Discos
¿Un mismo instrumento?
Paco Yáñez
Que Steffen Schleiermacher es un pianista versátil, lo sabe cualquiera que haya escuchado los numerosos registros que el músico y compositor alemán ha ido grabando para el sello MDG a lo largo de las últimas décadas, abordando partituras que van de Philip Glass a Theodor W. Adorno, de Morton Feldman a Alban Berg, de Karlheinz Stockhausen a Erik Satie, y un larguísimo etcétera que comprende a buena parte de lo más sustantivo escrito para piano a lo largo del siglo XX, con una mención especial para el cofre de dieciséis discos compactos en el que recogió (en lo que constituye un verdadero monumento fonográfico) la obra completa para piano de John Cage (MDG 613 1731-2).
Confrontamos hoy dos ediciones que comparten a Steffen Schleiermacher como intérprete, si bien costaría afirmar que ataque en ambos compactos un mismo instrumento, pues por una parte tenemos al piano clásico, de marcado lirismo volcado sobre el teclado a través de las partituras de Federico Mompou (Barcelona, 1893-1987); y, por otro, una serie de páginas en el entorno de lo que MDG denomina «Fluxus Piano», y que constituyen toda una enciclopedia de técnicas extendidas que activan el instrumento en cualquiera de sus recovecos, valiéndose igualmente de voz, objetos e instrumentación suplementaria, y toda una plétora de recursos para multiplicar unas posibilidades expresivas que se alejan notablemente del universo intimista de Mompou. Pero empecemos, precisamente, por la música del compositor catalán...
...cuando en mayo de 2014 reseñamos la grabación que de la Música callada (1959-67) realizó Steffen Schleiermacher para el sello MDG (613 1792-2), señalamos que, lejos de diseccionar los cuatro cuadernos que la componen para transformarlos en objetos sonoros deconstruidos, asimilándolos a las corrientes de la avantgarde más habituales en los programas del pianista alemán, Schleiermacher nos brindaba un Mompou de insospechado lirismo, pausadamente respirado, de aromas mediterráneos, ascéticos, callados como lo era la sutil floración pianística que se destilaba desde la poesía de San Juan de la Cruz que confería el primer impulso a la partitura de Mompou.
Saludamos hoy con entusiasmo este segundo lanzamiento dedicado por Steffen Schleiermacher a la obra de Mompou, en el que recoge partituras fechadas de 1914 a 1921, en las que el pianista de Halle hace audibles de un modo muy especial las improntas francesas sobre la música de Mompou; improntas notorias de Debussy y Ravel, pero que no dejan de concitar reverberaciones estilísticas de un arco histórico más amplio, siempre con centro estético en París, como lo serían las de Chopin, Satie, o Stravinsky, según reconoce el propio Schleiermacher en el libreto del compacto. Ya la más antigua de las partituras aquí reunidas, Pessebres (1914-17), muestra dichos aromas parisinos, si bien fue escrita tras el regreso de Mompou por el estallido de la Primera Guerra Mundial (Mompou se había trasladado a París en 1911 para estudiar piano). En todo caso, la versión de Schleiermacher muestra cómo la impronta francesa había calado en Mompou, con unos Pessebres en los que reverbera el piano de Debussy, especialmente en la languidez, quietud y diluido cromatismo que el pianista desgrana en 'L'ermita', de una belleza pocas veces escuchada en esta página, tan serena y bien modulada en la relación ataque-reverberación-silencio, llevándola a más de cuatro minutos de duración.
Contrasta sobremanera dicho extatismo con el enérgico arranque del retrato de Barcelona en Suburbis (1916-17), una página en la que Schleiermacher, además de a Debussy y Ravel, muy bien se remite a Albéniz (cuyas partituras esperamos registre igualmente). Es la suya una lectura marcada por el rubato, fluctuante, de aceleraciones y pausas; si bien, y esto es una constante en el Mompou de Schleiermacher, por más que acelere y vivifique el mecanismo, siempre resta una paz interior, una poética serena en cada una de estas páginas. No es, como demuestran las 'Gitanes', un pianismo racial, el de Schleiermacher, pero al reforzar esa poética del silencio, apuntalada en una técnica portentosa, dota a Mompou de una proyección internacional, de una universalidad cada vez más y mejor comprendida, ya no sólo por el propio Schleiermacher, sino por otros adalides de la modernidad, como Herbert Henck en su registro para ECM (1523).
