Cartas a la directora
Ensems, un festival mudo
Llorenç Barber
Acabó la emergencia. El festival Ensems no sólo sobrevivió sino que fue capaz de reinventarse. Todos lo hemos visto y disfrutado. Llega el momento de asegurarse el futuro que merece el hecho de ser el festival más anciano y puede que emblemático del panorama patrio.
Falta hace preguntarse qué cosa, hecho o presupuesto es necesario abordar, insistir, remover o sencillamente añadir para que el futuro sea el que necesitamos.
Se impone hablar y superar la mudez de esta edición de salva sea la parte. La palabra desmenuza las escuchas, facilita su digestión. Se necesita quien presente, explique, narre, prevea, incite y hasta aplauda o ‘despotrique’ razonada o airosamente abriendo expectativas (in)sospechadas a lo que ya llegó.
Narrar es ya sonar, transitar/repensando, y estimular. Es ya invitar a la escucha, al tiempo que llamar a la historia a presentarse con sus mejores galas y ‘con forza’ para socorrer ese ‘saco de huesos’ que es, o puede ser tantas veces, según Chopin, la música siempre ‘nueva’.
Es este un país en que la llamada musicología (y por ende la crítica musical) arrastra el pesado fardo de un pasado eclesiástico y apenas si se atreve a meterle el diente a cuanto de agnóstico/anárquico/ y/emancipado contiene el proponer sonoro de nuestros días, de ahí que una de las tareas urgentes e imprescindibles de un ENSEMS sea la de propiciar datos, claves contextuales, tecnológicas, gesticas e interpretativas para desvelar y hacer mínimamente comprensibles unas músicas – y por ende unas escuchas – como las que hoy se postulan.
Si algo así no se intenta al menos, da igual que traigamos todos los tractores del ancho mundo a sonar sus diesels en rítmico y coral acelere o frene: nada cambiará, sólo alimentaremos chistes y estereotipos y risas. Hay que cavilar publicamente y dar carta de naturaleza a cuanto gesto o situación sónica se presente para ser resuelta bordeando todo síncope o pasmo posible. De lo contrario se queda uno con lo meramente vistoido como blasfemo o romamente irreverente pero sin explicación ni sentido.
Y hablando de sentido: la música, lo que todavía llamamos música, es un ecosistema al que nada puede faltar, para hacer patente ese algo de sentido que todo proponer incluye. También programar que es incluir/destacando, como también es sobre todo dudar, tomar riesgos y hasta equivocarse. Es también y sobre todo sonar lo que propície plurales escuchas colectivas. Así mismo es dejar de lado - por prescindible y superfluo - un buen montón de otras propuestas archisabidas. Y a partir de ahí reflexionar sobre a y sobre b. Ya lo decía en “La Ciencia de la Lógica” el filósofo Hegel: “todo lo racional es una conclusión”, y narrar es conversar y hasta concluir y dar sentido, dejando huella de lo hecho/pensado/discutido/y/discurrido, por más que las escuchas plurales y públicas sean rituales y ceremonias que bordeen todos los sentidos del ser que somos. Solo así, reflexionando juntos sobre límites y dispersiones o sobre desvencijados núcleos y esencias (el sentido suele andar encriptado y hasta misteriosamente secreto) sobrepasaremos el raquitismo intelectual de nuestras instituciones de lo artístico y musical. A Valencia le urge superar -escribiendo y hablando – sus a todas luces deficientes instituciones de lo musical. Para eso, hace ya casi cuatro decenios, inventamos este parlanchín Ensems.
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