España - Madrid

Gergiev en todas sus facetas

Mikel Chamizo
viernes, 29 de enero de 2016
Madrid, viernes, 15 de enero de 2016. Auditorio Nacional. Claude Debussy: Prélude à l'après-midi d'un faune. Dmitri Shostakovich: Concierto para violín núm.2 en do sostenido menor, Op.129. Hector Berlioz: Sinfonía Fantástica, Op.14. Richard Wagner: Preludio del Acto I de Lohengrin. Aleksandr Skriabin: Poema del Éxtasis, Op.54. Piotr Ilich Chaikovsky: Sinfonía núm.6 en si menor, Patética, Op.74. Janine Jansen, violín. Münchner Philharmoniker. Valery Gergiev, director. Ciclo Grandes Orquestas del Mundo de Ibermúsica. Ocupación: 90%.
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Debido a que a las siete de la tarde la Orquesta Nacional de España presentaba la versión sin escena del Holandés errante en la sala sinfónica, el primero de los dos conciertos de la Orquesta Filarmónica de Múnich en Madrid, el del viernes 15 de enero, comenzó a las 22:30. Por ese motivo, la Sinfonía Fantástica de Berlioz, que ocupaba la segunda parte de la velada, no se abordó hasta pasada la medianoche. Los españoles quizá estemos más acostumbrados a alargar nuestras jornadas, ¿pero era prudente pedir a los músicos de la Filarmónica de Múnich, que probablemente habían cenado cinco horas antes, afrontar una sinfonía de semejante dificultad a esas horas intempestivas? 

Fue perceptible cómo el rendimiento de los maestros muniqueses descendió notablemente y resultaba amargo comprobar que Gergiev necesitaba gesticular el doble para obtener la mitad de los resultados que lograría de sus músicos en condiciones óptimas de concentración. Porque para seguir el gesto tan particular de Gergiev, respondiendo a los caprichos de cada uno de sus dedos, me temo que hay que estar extraordinariamente concentrado.

En los dos primeros movimientos de la Fantástica hubo cambios de tempo que Gergiev prácticamente hubo de arrastrar con su gesto, múltiples rubatos que se quedaron a medias, las dinámicas suaves fueron desvaneciéndose hacia el mezzopiano, el equilibrio entre familias fue desajustándose poco a poco e incluso hubo un pasaje en el que la orquesta perdió el compás, aunque solo fueron unos segundos y Gergiev lo corrigió con habilidad. El mejor movimiento fue el tercero, en el que por fin afloró cierta sensación de narratividad. Pero el cuarto y quinto, pese a la cantidad de decibelios que desató Gergiev, no pasaron de ser una lectura cuadrada y sin verdaderos logros dramáticos o expresivos, más allá de los que la partitura de por sí atesora. Fue una Fantástica funcional, desde luego, es difícil imaginar a un tándem como este fallando en una obra tan central del repertorio, pero no fue una versión en absoluto memorable. Y fue debido, me temo, a que los músicos estaban cansados.

Es lo que infiero si comparo la calidad de la Fantástica con las interpretaciones del concierto del sábado, o incluso con las de la primera parte de la velada del viernes, que se abrió con un Prélude à l'après-midi d'un faune que a mi me pareció casi milagroso. Si la obra de Debussy no es de por sí demasiado rítmica, Gergiev neutralizó hasta tal punto el pulso que la partitura comenzó a percibirse como una sucesión de masas de color tímbrico que ocultaban por completo la estructura subyacente. Aunque lo intenté en un momento dado, me resultaba casi imposible contar el compás y adivinar el momento preciso en que iba a entrar cada instrumento, tan tenue era el pulso impuesto por Gergiev. Asombrosamente, toda la orquesta iba pegada milimétricamente a la batuta de Gergiev, como si el ruso estuviera realizando un ejercicio de sound-painting. El resultado fue una música que parecía llegar de entre las brumas, timbres surgiendo de un pasado muy remoto, como los colores de los bosques en en los cuadros de Watteau. Un referente pictórico que Debussy quizá pudo tener en cuenta en esta pieza de tema mitológico, tal y como lo hizo Ravel en su Daphnis et Chloé. Gergiev volvió a intentar algo similar con el Preludio al Acto I de Lohengrin del día siguiente, centrando toda su concentración en los aspectos tímbricos a expensas de la sensación de pulso. Fue un experimento interesante, pero con Wagner no pareció funcionar tan bien como con Debussy.

Jean-Antoine Watteau - L'Assemblée dans un parc (1717)Jean-Antoine Watteau - L'Assemblée dans un parc (1717) 

El resto de las obras que abordó la Filarmónica de Múnich provenían del repertorio ruso y a Gergiev se le notaba especialmente en su terreno. En el Concierto para violín nº2 de Shostakovich fue locamente divertido ver con qué complicidad y control -y sentido del humor cuando fue necesario- acompañó el ruso a Janine Jansen. Gergiev, con su extensísima trayectoria dirigiendo ópera en el Mariisnky y sus trescientos conciertos al año, ha desarrollado una mano para la concertación que siempre resulta admirable pero que, en días buenos como el que nos ocupa, arroja unos resultados que dan pleno sentido al concepto de “concierto” y nos hace lamentar que no haya muchos más directores con sus cualidades para acompañar. Además Janine Jansen estuvo inmensa con una obra que, para mí, musicalmente no tiene demasiado que comunicar, pero que cuando se aborda desde una perspectiva gimnástica, como lo hizo ella, nos permite observar fascinados las mejores cualidades virtuosísticas de un gran solista. Jansen estuvo infalible, precisa, con una expresividad recia y emitiendo una energía mímica arrebatadora. Además abordó ciertos pasajes especialmente densos en dobles cuerdas con un toque ligeramente folk que a mí me encantó. En fin, dio exactamente lo que el concierto requería, y lo que no era estrictamente necesario se lo guardó para obras más interesantes.

El concierto del sábado ofreció en su primera parte un Poema del Éxtasis que fue dirigido por Gergiev con cierto sentido wagneriano, como queriendo tender puentes con el Preludio de Lohengrin que había sonado justo antes. En vez de clarificar el denso contrapunto de Skriabin prefirió mantenerlo en un punto de opacidad que es también fuente de su misterio, de forma que las fanfarrias de los metales, elevandose luminosos sobre esas nubes, sonaran memorables en la fantástica sección de metales que posée la Filarmónica de Múnich.

Con todo, el mejor momento de la visita de la orquesta alemana a Madrid fue, indiscutiblemente, la interpretación de la Patética de Tchaikovsky. Gergiev, como buen discípulo de Temirkanov, que a su vez lo fue de Mravinski, huye de ese terrible vicio de dirigir esta sinfonía confesional de Tchaikovsky bajo parámetros mahlerianos. Esto es muy fácil de ver en el Allegro molto vivace, que tantos directores abordan con un carácter de marcha militar. Mravinsky no lo hacía, no lo hace Temirkanov y menos aan Gergiev, en cuyas manos este movimiento de horizontalidad vertigionosa voló ligerísimo, aéreo, formando figuras caleidoscópicas al entrecurzarse los itinerarios de sus figuras arpegiadas, hasta alcanzar un clímax portentoso con la simple estrategia de añadir peso al pulso y a las dinámicas, sin la necesidad de forzar nada. Toda la sinfonía fue expresada en realidad de una forma bastante clásica, sin imponerle los sentidos de una lectura metafísica ni insistir en el programa literario, que al fin y al cabo no sabemos a ciencia cierta de qué trata. Un Tchaikovsky verdaderamente precioso.

 

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