Y es que, si una versión más idiomática queremos, ahí está la inevitable grabación que el propio Mompou registró en 1974 para Ensayo (ENY-CD-9716); pero ello no exime el conocer este nuevo compacto de Steffen Schleiermacher, más robusto y firme en cuanto a técnica, digitación y mecanismo, como se puede escuchar en unos Cants Magics (1917-19) tan rotundamente acentuados en su inicio como sutilmente adentrados en el silencio y la magia de los ecos vía pedal. En manos de Schleiermacher, los Cants Magics pueden adquirir igualmente un poderoso pulso rítmico, como 'Obscur', si bien prima el alemán una reverberación armónica que dice estaría emparentada con la tradición de fundidores de campanas de la familia Mompou, aquí audible en un piano tañido que juega con el eco de el tintineo adentrado en el silencio. Bella imagen, fertilizada, asimismo, por la presencia de un Debussy especialmente audible en pasajes tan hermosos como 'Profond-lent'.
La pieza que da nombre al compacto, Fêtes lointaines (1920), la afronta Schleiermacher desde un trabajo de la armonía modificada a través de la distancia, por medio de una progresiva restricción del material, que va modificando su color e intensidad a medida que se va alejando del meollo sonoro que brotara con energía y pulso rítmico en las primeras piezas, en el frenesí de la fiesta, de marcados ritmos de baile, combinando el alemán lo más jovial con cierta pausa, cual si cambiara la perspectiva de su mirada al piano entre pasar de la verbena a la observación desde la lejanía, en un juego acústico muy visual, muy pictórico.
Con la bellísima Charmes (1920-21) alcanzamos otro estadio de desarrollo en Mompou, aquí de rotunda serenidad y ese tintineo que Schleiermacher dice resuena en el estilo musical de Mompou (y que podríamos, incluso, vincular con el tintinnabuli de Arvo Pärt; desde luego, también abismado a la meditación sonora, como Mompou, si bien el catalán de un modo menos reiterativo, más expansivo en sus desarrollos melódicos). Si belleza en estado puro es Charmes, no menos lo son unas Trois Variations (1921) en las que Schleiermacher desgrana (en la segunda de ellas) ecos hasta de lo jazzístico, con un deje netamente vocal, cuya prosodia y ritmo guían a un piano que vuelve a ser intimista, sereno, poético y lírico hasta la médula del canto, redondeando otro compacto Mompou en MDG absolutamente recomendable...
...lo es, igualmente, el segundo disco que hoy reseñamos, o confrontamos, con el anterior, por cuanto se abre a un universo sonoro completamente (en su mayor parte) dispar. No sería tanta la discrepancia estilística, si de poética y voz imbricada con el piano hablamos, en el caso del compositor y poeta inglés Dick Higgings (Cambridge, 1938 - Quebec, 1999), que en Litany Piano Piece for Emmett Williams (1962) dispone los acordes del piano como un artefacto que puntúa la lectura del poema Litany and Response Nº2 for Alison Knowles (1962), del propio Emmett, una obra tan subyugante como extraña, con su obsesiva reiteración, a modo de las irreverentes pseudoliturgias tan propias del Fluxus, aquí convertida en una pieza que nos atrapa ya no sólo con el meditativo piano de Schleiermacher, sino, muy especialmente, por la impresionante lectura de Harald Muenz, que con su acento y dicción parece haber encontrado un poema de otro planeta, al cual confiere un carácter musical muy poderoso.
