España - Madrid
Más lagos y más cisnes, pero sean bienvenidos
Elna Matamoros
Madrid, lunes, 11 de marzo de 2002.
Teatro de la Zarzuela de Madrid. Chaicovsqui, +El lago de los cisnes+. Versión coreográfica de Patrice Bart sobre el original de Petipa-Ivanov. Escenografía y vestuario, Luisa Spinatelli. Iluminación, Maurizio Montobbio. Bettina Thiel y Viara Natcheva ('Odette/Odile'), José Carlos Martínez y Ronald Savkovic ('Siegfried'), Michael Banzhaf y Saul Marziali ('Benno von Sommerstein'), Marie-Soizic Cabié ('la Reina'). Ballet de la Ópera de Berlín. Orquesta de la Comunidad de Madrid, dirección musical de Iván del Prado. Asistencia: 100%.
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El lago de los cisnes es el clásico del ballet por excelencia; como todo clásico, es de una exigencia altísima, y eso sólo refiriéndose al aspecto técnico de la pieza; si nos metemos con la parte artística de la coreografía, sólo queda añadir que las referencias pasadas que tenemos son tan elevadas que cuesta librarse de ellas a la hora de poner los ojos en los intérpretes que se meten en la piel de los personajes, con la consiguiente comparación indebida y evidentemente inapropiada.Pero precisamente por la dificultad extrema que entraña la interpretación de estos clásicos, y por la imposibilidad de añadir el más ligero cambio que aporte mejoras al asunto - reconozcámoslo, que ya es hora - no es necesario ir de descubridor de El lago de los cisnes. Si rompes, rompes, pero con todas las de la ley; de lo contrario, mejor no tocar nada. Total, la historia ya es lo suficientemente insulsa y lo suficientemente realista (no es más que un folletín de amor, traición y desengaño que no está tan lejos del último éxito de Hollywood, pero hay que pararse a meditarlo) como para no necesitar retoques de ningún tipo: ni amigos enamorados del príncipe, ni madres incestuosas, ni cambios en la época, tramoya incluida. Y si nos ponemos con la coreografía, con más razón aún. Bastante difícil es ya la variación original de los cisnes grandes del segundo acto, como para andar con pasitos extras; y como eso, todo. Lo que sucede es que aún así, la obra que Petipa ideó y creó en colaboración con Chaicovsqui es tan redonda, tan completa y ha llegado a tal punto de perfección con la evolución de los años, que no es fácil de estropear. Ni queriendo, vamos.Patrice Bart ha llevado su versión de este ballet a la Ópera de Berlín y apoyado por un elenco bastante potente ha logrado sacar la cosa adelante, a pesar suyo. Si bien el cuerpo de baile dejaba mucho que desear en el aspecto técnico de sus integrantes, el resultado final mostraba un exhaustivo trabajo de ensayos, que quedó reflejado en la igualdad que se espera del segundo acto y el buen movimiento escénico del cuarto. Los solistas de la compañía, sin duda lo mejor del conjunto, tienen un nivel altísimo además de la homogeneidad adecuada a una compañía de estas características.En cualquier caso, la presencia del español José Carlos Martínez, actual bailarín estrella de la Ópera de París, fue un aliciente más de la función. Martínez es un de los bailarines con más calidad de la escena mundial actual y con la experiencia que ha adquirido durante sus años en el templo parisino de la danza, ha llegado a lo más alto despacito y sin hacer ruido, ganándose el respeto de toda la profesión. Es un bailarín con un físico envidiable, una técnica depuradísima y una gran escuela detrás. En sus representaciones en la Zarzuela no defraudó a nadie, y a pesar del esfuerzo que supone bailar con diferentes parejas cada uno de los días, supo dar el toque aristocrático a su personaje, y hasta hacer olvidar al público los excesos de mal gusto de la versión de Bart. Sus parejas en el doble role de 'Odette/Odile', Bettina Thiel y Viara Natcheva, supieron estar a la altura de las circunstancias; ambas con una línea impecable y una técnica segura y sin trampas, supieron jugar además con la dualidad del personaje. Unas muy dignas protagonistas de tan fausta obra. Su pareja en ausencia del español, el croata Ronald Savkovic, supo dar al personaje de 'Siegfried' el peso y la terminación adecuada, y con el físico apropiado al eterno príncipe realizó una impecable interpretación de la dificilísima variación del primer acto que dejó al público encantado. Marie-Soizic Cabié y el resto de los protagonistas supieron dar réplica en un ballet que todo lo exige pero que también resulta un regalo para cualquier intérprete que pueda estar a la altura de las circunstancias.La Orquesta de la Comunidad de Madrid cubrió el expediente y hasta supo proporcionar matices enriquecedores, de esos que el público de ballet no solemos poder disfrutar, pero la dirección de Iván del Prado, aunque adecuada musicalmente, resultó una carrera de obstáculos para los bailarines, ante su tenacidad en ignorarlos y ofrecerles unos tempi aterradores. Habría que recordar a los maestros que la más mínima diferencia en el tempo de una partitura la puede transformar en una imposibilidad total de ejecución para los bailarines, y que la única forma de evitar estos percances, además de unos ensayos suficientes y con la prioridad adecuada, es la observación directa y permanente del escenario.En su conjunto han sido unas representaciones cumplidas, y si bien la versión de este Lago no es ni de lejos algo para recordar, sí ha sido todo un placer el reencontrarnos con todo un clásico de la danza entre tanto elemento circense y aburridas vanguardias que tenemos que sufrir sobre el escenario.
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