Alemania
Todo lo que necesitamos es música
Xoán M. Carreira

Por tercera vez en esta temporada he tenido la oportunidad de escuchar a Cameron Carpenter [leer reseña] justo coincidiendo con el aniversario del debut europeo en la Konzerthaus de Viena del International Touring Organ (ITO), un nuevo instrumento musical digital de especial significado en la historia de la organería porque aspira a alcanzar la utopía de que el organista y su órgano alcancen una relación simbiótica similar a la de otros instrumentistas con sus instrumentos.
Como cabría esperar, la decidida apuesta de Carpenter por el ITO, en cuyo diseño participó, ha generado debates en los cuales conviven argumentos racionales con otros absolutamente necios fruto de la ignorancia, los prejuicios y la superstición. En cualquier caso, en estos debates a menudo se omite una cuestión que está íntimamente relacionada con la “naturaleza del instrumento” que parece ser una cuestión central del debate. Desde sus antecedentes más remotos el órgano es un instrumento mecánico, un artefacto de relojero, incluso un juguete fantástico. Durante siglos los organeros y los organistas han aportado una miriada de ideas geniales y alocadas, sutiles e ingenuas, para dotar al órgano de mejores prestaciones en la alimentación de aire, en la trasmisión, en la registración, en los juegos de tubos y nunca han faltado los detalles histriónicos para dotar de humor y de identidad a los diversos instrumentos. Desde esa perspectiva, el ITO debe ser considerado un legítimo heredero de la tradición organística, especialmente de la revolucionaria línea abierta por Cavaillé-Coll y continuada por los órganos de cine y teatro de principios del XX (Würlitzer y semejantes) y los Hammond. Más aún, el ITO es un hito en la historia del órgano porque su gigantesca biblioteca de sonidos es un muestrario universal de la historia del órgano, que incluye desde los modestos instrumentos de mendigo hasta la majestuosidad de los grandes órganos catedralicios y la audacia ilimitada de los Würlitzer. Por eso, el ITO es un hito en la historia del órgano.
Y por su parte, Cameron Carpenter es un hijo legítimo de la tradición organística que se limita a hacer lo que en su momento hicieron Frescobaldi, Bach, Lefébure Wély, Widor, o Messiaen. Algunos de los recursos más llamativos de Carpenter son el desarrollo de técnicas diseñadas por Marie-Claire Alain y sus alumnos, del mismo modo que algunas de las sonoridades más fulgurantes de Cameron tienen precedentes cercanos en las improvisaciones de Jean Guillou y Jon Lord, lo cual no sorprende a quienes creemos que aquello que no es tradición es plagio. Y como botón de muestra, la deslumbrante improvisación inicial de Cameron que parecía diseñada para poner a prueba las posibilidades dinámicas, tímbricas, articulatorias y combinatorias del ITO. Que volvieron a ser puestas a prueba en el fascinante homenaje a las tradiciones interpretativas de The entertainer de Scott Joplin, que incluyó como segunda propina, y en la cual no pudo faltar una cita literal -la mítica frase de los pífanos- de la orquestación original.
Afirma Carpenter que “All you need is Bach” y lo justificó con una versión no por intensa menos convencional del Concierto para teclado y orquesta nº 2 de J. S. Bach, exquisitamente acompañado por la Academy of Saint Martin in the Fields, a la cual Cameron prestó continua atención, incluso en aquellos momentos en que exhibía su portentosa capacidad de ornamentación, lo cual, incluso a él, le ‘retrasaba’ respecto a sus acompañantes. Formidable interpretación, pero donde Cameron mostró por qué para él Bach es el principio y el fin fue en las propinas primera y tercera, tras las cuales se imaginaba al fantasma de Bach tocando el hombro de Cameron y preguntándole tímidamente: “muchacho, esos dobles trinos en la pedalera ¿quién le enseñó a hacerlos?”
Sin embargo, una vez repuestos de las proezas técnicas, lo que persiste en la memoria es el inagotable caudal de fantasía tímbrica que un querido colaborador de Mundoclasico.com calificó admirativamente como “metal-Bach” y “Bach alla Hendrix”.
El plato fuerte del programa era el Concierto para órgano de Poulenc, que Carpenter reivindica como obra maestra del repertorio y de la que acierta a extraer hasta la última gota de la cultura retórica, la sensibilidad, la imaginación, la bonhomía y el sutil humor de Poulenc. De nuevo Tomo Keller integró sus cuerdas en el torrente sonoro del solista y concedió plena autonomía al espléndido timbalero de la orquesta.
Dos fueron las obras exclusivamente orquestales del concierto, las Variaciones sobre un tema de Frank Bridge op. 10 de Benjamin Britten y las Variations on a theme of Benjamin Britten de Sally Beamish (Londres, 1956). Los resultados fueron muy distintos, y no por culpa de la orquesta ni de Tomo Keller. Las Variaciones sobre un tema de Frank Bridge es una obra maravillosa, que la Academy of Saint Martin in the Fields lleva tocando desde sus comienzos, hasta el punto que han sido unos de los creadores de la tradición de esta obra. Por su parte las Variaciones de Sally Beamish son un encargo de la Academy, para conmemorar el centenario del nacimiento de Britten en 2013, que se escucha con facilidad pero que se olvida también rápidamente. Al oírlas no puede menos que recordar las palabras de Vincent Persichetti (1915-1987), el maestro de Rautavaara, Balada o Glass, entre otros: "Llegará un tiempo en el que todo será válido". Ciertamente, frente al peso que las vanguardias tuvieron en la posguerra, el siglo XXI exige una enorme libertad que Beamish se toma convirtiendo su homenaje a Britten en un homenaje a la tradición musical británica del siglo XX, desde Elgar o Vaughan Williams a Maxwell Davies. Una tradición en la que nació y creció la Academy of Saint Martin in the Fields, que bajo la dirección de Keller parece haber recuperado sus virtudes originales de elegancia, sobriedad, precisión y sensibilidad.
Gershwiniana es una work in progress: los tres números anunciados en el programa eran sólo un guion provisional y es presumible que el I got plenty de Porgy and Bess que ya sonó claramente pase pronto a ser una de las partes ‘oficiales’. En esta fantasía para órgano con acompañamiento de cuerdas Carpenter exhibe su notable talento compositivo en un endiablado cruce de citas, referencias, convergencias, alusiones y homenajes que hicieron explotar en una risa gozosa a mi compañero de asiento, que parecía un severo crítico musical. El órgano eclesiástico, el Würlitzer y el Hammond descendieron a la plaza pública a compartir la fiesta con el órgano de barbería y otros humildes instrumentos a mayor honra del genio de Gerswin y de la tradición musical norteamericana.
Carpenter, en tanto que artista del siglo XXI, entra sin complejos en el museo de la historia de la música y se apropia de las tradiciones musicales sin reparar en jerarquías estéticas o categorías morales. Para él -al igual que para mí- todo lo que necesitamos es música.
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