Muy cercano al universo pianístico de Higgins estaría Terry Jennings (Los Ángeles, 1940 - San Pablo, 1981) en su lacónica Piano Piece (1960), breve partitura de tan sólo nueve compases entregada a los acordes y sus resonancias en un silencio sobre el que reverbera un piano minimalista, conciso, implosionado; y es que en el movimiento Fluxus no todo fueron furibundas acciones contraculturales, sino mucho de un ascetismo minimalista de corte poético, que con unos materiales musicales muy reducidos nos remite tanto al arte de un Marcel Duchamp como a la música de un Erik Satie. Habitual en los espacios de hibridación entre la música y el arte fue, y es, la japonesa Yoko Ono (Tokio, 1933), que muchos años antes de atronar los oídos de los visitantes del MoMA neoyorquino con sus histriónicos gritos, firmaba partituras de la delicadeza de su Overtone Piece (1964), una obra aquí en versión para un piano atacado a base de flageolets y pellizcos en las cuerdas del arpa, por lo que acaba portando fuertes reminiscencias del koto, arpa nipona que tanto ha inspirado piezas de compositores japoneses como Tōru Takemitsu o Toshio Hosokawa.
Del también japonés Toshi Ichiyanagi (Kōbe, 1933) escuchamos otra partitura de profunda introspección, Music for Piano Nº4 (1961); al menos, en esta versión a cargo de Steffen Schleiermacher, pues su flexibilidad y su notación gráfica a base de barras permiten lecturas de lo más dispar. Schleiermacher opta por largas sonoridades extendidas que van habitando el silencio, prologándose como correlación sonora a la extensión de las barras gráficas, en una música, como tantas del entorno Fluxus, muy visual, poética y minimalista (en cuanto a medios y concentración del sonido; que no en cuanto a repetición, como lo sería lo que posteriormente conoceríamos a través de los Riley, Reich, Glass, etc.). Music for Piano Nº4 es la pieza más introspectiva y silente del compacto, apenas audible como una plegaria zen conducida por Schleiermacher como un ciclo de respiración que desde el silencio va espirando un soplo de aire que vuelve al silencio sin apenas haber alterado el mundo, con el que se integra a través de una brisa acústica: pura poesía y delicadeza...
...mucho de ello hay en Variations I (1958), de John Cage (Los Ángeles, 1912 - Nueva York, 1992). En manos de Schleiermacher, pareciera que de la década de los años cincuenta hubiésemos viajado a los últimos años del genio californiano, a sus Number Pieces (1987-92), pues como en éstas se desgranan desde la partitura gráfica en transparencias de Variations I (aquí en versión para piano) eventos sonoros atomizados (acordes, tonos aislados, técnicas extendidas en el arpa, etc.) enmarcados en un denso silencio habitado tanto por el ataque en sí como, muy especialmente, por el proceso de reverberación sonora hasta su extinción.
El tercer compositor japonés presente en el compacto, Tōru Takemitsu (Tokio, 1930-1996), se adentra igualmente en el progresivo distanciamiento de los eventos sonoros en Piano Distance (1961), si bien estos proceden a disolverse en el silencio desde aforismos trazados en frases de escritura más convencional que las restantes partituras, así como más unitarios. Es algo que comparte, en cierta medida, Study II (Dreams) (1961), del norteamericano Frederic Rzewski (Westfield, 1938), si bien esta partitura se muestra más entrecortada, concitando distintos estilos a lo largo de sus 15 minutos de duración, en los que se dejan entrever ecos del serialismo por su estructuración de las alturas; un serialismo muy flexible, de rítmicas discrepantes y un diálogo con el silencio que podemos comprender como deudor del piano de la Escuela de Nueva York.
De Ben Patterson (Pittsburgh, 1934 - Wiesbaden, 2016), compositor, artista y cofundador del movimiento Fluxus, escuchamos Ants (1964), acompañada de la performance Solo for sick man (1962), del lituano y también cofundador de Fluxus George Maciunas (Kaunas, 1931 - Boston, 1978). La partitura aleatoria de Patterson vuelve a cargarse, a pesar de estar en sus antípodas estructurales, de ecos del serialismo por sus saltos interválicos y agrupación de alturas; quizás improntas que subyacen en la formación del propio Schleiermacher a la hora de dar rienda suelta a la libertad que confiere la página de Ben Patterson para acompañar una performance de la cual sólo nos llegan sus sonidos: carraspeos, toses, vertido de sobres en agua, etc.; de ahí que se trate de una conjunción mucho más propicia para el audiovisual que para un disco exclusivamente de audio; aunque la imaginación pueda trabajar, así, con tan bressoniano fuera de campo a través del sonido...
