España - Andalucía
Generosa Radvanovsky
Pedro Coco

Sondra Radvanovsky es una soprano que si bien no llega a la popularidad de otras colegas con las que se codea en los primeros teatros, no tiene nada que envidiar a estas; es más, la calidad de su instrumento está muy por encima de la media actual. Poseedora de unos mimbres privilegiados que ha ido dominando a lo largo de una carrera que atesora ya varias décadas, asombra la magnitud de una voz que llena la sala sin el más mínimo problema y es capaz de plegarse a placer con una técnica sólida y un gran gusto. A todo esto se suma la singularidad de un timbre argénteo que es rápidamente reconocible y una capacidad de transmitir y ganarse al respetable por su inmediatez y desparpajo. Con todo esto, es lógico que el público del Teatro de la Maestranza se rindiera a sus pies nada más comenzar el recital que abría su pequeña gira española, completada con una segunda y última aparición en Barcelona días después.
Sorprendió a priori la decisión de abrir el programa con el aria de entrada de Maria Stuarda, de la ópera homónima de Donizetti, que por otra parte reproduce exactamente la situación en la que se encuentra una soprano que ataca escénicamente este rol; sin necesidad de canciones románticas que sirvieran para calentar su instrumento, este se nos presentó en plenas facultades, con una línea de canto sólida y un fraseo, eso sí, quizás poco trabajado aquí desde el punto de vista estilístico; esto no sucedió con las canciones de Bellini con las que abrió la segunda parte, y en la versión “camerística” de la escena de Elvira en I Puritani, “La ricordanza”, mostró un buen legato y gran control del fiato.
Continuando con las canciones, nos regaló unas joyas de Rachmaninov que emocionaron al más insensible, y con la popular Op. 4 n.º 4 (Ne poy, krassavitsa, pri mne) llegó uno de los momentos mágicos de la noche. Por otra parte, las tres miniaturas de Aaron Copland, muy matizadas, revelaron la afinidad de Radvanovsky con el repertorio patrio.
Y finalizamos con la ópera. Con las arias elegidas y las propinas que ofreció generosamente, constató la versatilidad de la que podría ser capaz; desde una incursión -infrecuente para ella- en el repertorio francés con la Chimène de Massenet hasta el verismo de Andrea Chénier o Adriana Lecouvreur, pasando por la superlativa Tosca –especialidad “de la casa”– o Rusalka. En todas ellas se podía apreciar su capacidad de apianar con soltura, jugar con las dinámicas y mostrar un registro agudo sólido y robusto. Espectacular fue el Do con el que coronó la archiconocida pieza “I could have danced all night” de My Fair Lady.
Fue todo un lujo poder contar con una cantante como esta en su mejor momento, que siempre estuvo arropada y bien acompañada por el sensible Anthony Manoli, gran conocedor de la voz y el repertorio operístico.
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