Discos
Gloriosa Manon de Netrebko
Raúl González Arévalo
Si hace unos meses decía en estas mismas páginas que Jonas Kaufmann era Un Des Grieux para el siglo XXI, ahora no queda más remedio que proclamar que Anna Netrebko es la Manon Lescaut de su generación, de estatura histórica, en el que ha de convertirse por fuerza en uno de sus grandes papeles. La soprano rusa ha logrado un doblete inédito: es la única intérprete que ha grabado comercialmente las dos óperas, la de Massenet (DG 2007, con Barenboim al podio) y la de Puccini, lo que confirma la evolución de repertorio y la inteligencia de las elecciones, pues está perfecta en ambas. Se trata de una circunstancia que la pone a la altura de dos mitos: Mirella Freni cantó la heroína massenetiana en italiano como atestiguan publicaciones en vivo de 1969; de la ópera de Puccini dejó dos registros memorables con James Levine (Decca) y Giuseppe Sinopoli (DG). Y Montserrat Caballé, que tampoco grabó la de Massenet comercialmente, aunque hay un directo desde Orleans (VAI 1967); de Puccini está la interesante versión con Bruno Bartoletti (Emi 1972). La única soprano cuyos dos retratos (aun incompletos) se podían confrontar en igualdad de condiciones era Anna Moffo, que registró una selección de ambas en el doble álbum A portrait of Manon, reeditado por Sony el año pasado.
La publicación en otoño de su último album, Verismo, ya anunciaba la intención de la rusa de transitar este repertorio, y las posibilidades que ofrecía a sus actuales condiciones vocales, con la voz más ancha, el centro y el grave más sólidos sin perder luminosidad en el agudo, y menos facilidad para las agilidades. En la reseña publicada en diciembre a propósito del lanzamiento escribía: “¿Cómo es el Puccini de la Netrebko? Una maravilla. La luminosidad del instrumento, la calidez del timbre, la firmeza de los agudos, la consistencia cada vez mayor de los graves, y un instinto dramático-teatral fuera de lo común la convierten en una intérprete ideal para Manon. “Sola, perduta, abbandonata” es uno de los puntos fuertes de la grabación. La rusa promete otra grabación referencial y emociones fuertes, a la altura de una Scotto o una Freni”.
La escucha de la integral no hace sino reafirmarme en la impresión que hace pocos meses me causó el acto IV de la obra, y con la que comenzaba esta reseña: es la Manon pucciniana del siglo XXI. Su visión sigue la senda de Scotto y Freni, que profundizan en la psicología del personaje a través del dominio de la palabra, que revelan la fragilidad de la protagonista sin necesidad de un dramatismo exagerado ni trágicamente desgarrado –para muestra, la frase “tutto è finito”–, en especial en el último acto. No en vano Netrebko conoce los límites de su instrumento, que le permite un acercamiento de spinto pero nunca de soprano dramática. Y hace bien en no forzarlos. De la misma manera que sabe trazar la evolución de la protagonista, que realmente suena joven e ingenua en su salida del convento, aprovechando la luminosidad y la belleza del timbre, y ya desencantada en el segundo acto, con un “In quelle trine morbide” memorable.
Desafortunadamente no tiene a su lado a Kaufmann (¿se le ocurrirá a alguien juntarlos? ¿y grabarlos?). Yusif Eyvazov ha saltado a la palestra por su matrimonio con la soprano, lo que le acarrea críticas más o menos malévolas por esta condición. Dejando de lado la cuestión, no se puede negar que el tenor azerbaiyano posee los medios para Des Grieux, es un tenor spinto con volumen y agudos, vibrato en ocasiones molesto y un timbre no especialmente bello. El canto, estentóreo, no suena distinguido, más bien lo contrario. Pero es eficaz, especialmente en los momentos más dramáticos. En consecuencia, está más conseguido “No, pazzo non son! Guardate” que en “Donna non vidi mai”. No construye un personaje para el recuerdo, pero cubre el expediente con seguridad.
Los demás papeles están bien servidos, en especial los secundarios. El Geronte de Carlos Chausson es un clásico merced al abanico de recursos del maño para personajes ridículos. Menos conseguido el Lescaut de Armando Pina, que olvida la distinción que debe tener el soldado, que en él suena exagerado y carente de distinción.
Por último, el director. Hay que reconocer que la Netrebko ha sabido rodearse bien: debutó el papel en Roma a las órdenes de Riccardo Muti y grabó el acto IV con Antonio Pappano, dos especialistas en Puccini. Para la integral ha contado con Marco Armiliato, que ha calibrado muy bien los tiempos. No le hace falta recurrir al estruendo ni a ritmos acelerados para subrayar el dramatismo inherente a la partitura, por el contrario subraya la cuidada orquestación para hacer énfasis en la tensión narrativa, a la vez que atiende las necesidades de los cantantes. La orquesta de la radio bávara suena con gran brillantez, como el coro de la Ópera de Viena.
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