España - Andalucía
Deliciosas recuperaciones
Pedro Coco
Como viene ocurriendo desde hace más de una década, el Teatro de la Maestranza ha vuelto a programar música del ilustre y polifacético belcantista Manuel García, que se viene a sumar a la ya nutrida lista de estrenos o recuperaciones, tanto de obras serias como de deliciosas comedias o tonadillas. Esta vez, como ocurrió con L’isola disabitata, se proponía una ópera de cámara, o per soscieta, como aparece en la partitura, pero en versión de concierto; por desgracia, los pocos elementos escénicos que se pudieron ver en Madrid semanas antes no llegaron a Sevilla. Teresa Radomski volvía a encargarse de la edición y Rubén Fernández Aguirre de la dirección musical y el acompañamiento de piano, todo un maratón que no pareció pasarle factura dada la energía y el buen hacer que demostró desde la obertura. Ayudó a los cantantes y respiró con ellos, imprimiendo a la obra el ritmo y el dinamismo que esta precisaba en todo momento.
Ingeniosos números de conjunto, que son en su mayoría los que pueblan la partitura, se mezclan sabiamente con escenas solistas de la pizpireta Sandrina, una Berna Perles que se sumó a última hora y que con ingenioso fraseo e interesante timbre nos hizo perdonar una agilidad algo imprecisa; del celoso Berto, un muy adecuado David Menéndez que en su cavatina de introducción ya nos demostró su gran implicación con el proyecto desde cualquier punto de vista; o la despechada Ernesta, una Marifé Nogales que era la única presente en la anterior ópera de cámara presentada y que en su aria “Chi serba nel petto” nos hizo pensar que este vals bien podría formar parte del programa de muchos recitales románticos junto a piezas de Donzietti o Rossini. Del resto del reparto, igualmente implicado, destacó la desenvoltura de Borja Quiza, un Don Fabio que competía en comicidad con Menéndez, y la potencia, no del todo controlada, del conde de Ripaverde de Gustavo Peña.
Queda claro que, aun tratándose de una partitura destinada a salón, las pretensiones de la misma son elevadas, y hasta al más secundario de los personajes se le destina su momento de gloria; a veces no solo para lucirse, sino para demostrar -y eso en una época como la de la partitura resulta fundamental- su capacidad para integrarse en exigentes escenas de conjunto.
El público presente, que no llenó la sala, disfrutó sobremanera y así lo demostró a la finalización de cada número. Esperamos que también venga a Sevilla Le cinesi, que ya se pudo disfrutar en Bad Wildbad hace dos veranos y que el Teatro de la Zarzuela programa esta temporada con el mismo director musical y pianista.
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