grabaciones de Fasano con Shirley Verrett (RCA 1965) y de Solti con Marilyn Horne (Decca 1969).
Limitándonos a las ediciones sólo audio, con la irrupción de la filología y las ediciones críticas tomó la delantera la versión de Viena, con grabaciones como la dirigida por Riccardo Muti (Emi 1981), con una orquesta moderna reducida y Agnes Baltsa como Orfeo, o la protagonizada excelentemente por René Jacobs (Accent 1982), que dos décadas más tarde plasmaría su propia versión como director (Harmonia Mundi 2001) en otra referencia obligatoria para el título con Bernarda Fink en el papel de Gaetano Guadagni. Entre medias apareció la más redonda de todas, con un John Eliot Gardiner en estado de gracia y Derek Lee Ragin en el mejor registro de toda su breve y fulgurante carrera, con matices inigualados hasta ahora (Philips 1991).
La disponibilidad de tenores capaces de hacer frente a la aguda tesitura de haut-contre puso de nuevo en circulación la versión de París en el siglo XXI, que hasta entonces sólo contaba con la histórica prueba de Leopold Simoneau (Philips 1956). Así, junto a la honesta pero fallida grabación de Brown y Fouchécourt (Naxos 2002) apareció la deslumbrante de Minkowski y Croft (Archiv 2002). La última con López Cobos y Flórez no aporta nada nuevo (Decca 2009).
Con la plétora de contratenores que han alcanzado en los últimos años el estrellato es curioso que ninguno haya dejado su propia grabación del Orfeo vienés, que se había convertido en patrimonio suyo. Bien es cierto que la tesitura central del papel no conviene a las voces más agudas como Jaroussky. Pero ni Daniels ni Scholl lo hicieron al filo del nuevo milenio, ni más recientemente Max Emanuel Cenčić. Ha sido la última estrella llegada al firmamento lírico la que lo ha fijado en disco, con una propuesta particular. Así, junto a la versión original vienesa (discos 2 y 3) hay una selección de un híbrido de Viena y París, presentado bajo el título de Orpheo, con el que ha estado de gira (disco 1). Más allá de la mayor o menor justificación filológica de la operación, el mayor interés estribaba probablemente en poder escuchar la interpretación de “Addio, o miei sospiri!” por quien pasa por tener una coloratura deslumbrante, como reivindicaba recientemente con Siroe, re di Persia de Hasse [leer crítica], o Artaserse y Catone in Utica de Vinci [leer crítica]. El resultado es sorprendentemente decepcionante: la falta de nervio en la dirección se traduce en una versión sin tensión dramática; la coloratura es buena, pero no apabullante. Y se podrían haber propuesto variaciones más llamativas en el da capo. Para una versión reciente más atractiva me remito a la grabación del aria atribuida a Bertoni por Max Emanuel Cenčić [leer crítica].
Afortunadamente en la grabación de la integral de la versión de Viena –completa salvo por un par de danzas– Franco Fagioli ratifica las razones de su estrellato y se reivindica además como intérprete versátil más allá de la capacidad para la coloratura, precisamente lo que las brillantes grabaciones de Vinci habían hecho dudar. Fagioli seduce por la pureza de tono y la nobleza de acentos, apoyados por una musicalidad excepcional. La escena de las furias tiene la dosis justa de intensidad dramática. La sensibilidad y la delicadeza de “Il mio ben chiamo così” y de “Che farò senza Euridice”, sensiblemente variada, lo sitúan a la cabeza de toda la discografía junto con Ragin. El timbre es menos ácido que el del americano y más atractivo que el de Jacobs, aunque no escapa al engolamiento de las notas más graves.
A su lado no convence Hartelius, una Euridice musical en “Che fiero momento”, pero de voz ácida y sin el encanto de una Lorengar o una Moffo, mientras que de Negri retrata un Amor inesperadamente grave, lejos de la despreocupación de una Donath o una Sciutti, que me parecen más acertadas. Muy bien el coro Accentus, sensible e implicado en el acto segundo. Buena en general la dirección de Laurence Equilbey en su primera grabación, aunque hay algunas caídas de tensión, como en la Danza de las Furias. La orquesta Insula responde con una buena paleta de colores y un sonido equilibrado, limpio en los ataques y virtuoso donde precisa.
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