Argentina
Dallapiccola por dos
Gustavo Gabriel Otero
Siempre es complicado armar la estética teatral de un programa lírico compuesto por dos óperas breves, el dilema está entre buscar concordancias y darle unidad a dos obras que podrían no tenerla o resaltar las diferencias. En este doble programa Dallapicola el director escénico, Michał Znaniecki, optó por intentar dar unidad dramática sin lograrlo.
El trabajo de por sí era complicado ya que salvo por la crítica al ejercicio del poder, muy velada en Volo -ya que el protagonista es un jefe civil de un servicio postal aéreo en los albores de esta actividad- y precisa y contundente en Il Prigioniero, los puntos de contacto dramáticos no existen. Pueden encontrarse similitudes en que ambas fueran concebidas para la radio, que sean en una acto de casi una hora cada una, que tengan libreto del propio compositor o que la técnica compositiva empleada sea similar; pero en todo caso nada las une para presentarlas como una especie de continuo.
Esta idea de violentar las obras en búsqueda de una unidad que no existe fue la principal debilidad de la versión escénica de Michał Znaniecki. Y la mayor perjudicada fue Volo di notte ya que, a pesar de estar la versión en la época en la que debe transcurrir, se convirtió a Rivière en un dictador dentro de un aeropuerto, a los vuelos nocturnos en vuelos de la muerte, a Simona Fabien en una ‘madre de plaza de mayo’ -sesenta años antes de que éstas existieran- y a la protesta del final de Vuolo en una alusión a la última dictadura militar argentina. Todo pareció banal y forzado con el único propósito de que algunos elementos insertados en Vuolo reaparecieran -con mejor fortuna- en Il prigioniero.
Por otra parte el final abierto que se le adjudica en esta puesta a Vuolo para intentar enlazar las obras le quita dramatismo y sólo aporta confusión. Y si bien Il prigioniero es una metáfora que puede ser más fácilmente localizable en un contexto más cercano tanto en el tiempo como en el espacio, Michał Znaniecki decidió ubicarla en el gobierno de facto argentino que usurpó el poder entre 1976 y 1983. Aquí el director escénico no se privó aquí de nada: militares, madres de plaza de mayo, torturadores, grupos de tareas, cadáveres por doquier y hasta vuelos de la muerte, pero con aviones de 1930.
Naturalmente que las alusiones a la última dictadura argentina o a otras dictaduras de derecha pueden haber sido contestatarias, originales o revolucionarias en algún momento, pero recurrir por parte de los directores escénicos a esta localización o ambientación para cualquier ópera que aluda al problema del poder parece ser una solución que por repetida sólo desnuda falta de ideas y por otra deslegitima, de alguna manera, la denuncia que podría intentar realizar.
La monumental escenografía de Luigi Scoglio contextualiza adecuadamente el aeródromo de noche con dos grandes torres en los costados, una con tres pisos donde se ubican el radiotelegrafista y los empleados, y otra casi sin uso que parece ser la torre de control, en el fondo se ve la pista separada de los controles por una reja que se abre o cierra alternativamente.
En el Prisionero reaparecen las torres y en lugar de la pista se adiciona un gran cubo que permite ver, mediante diversos giros, distintas perspectivas de la prisión.
Adecuado a los años 30 el vestuario diseñando para Voulo di notte por Ana Ramos Aguayo y de buena factura el de Joanna Medyńska para Il Prigioniero. Razonables a la estética planteada las coreografías de acróbatas y bailarines de Diana Theocharidis y excelente la iluminación de Bogumil Palewicz, aterrizaje de aviones incluido.
Afortunadamente en la faz vocal la excelencia y homogeneidad del elenco hizo olvidar las incoherencias escénicas. En Volo di notte, Víctor Torres fue un Rivière muy bien actuado con acento en la crueldad del personaje. Vocalmente la masa orquestal lo opacó en algunos momentos aunque fue convincente en toda la obra. Daniela Tabernig compuso una Simona Fabien impecable, con perfecta línea de canto y adecuada proyección deslumbrando y conmoviendo en todos los momentos que se encontró en escena.
Sergio Spina (radiotelegrafista) y Carlos Ullán (Pellerin) aportaron calidad vocal y eficacia escénica. Carlos Esquivel fue un sobrio Robineau mientras que no desentonaron los empleados encarnados por Duilio Smiriglia, Sebastián Sorarrain, Gabriel Centeno y Emiliano Bulacios y el Leroux de Víctor Castells. Resultó muy interesante la voz de Carolina Gómez en su breve intervención.
En Il Prigioniero brilló el barítono Leonardo Estévez en el protagónico haciendo uno de las mejores actuaciones de su carrera, con credibilidad escénica y sólidos recursos vocales. Con la calidad de siempre Adriana Mastrángelo como la madre y ajustado y compenetrado Fernando Chalabe en el doble rol de Carcelero e Inquisidor. Buen servidos los roles menores por Duilio Smiriglia y Fernando Grassi. En ambas obras el Coro, preparado por Miguel Martínez, demostró gran calidad.
La dirección musical de Christian Baldini y la respuesta de la Orquesta fueron de primer nivel. Quizás el maestro debió controlar mejor la densidad en algunos momentos ya que éstas perjudicaron especialmente a Víctor Torres.
En suma: un buen trabajo de conjunto para realzar dos obras líricas breves de Luigi Dallapiccola.
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