Austria
Un toque de magia
Jesús Aguado
![](/img/retratos/Tosca_segun_Wallmann_20161111480.jpg)
La caída de una seda, un terciopelo fruncido, tal vez el pequeño gesto de una exquisita mano enguantada en raso o en la más fina piel de cabritilla que con desdén toma la copa y mira al público haciéndolo suyo, su trofeo y su homenaje. No solo la voz, pero también, y primero la voz. La actitud, una cierta forma de entrar a escena que corta el aliento. Magia que solo unas pocas poseen y dosifican a su antojo; divas, diosas de la escena. En otras palabras, Anja Harteros. O Tosca, que viene a ser sinónimo en estos tiempos. Divago, lo sé. Empecemos.
La cita en la Wiener Staatsoper no podía ser más atractiva; Tosca es uno de esos títulos de los que es difícil cansarse, se reponía la producción de Margarethe Wallmann estrenada nada menos que en 1957 (y nada menos que con Karajan en el foso), y el trío protagonista, Anja Harteros, Jorge de León y Marco Vratogna componía un cartel atractivo para el aficionado, aunque hay que reconocer que el nombre con más tirón era el de la soprano greco-germana, sin duda una de las mejores voces de la actualidad y sin duda en uno de sus mejores momentos. Dirigiendo la orquesta estaba el finlandés Mikko Franck, a quien no había tenido ocasión de escuchar. Todas las piezas encajaron, el engranaje funcionó a la perfección, y la velada resultó brillante.
Anja Harteros está en un momento espléndido: su voz es impecable, carnosa, cálida, corre por todo el registro con pasmosa facilidad. Recuerdo la primera vez que la escuché, en Milán, en una producción de La Fura dels Baus de Tannhäusser que dirigía Mehta. Entonces aún no era la enorme estrella que es ahora, y la impresión fue imborrable. No aparecía hasta el segundo acto, pues interpretaba a Elisabeth, y lo que habíamos oído en el primero no es que fuera para tirar cohetes. Fue salir ella, emitir la primera nota, y algo se agitó en mí, ese estremecimiento que solo se siente ante algo realmente especial. No han pasado demasiados años, pero el poder de detener el tiempo con su voz lo mantiene intacto. No es solo calidad vocal, es más, es presencia escénica, es autoridad sobre el escenario, y siempre poniendo esa calidad realmente excelsa al servicio del personaje. Harteros se apropia del papel de Tosca, es Tosca desde el primer momento hasta el final, amante celosa un tanto frívola y alocada al principio, obligada a madurar a la fuerza por la brutalidad del mundo que la rodea (un Vissi d’arte absolutamente estremecedor), y tomando las riendas de su destino al matar a Scarpia y sobre todo al final, cuando ya solo le queda el desengaño de saber que todo se ha perdido y salta al vacío desde el Castell Sant’Angelo emplazando al malvado Scarpia a encontrarse con ella ante dios. Impresionante.
Y un gran Scarpia, Marco Vratogna, otro gran papel para un gran barítono. Su voz sonó espléndida, potente, oscura sin ser gutural, y como actor compuso un Scarpia que daba verdadero miedo, cínico y cruel en todo el segundo acto sin tener que recurrir a trucos vocales, permitiéndose solo un momento de sinceridad al confesar “Tosca, tu mi fai dimenticare Dio”. Ése es el secreto de Scarpia, esa pulsión, mezcla de lujuria y tal vez amor a partir de la cual crea la maquinaria en la que Cavaradossi es la víctima necesaria para lograr su único y verdadero objetivo: conseguir a Floria Tosca.
El resto de papeles de la obra tienen bastante menos importancia en el desarrollo de la misma. Destacó Wolfgang Bankl como el sacristán del primer acto. Jongmin Park fue un Angelotti sin demasiado relieve en su breve papel, y Michael Roider estuvo francamente desafortunado como Spoletta, prácticamente inaudible. Bastante mejor el Sciarrone de Marcus Pelz.
Mikko Franck, al frente de la Orquesta de la Wiener Staatsoper, resultó ser un director eficaz y demostró conocer perfectamente la partitura. Guió con mano segura a la orquesta, ofreciendo la opulencia y el lirismo de la escritura pucciniana sin descuidar nunca a los cantantes, que no tuvieron que pelear excesivamente para poder ser escuchados. Bien también el Coro de la Wiener Staatsoper, que dirige Thomas Lang.
La producción de Margarethe Wallman, rescatada para la ocasión, es clásica y hermosa. La escenografía aprovecha magníficamente toda la profundidad del escenario. La iglesia de Sant’Andrea della Valle del primer acto parece una gran catedral, y solistas y coro tienen espacio de sobra para moverse sin crear sensación de agobio ni de caos. Las dependencias de Scarpia del segundo acto son también amplias, pero resultan mucho más cerradas y opresivas. Por fin, el Castell Sant’Angelo del último acto, pese a un ángel un tanto desproporcionado, también resultó convincente, incluso en el detalle final de no ver propiamente saltar a Tosca al vacío, sino simplemente verla alejarse por el extremo de la muralla hasta perderse de vista. Todo un acierto la recuperación, y la dirección escénica a cargo de Nicola Benois. También el vestuario resultó hermoso, especialmente, cómo no, los vestidos de la protagonista, elegantísima, y con el detalle de que entre el segundo y el tercer acto Tosca tiene tiempo de cambiarse, es decir, que tras matar a Scarpia la diva tiene tiempo de ir a casa para no repetir modelo. Una diva es una diva, y no se le puede pedir a una mujer como Floria Tosca, o como Anja Harteros, que, insisto, viene a ser lo mismo, que salten desde las murallas de un castillo con un atuendo repetido. Benedette siano le dive, ¿Qué sería de nosotros sin ellas?
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