Las últimas piezas que reseñamos en este generoso compacto dedicado al piano Fluxus son las más radicales en cuanto a exploración tímbrica y búsqueda de sonoridades extendidas; quizás, las más Fluxus en términos de subversión con respecto a lo establecido, dando entrada al ruido de forma prolija, sin obviar la musicalidad, la estructura y la poética. Es algo claramente presente en las Four Piano Pieces for David Tudor (1959) del iconoclasta Sylvano Bussotti (Florencia, 1931), páginas que combinan los efectos extendidos dentro del piano -primera y tercera piezas-, con un teclado que se diría lírico-serial -segunda-, o la conjunción de ambos mundos -la febril cuarta, en la que el teclado entra en ebullición por la profusión rítmica impuesta por Bussotti-.
Otro instrumento que crepita y se reinventa a sí mismo es el de Philip Corner (Nueva York, 1933) en Piano Activities (1962); obra que, como la de Bussotti o tantas otras coetáneas, muestran el ya largo recorrido que muchas de las técnicas que dominan el presente tienen a lo largo del siglo XX. La partitura de Corner demanda hasta cuatro intérpretes para rascar, pellizcar, percutir, friccionar, etc., diversos objetos contra un piano cuya tímbrica es así redescubierta, y de cuyas formas canónicas nada resta. Ahora bien, con el tiempo, el canon se (re)define a través de este ensanchamiento de los límites artísticos, con lo cual las acciones musicales extendidas que tanto interés despertaron en el estreno de esta partitura son ahora moneda común, así como mantienen el mismo reto que entonces: dotarlas de musicalidad y sentido personal...
...no falta musicalidad, ni personalidad a raudales, en el catálogo de György Ligeti (Dicsöszentmárton, 1923 - Hamburgo, 2006), así como una heterogeneidad estilística apabullante, en uno de los compositores del siglo XX que más horizontes abrió a la música, todos ellos con una calidad artística llamada a trascender. Sus Trois Bagatelles (1961) son un típico ejemplo de su colaboración con el entorno Fluxus. Estrenadas el 2 de septiembre de 1962 en uno de los centros neurálgicos del movimiento, Wiesbaden, por Karl-Erik Welin, están dedicadas a David Tudor y han sido vistas, de algún modo (por Stefan Fricke en sus notas, entre otros), como una 'respuesta' del húngaro al 4'33'' (1952) cageano, si bien aquí el silencio no es pleno desde el escenario, con su inicial do sostenido en el primer movimiento y los cambios de página perfectamente audibles en los dos restantes. La versión de Steffen Schleiermacher da cabida al opcional cuarto movimiento, con una entusiasta respuesta de un público que aplaude a rabiar la ejecución del pianista alemán. Con un guiño de humor concluye, así pues, un compacto realmente soberbio, por lo que nos podemos sumar a ese aplauso con total convicción, pues, como ya hemos adelantado a lo largo de esta reseña, las interpretaciones del pianista alemán (y sus asistentes y/o voces, en el segundo disco) son excelentes a todos los niveles.
Por lo que a la edición de ambos compactos se refiere, el sonido es, como siempre en MDG, de categoría superior, con los estándares de audiófilo que habitualmente brindan en sus producciones Werner Dabringhaus y Reimund Grimm. El libreto del compacto de Federico Mompou está firmado por Steffen Schleiermacher; mientras que en el dedicado al Fluxus es Stefan Fricke quien se hace cargo del ensayo, en ambos casos animándonos a transitar universos sonoros que en algunas de sus páginas costaría atribuir a un mismo instrumento, de ahí el interés de la escucha comparada de ambos discos, con sus poéticas, reinvenciones y paralelas excelencias.
Estos discos han sido enviados para su recensión por MDG
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