Discos
Redimir el ídolo caído
Raúl González Arévalo
En el mundo de la fonografía también hay leyendas urbanas. Una de las más extendidas refería que la Thaïs de Anna Moffo, primera grabación integral del título, era un desastre que había merecido críticas feroces, motivo por el que no se reeditaba en disco compacto, pues hacía un flaco favor a su recuerdo. Ciertamente la decisión de no volcar la grabación en soporte digital alimentaba el mito, a la vez que fomentaba el objeto de deseo de coleccionistas y curiosos y circulaban por la red masterizaciones más o menos caseras a partir de los Lp originales. De modo que hay que celebrar la decisión de Sony de ofrecer “el primer lanzamiento autorizado en CD de la largamente esperada Thaïs de Anna Moffo”, como reclaman en la portada, incidiendo en que se trata de “una pieza de coleccionista, masterizada a partir de las grabación analógica original”.
La reedición de muchas de las grabaciones de la soprano americana, desde la selección de La juive de Halévy hasta la totalidad de los recitales que grabó para RCA/Sony, debería hacer reflexionar sobre algunos prejuicios que pesan sobre esta cantante, a la que algunas elecciones de repertorio poco acertadas (Carmen), una vida personal un tanto desgraciada y la aparición en películas mediocres –incluido el registro erótico, pecado canoro donde los haya– han sepultado una calidad que, incluso en el contexto de otras grandes sopranos con las que coincidió en carrera, papeles y lanzamientos discográficos (Callas, Tebaldi, Sutherland), se reivindica por derecho propio. Fue una grandísima Susanna mozartiana, como demostró con Giulini, tal vez su mejor grabación. Y dejó retratos entre notables y sobresalientes de Amina, Lucia, Violetta, Luisa Miller, Madama Butterfly, Gilda, Nannetta y una preciosa Magda, por citar sus papeles más famosos.
Así pues, en primer lugar, ¿merece esta Thaïs el vituperio al que ha sido sometida? En absoluto. ¿De qué condiciones vocales estamos hablando? ¿La cortesana de la Moffo es tan mala como la calamitosa Gilda de Cheryl Studer en 1993 para DG? ¿Es peor que la Elvira de Ernani de infausto recuerdo de la Sutherland (Decca 1987)? La mera comparación es injusta para la americana. También se podría alegar que son papeles con exigencias vocales diferentes. Vayamos entonces al resto de la discografía de la ópera.
A la cabeza se sitúan, indiscutiblemente, las dos prestaciones de la gloriosa Renée Fleming para Decca, tanto en estudio (2000) como en vivo (2009). Antes, durante mucho tiempo, la única opción disponible fue la de Beverly Sills (Emi 1976). Al final de su carrera Bubbles habría hecho mejor en no grabar algunos papeles, como Norina, Louise o precisamente Thaïs. Los saca adelante porque la raza y el magisterio de la artista es enorme. Pero más allá del acertado enfoque dramático y del buen dominio de la prosodia francesa, más apropiado que con su afamada Manon; más allá incluso de hacer de la necesidad virtud, identificando la decadencia vocal con la del personaje, con los consiguientes resultados dramáticos, lo cierto es que la línea de canto baila ostensiblemente, los agudos son calantes y hay problemas de afinación. Desde un punto de vista vocal, sencillamente, la Thaïs de la Sills no resiste la comparación con la de la Moffo. A pesar de los tres Re5 tirantes (en modo alguno peores que los de Beverly, al contrario). A pesar de que el agudo suena abierto en demasiadas ocasiones. El centro tiene mucho más cuerpo, como necesita el papel; el registro de pecho en los graves no es ni abusivo ni grotesco (a diferencia de otros ejemplos que me vienen rápidamente a la cabeza); la línea de canto es más firme y la interpretación igual de efectiva y válida que la de su compatriota, en el aria del espejo como en la escena final, por citar los dos momentos más conocidos. De hecho, en este sentido supera también la frialdad de Eva Mei, más fresca de voz pero más inadecuada para el papel, además de inerte en la interpretación (Dynamic 2004). Y mucho mejor que la decepcionante encarnación de Barbara Frittoli (ArtHaus 2008), superada a todas luces por las exigencias de la parte, lidiando con un vibrato demasiado ancho y una línea vocal poco estable. En consecuencia, y excluyendo la buena selección encabezada por Renée Doria (Emi 1961), Anna Moffo sólo se sitúa por detrás de Renée Fleming en mi valoración global de la discografía del título. En definitiva, la publicación en CD de esta grabación supone la redención del ídolo caído en mayor medida que ninguna otra y es el mejor reclamo para reconsiderar los prejuicios sobre la magnífica artista que fue Anna Moffo.
Respecto al resto del reparto, Gabriel Bacquier es el mejor Athanaël de la discografía. El francés poseía un dominio del fraseo y del acento, especialmente en el francés nativo, que le hacían uno de los artistas más interesantes y completos, de interpretaciones originales e incisivas, de todo el repertorio. Ahí están sus Gounod, Massenet, Charpentier, Berlioz, Offenbach, Bizet y Mozart. Más elegante que Sherrill Milnes, excesivamente tosco en su intención de revelar la brusquedad del eremita; más sólido vocalmente y variado en la interpretación que Thomas Hampson; más incisivo que Robert Massard, la composición del barítono francés se suma a la larga galería de retratos definitivos que consagró al disco.
Respecto a José Carreras, Nicias no es Don José de Carmen y el modo apasionado que exhibe el catalán queda un tanto fuera de estilo, a pesar de la buena pronunciación, sobre todo si se compara con el estilismo supremo de Nicolai Gedda (Emi 1976) y Giuseppe Sabbatini (Decca 2000). Con todo, no es menor cierto que el catalán supera a ambos por juventud y frescura vocal.
Cabe destacar particularmente la buena actuación del Ambrosian Opera Chorus. Experimentado como está en la larga tradición coral británica, las intervenciones de los cenobitas, hombres y mujeres, para los que Massenet buscó sonoridades religiosas, transmiten perfectamente el ambiente de sobria religiosidad febril típica del monacato primitivo. Respecto a la New Philarmonia, destaca particularmente gracias también a la amplia paleta de colores de la orquestación massenetiana, delicada y brillante a la vez, como revela la famosa “Meditación”. Al frente de todo el proyecto se sitúa Julius Rudel, siempre una garantía en el repertorio francés romántico, cuyo estilo conocía en profundidad y abordaba con ligereza y vivacidad. Su dirección es más lírica y menos dramática –aunque no exenta de drama– que la de Maazel (Emi), aunque las dos visiones se adaptan bien a la partitura. No deja de ser paradójico que dirija la grabación de la Moffo cuando era el director favorito de la Sills, que registró muchos títulos con él (Manon, Giulio Cesare, Anna Bolena, Rigoletto, Los cuentos de Hoffmann, Louise) y que para este Massenet recurrió a Lorin Maazel.
En definitiva, una gran recuperación y una gran oportunidad para redescubrir una gran soprano en uno de sus papeles malditos.
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