Alemania
Pinkerton es Trump en Duisburgo (y Perelada)
Juan Carlos Tellechea
Una bandera de Estados Unidos cuelga de un asta sobre el lado izquierdo del escenario. El telón áun no ha sido levantado y los músicos de la Filarmónica de Duisburgo afinan instrumentos en el foso. El mero hecho de que la enseña norteamericana aguarde al público cuando éste ingresa a la sala despierta ya sentimientos extraños, contradictorios. Si bien muchos sienten cariño y admiración por ese país (otros no tanto), ciertas personas saben cómo aniquilar hábilmente con sus malvados actos esas simpatías.
En estos tiempos de Make America great again hay un hombre de acción, pragmático, de modales groseros, que se apropia de todo lo que se le antoja, que hiede a totalitario, que pisotea los sentimientos de otras personas, viola o anula acuerdos, compromisos y vínculos, y que pretende de pronto americanizar todo a su gusto. A esta altura nuestros lectores ya lo habrán adivinado: nos referimos a Benjamin Franklin Pinkerton (excelente el tenor zaragozano Eduardo Aladrén), el repugnante, abyecto antihéroe de la tragedia giapponese, en dos actos, Madama Butterfly de Giacomo Puccini.
Pinkerton, teniente de la marina estadounidense, ayudado por el casamentero Goro (Florian Simon) contrae matrimonio con la geisha Cio-Cio San (Butterfly, brillante asimismo la soprano armenia Liana Aleksanyan), desoyendo todos los consejos en contrario del cónsul norteamericano en Nagasaki, Sharpless (maravilloso, el barítono Stefan Heidemann), para que no juegue con los sentimientos de una mujer que, si bien se ha convertido al cristianismo secretamente, tiene muy internalizadas las tradiciones japonesas. El severo tío Bonzo (Lukasz Konieczny) maldice y desprecia a Cio-Cio San por su decisión. El militar le impone primero a Butterfly una visión radical del mundo occidental (America forever), después pone pies en polvorosa y se casa con otra mujer (Kate, ajustada interpretación de Maria Boiko) en Estados Unidos. Años más tarde regresa a Japón para reencontrarse brevemente con Butterfly y arrancarle el hijo que han procreado ambos, lo que lleva a la madre finalmente a quitarse la vida.
El andorrano Juan Antón Rechi es un buen psicoanalista y lo demuestra dirigiendo con mucha eficacia a los personajes en su cruda versión de esta obra lírica. Rechi les aporta mucha vida interior a sus figuras y los confronta con sus pulsiones. La pieza está ambientada en la década de 1940, antes y después del lanzamiento por Estados Unidos de la bomba atómica sobre Nagasaki el jueves 9 de agosto de 1945. Tres días antes había sido arrojado un artefacto similar sobre Hiroshima. Más de 100.000 muertos, mayoritariamente civiles, arrojaron estos dos ataques nucleares, los primeros y únicos hasta ahora en un conflicto bélico.
La impactante escenografía (Alfons Flores) contribuye a realzar esta visión apocalíptica. El escenario está lleno de esa basura que se amontona en demasía al coleccionar souvernirs: banderas, banderitas, estandartes, camisetas, gorros de beisbol, en este caso todos de Estados Unidos. Como si esto fuera poco, al final del primer acto se oye sobrevolar un avión sobre Nagasaki y una detonación que causa el derrumbe del edificio del consulado donde se desarrolla la acción (un momento desconcertante, por supuesto, fuera de la idea original de Puccini/Illica/Giacosa).
Si bien en algunas partes puede crujir un poco el concepto, Rechi aporta un interesante tratamiento propio a la historia para quitar toda alusión a la tan manida visión exótica del Lejano Oriente y concentrarse en el enfoque occidental bajo el cual Puccini desarrolló en definitiva la obra (inspirada en hechos reales acaecidos en Nagasaki a principios del decenio de 1890). Pinkerton compra una casa de estilo nipón (vemos un modelo en miniatura) para él y su entretenimiento pasajero. Pero solo accedemos al dormitorio en la noche de la boda y contemplamos con repulsión el trato indigno que dispensa el teniente a la tierna y sensible Cio-Cio San, sinceramente enamorada de él, antes de consumar el acto de posesión carnal. La explosión nuclear (planeada originalmente para atacar Kyoto, pero cambiada a último momento por condiciones meteorológicas adversas) es el símbolo que aporta el director andorrano para mostrar tanto la destrucción psíquica y física de Cio-Cio San, como los pecados capitales del militarismo y el imperialismo.
Aladrén destaca por su potente voz en los pasajes de gran fuerza, algo menos en los pianísimos. Aleksanyan da una excelente Butterfly en todos los planos y con una exquisitez que conmueve hasta las lágrimas a la platea. Heidemann, con su experiencia y maduro registro ofrece un correcto Sharpless que oscila entre la empatía y la venalidad en su personalidad. El coro de la Deutsche Oper am Rhein (muy bien preparado por Christoph Kurig), excelente en su interpretación, se ve confrontado con éxito al gran desafío de actuar como si fueran japoneses que forzadamente visten atuendos occidentales.
La Orquesta Filarmónica de Duisburgo, dirigida por el talentoso uzbeko Aziz Shokhakimov, tuvo una gran velada, cerrada con muchos aplausos y estruendosas ovaciones. Sus músicos arrebataron todas las tonalidades de este planeta; algunas con una suavidad sedosa, otras punzantes, algunas más con un colorido irisante y exótico (hay motivos con fragmentos comprimidos del himno japonés y de la canción popular nipona Sakura, Floración de los cerezos), y otras más sonando como bramidos para ejecutar con templada militancia los jirones del himno estadounidense. Shokhakimov respira con los cantantes y entreteje simultáneamente la música de Puccini con una habilidad digna de ser admirada y disfrutada.
La producción de Rechi promete alcanzar gran éxito asimismo en el próximo Festival Castell de Peralada, donde será representada a partir del 7 de agosto próximo (en medio de las conmemoraciones en Japón por el 72º aniversario de las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki), con Ermonella Jaho (Cio-Cio San), Bryan Hymel (Pinkerton), Carlos Álvarez (Sharpless), Gemma Coma-Alabert (Suzuki), el Coro del Gran Teatre del Liceu (preparado por Conchita García), y la Orquesta Sinfónica de Bilbao, dirigida por Dan Ettinger, según el programa.
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