Alemania
"En la noche, Adán es, Sinfonía en do"
Juan Carlos Tellechea

Con los títulos traducidos al español de las tres coreografías que presenta el Bayerisches Staatsballett en esta exquisita velada del jueves 29 de enero de 2016, en el magnífico Nationaltheater de Múnich colmado de público, podríamos hacer varios juegos de palabras. El orden que leen en el encabezamiento no es precisamente el del programa. Pero éste no altera el producto ni la fascinación que ejerce en el público el encuentro de dos horas con los excelentes bailarines de la compañía, dirigidos por el 'Maestro' Ivan Liška (Praga, 1950).
Ha sido una gran suerte que el experimentado Liška haya dirigido al Bayerisches Staatsballett durante los últimos 18 años. Cuando deje (lamentablemente) la dirección al final de la presente temporada, según declaró a este corresponsal, continuará viviendo y trabajando en Múnich para dirigir a la compañía junior, el Bayerisches Staatsballett II, con las jóvenes promesas del futuro, en cooperación con la Fundación Heinz Bosl que la apoya. Liška será sucedido a partir de la temporada 2016/2017 por el bailarín (tradicionalista) ruso Igor Zelensky (Labinsk, Krasnodar, 1969). Los efectos de esta nueva etapa del Bayerisches Staatsballett, fundado en 1988, están todavía por verse.
El espectáculo abre con la Symphony in C (1947), de George Balanchine (1904 - 1983) con música de Georges Bizet (1838 - 1875), la Sinfonía en do mayor (1855); prosigue con In the Night de Jerome Robbins (1918 - 1998) y música de Frédéric Chopin (1810 - 1849); y cierra con Adam is, de la canadiense Aszure Barton (Alberta, 1976), con música del también canadiense Curtis Robert Macdonald (1985).
Siete horas antes de esta función hemos presenciado los últimos ensayos de la compañía, dirigidos personalmente por Liška y su equipo, puliendo, mejorando los pasos, giros, piruetas y posturas de los bailarines antes de subir a escena. Al margen de los ensayos realizamos sendas entrevistas con la primaballerina Lucía Lacarra (Zumaia/Guipúzcoa, 1975), y con el primer bailarín Javier Amo (Bilbao/Vizcaya, 1979) que serán publicadas en los próximos días.
El perfeccionismo perseguido por las treinta y ocho bailarinas y doce bailarines del reparto se traduce en una fiesta para los ojos en la representación de Symphony in C; es la genuina realización plástica de la partitura de Bizet (olvidada hasta 1935). Desde el "Allegro vivo" inicial (con Ekaterina Petina y Erik Murzagaliyev, como solistas principales) crece ese estilo magistral de Balanchine que aprovecha a fondo las indicaciones de la música. En el "Adagio", dulcemente lento, se destacan con entrega, elegancia y refinamiento Lucía Lacarra y Marlon Dino (¡impecable pareja!). En el tercer movimiento ("Allegro vivace") la contribución de los bailarines va creciendo en brillantez (Ivy Amista y Maxim Chashchegoro); y en el cuarto movimiento (también "Allegro vivace") el virtuosismo llega a su clímax con un cuadro final exacto (Katherina Markowskaja y Adam Zvonar) de extraordinario efecto estético. Vibrante y brillante es la interpretación de la Bayerisches Staatsorchester, sobre todo sus cuerdas y maderas, bajo la batuta del director (invitado) Michael Schmidtsdorff. El público premia esta presentación con prolongados aplausos y ovaciones.
Tras el intervalo, la dulzura y el romanticismo puro alcanzan su éxtasis en In the Night de Robbins, con los Nocturnos opus 27 nro. 1, opus 55 nro. 1 y 2, opus 9 nro.2 de Frédéric Chopin ... una coreografía como para enamorarse de nuevo, si uno ya no lo está. Tres parejas cuentan con elegancia, delicadeza y fuego sendas historias de amor: Mai Kono y Adam Yvonar, Ivy Amista y Marlon Dino, así como Lucía Lacarra y Cyril Pierre; el amor idealista y juvenil; el amor pensado, reposado y maduro; y el amor volcánico que puede llegar a extremos y convertirse en una relación de amor-odio. La música (excelsa interpretación de Maria Babanina, piano) y los sensuales movimientos de los bailarines transmiten una inefable, intensa y profunda emoción a la platea.
Si hay algo que ha caracterizado en estos últimos 18 años a la vida del Bayerisches Staatsballett bajo la conducción de Ivan Liška es su entusiasmo por la experimentación e innovación, por el descubrimiento de nuevas formas y variadas orientaciones estéticas en la danza neoclásica y moderna. Ojalá que esto continúe así con el nuevo director.
La coreografía de la canadiense Aszure Barton, cuya descollante labor concita ya la atención internacional, es aguardada con mucha expectación esta tarde, como contrapartida a los ballets de Balanchine y Robbins. Primero, con un vídeo en blanco y negro proyectado sobre uno de los telones transparentes, nos introduce en un bosque de hoja caduca. En un claro, un gigantesco oso peluche (6,5 metros de altura) por el que suben y bajan nueve hombres (Javier Amo, Jonah Cook, Léonard Engel, Nicholas Losada, Erik Murzagaliyev, Gianmarco Romano, Ilia Sarkisov, Shawn Throop y Matej Urban), moviendo brazos, mostrando puños, deslizándose con piernas bien abiertas, saltan como felinos y subrayan su virilidad cubiertos con pieles de (imitación) leopardo (vestuario Michelle Jank), al mejor estilo de "Tarzán de la selva".
Hay elementos de la capoeira (arte marcial afro del noreste de Brasil), así como del street-dance o break dance o hip-hop de la cultura afroamericana neoyorquina (principalmente de Brooklyn y del Bronx) inteligentemente incorporados en la pieza. Ambos géneros combinan danza, música, acrobacias y expresión corporal, en rápidos y complejos movimientos de brazos y piernas para ejecutar maniobras de gran agilidad en forma de patadas, fintas y derribos, entre otros. A Barton, cuyo paso por Nueva York a comienzos del presente siglo ha dejado huellas en su inspiración, le encanta trabajar con la corporalidad de los bailarines (varones) y logra verdaderas maravillas con éstos. La música (banda sonora) de Curtis Robert Macdonald (saxofonista y compositor canadiense asentado en Brooklyn), inspirada en el jazz, con fuertes elementos vocales y de percusión, crea esa atmósfera primigenia idónea para ambientar a esta horda de danzarines "tribales" en una imaginaria jungla y hechizar a los espectadores. Ovaciones, silbidos de aprobación, aplausos casi interminables cierran esta velada sumamente agradable del Bayerisches Staatsballett de Múnich.
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