Argentina
Cierre a todo coro
Carlos Singer
Curioso programa centrado en la superlativa actuación del coro, que tuvo a su cargo las dos obras a capella de la primera parte y también la obra añadida al final para agradecer el cálido aplauso de la concurrencia. En medio, la presencia del Requiem mozartiano quedó en cierta medida algo empalidecida por un conjunto orquestal que funcionó, sin lugar a dudas, como mero acompañante del coro y solistas vocales que no superaron un nivel de discreta corrección.
El Coro mostró su magnífico estado vocal, notable cohesión entre todas sus cuerdas, afinación intachable y sorprendente capacidad de matización. Abrió el programa el primero de los dos motetes opus 74 de Johannes Brahms, ¿Por qué se ha otorgado luz a los fatigados?; donde la agrupación pudo desplegar su calidad en una interpretación sentida e intensa, que supo enlazar en un discurso fluido las diferentes secciones de la partitura. A continuación se escuchó una real curiosidad, una adaptación del célebre Adagietto, cuarto de los cinco movimientos que integran la Sinfonía Nº 5 de Gustav Mahler, debida a Clytus Gottwald, un compositor, director y musicólogo alemán nacido en 1925 y especializado en la música coral. La sensible adaptación, que emplea como texto el poema In Abendrot de Joseph von Eichendorff (el mismo que emplea Richard Strauss en el último de los Vier Letzte Lieder) sonó de forma esplendorosa en las voces del coro berlinés, que lució enorme diafanidad y colorido. Leenars condujo ambas páginas con suma pericia y las expuso como las dos caras de una moneda: a la rigurosidad contrapuntística de la página de Brahms enfrentó las frases dilatadas, las complejas texturas y el exaltado lirismo de la escritura mahleriana, reforzado este último por las imágenes de surgen del texto escogido.
Toda la segunda parte estuvo consagrada al Requiem mozartiano, en la versión que completó su discípulo Franz Xaver Süssmayr. Aquí Leenars se puso al frente no sólo de su coro sino del conjunto L’Arte del Mondo, que mostró ser una agrupación servicial, de buen sonido en líneas generales pero que adoptó una postura algo contenida, carente de verdadero relieve, casi como de mero acompañante. Esa subordinación le restó a su participación la incisividad, ese toque con mayor intención y un fraseo más significativo, típico de agrupaciones más volcadas hacia lo que se ha dado en llamar ‘versiones históricamente informadas’; ejemplo flagrante resultó el inicio del Tuba Mirum, con un solo de trombón que pasó sin pena ni gloria. El cuarteto vocal demostró estar constituido por destacados integrantes de sus respectivas cuerdas en el coro, pero sin alcanzar el nivel que grandes artistas le pueden proporcionar a esas partes, que no tienen por cierto la importancia ni la cuota de virtuosismo de aportaciones similares en otras obras sinfónico-corales; fueron las suyas labores consistentes pero para nada llamativas. En líneas generales, causaron mejor impresión las dos voces femeninas, con Melinda Parsons de timbre agradable, buena línea de canto y seguridad en los agudos y Sabine Eyer con un color pastoso e interesante fraseo.
Leenars obtuvo un adecuado balance entre coro, solistas y orquesta así como un amplio espectro dinámico; dotó a la página de hondura y emotividad pero al mismo tiempo la despojó de esa pátina de monumentalidad que le supieron adicionar, de manera innecesaria, muchos intérpretes.
Respondiendo a la calurosa recepción que el público tributó al Requiem, Leenars decidió recurrir una vez más al Coro en solitario para ofrecer una cálida interpretación de una página del romanticismo tardío alemán, el Abendlied opus 69 Nº 3 de Josef Rheinberger.
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