España - Madrid
La belleza del hombre-máquina
Jonay Armas

El director Dennis Russell Davies, auténtico embajador de la música orquestal de Philip Glass desde que el compositor iniciara sus acercamientos a la forma sinfónica, condujo un programa enteramente dedicado al autor de Einstein on the Beach. La velada comenzaba con The Light, un poema sinfónico en el que Glass aplicaba, ya en 1987, sus procedimientos minimalistas a las posibilidades que le ofrecía la paleta orquestal recién estrenada. El director ofreció aquí una versión que superaba en expresión emocional y en el juego de las dinámicas a las dos versiones fonográficas que existen de esta pieza, una de ellas llevada a cabo por el propio Davies. La única dificultad de la obra, si es que la hay, era la exigencia en cuanto a las capacidades de sincronización de la orquesta para unificar las ejecuciones casi mecánicas que propone la partitura. No es un detalle anecdótico: uno de los elementos más hermosos en la música del compositor es comprobar cómo habla sobre (y propone una escritura para) el hombre-máquina; los músicos deben responder entonces desde unas limitaciones humanas que revelan toda la belleza de la interpretación.
Tiene sentido que Davies introdujera The Light en el programa pues en la obra siguiente, el Concierto para dos pianos y orquesta, se incluye un pequeño guiño al poema sinfónico, una suerte de caricatura del mismo. Las dificultades de la mencionada sincronización salieron a relucir del todo en la ejecución del Concierto: mientras las hermanas Labèque parecían ir por cuenta propia sin atender a la dirección, la orquesta discurría a través de un ritmo más pausado. La falta de entendimiento originó no pocos problemas, poniendo en serios aprietos a una obra que ya en sus propios conceptos compositivos resulta discutible. Las pianistas trataron de salvar la función recurriendo a 4 movements, una pieza de cámara que Glass también escribiera para ellas, desatando una sonora ovación que hizo olvidar la acogida gris que había tenido su actuación.
Tras la pausa, Dennis Russell Davies ofrecía una poderosa interpretación de la Sinfonía 8, quizás la única obra realmente rescatable del repertorio sinfónico de Philip Glass de sus últimas cinco sinfonías, desde la Sexta hasta la Décima. El director sacaba a relucir las hermosas particularidades de una obra llena de inventiva: al primer movimiento, que deconstruía continuamente una generosa serie de temas para terminar volviendo sobre sí mismo, le sucedían dos movimientos que iban disminuyendo en intensidad y energía progresivamente hasta apagarse del todo. Un hermoso efecto en el que Davies puso especial atención. Mientras el director ha ido abandonando sus preocupaciones en torno al respeto estricto de la rítmica en la música de Glass, ha ido surgiendo una belleza tímbrica que revela nuevas formas de aproximarse a una música de indudable valía. El hombre-máquina parecía haber encontrado una belleza que, hasta entonces, parecía escondida.
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