DVD - Reseñas

Barroco Mitridate

Raúl González Arévalo
miércoles, 19 de julio de 2017
Wolfgang Amadè Mozart: Mitridate, re di Ponto. Opera seria en tres actos sobre libreto de Vittorio Amedeo Cigna-Santi. Michael Spyres (Mitridate), Patricia Petibon (Aspasia), Myrtò Papatanasiu (Sifare), Christophe Dumaux (Farnace), Sabine Devieilhe (Ismene), Cyrile Dubuois (Marzio), Jaeël Azzaretti (Arbate). Le Concert d’Astrée. Emmanuelle Haïm, directora. Clément Hervieu-Léger, producción escénica. Frédérique Plain, dramaturgia. Eric Rauf, escenografía. Caroline de Vivaise, vestuario. Bertrand Couderc, iluminación. Oliver Simmonet, dirección de vídeo. Subtítulos en italiano, inglés, francés, alemán. Formato audio: Stereo PCM 2.0 / Dolby Digital 5.1. Formato vídeo: NTSC 16:9. 2 DVD de 174 minutos de duración. Grabado en el Teatro de los Campos Elíseos, París (Francia), en febrero de 2016. ERATO 0190295851750. Distribución en España: Warner Classics.
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Las óperas juveniles de Mozart van conociendo un catálogo de grabaciones cada vez más amplio, precisamente con este Mitridate, re di Ponto a la cabeza. Aunque lejos de las cifras de las grandes obras maestras de madurez, el nuevo lanzamiento de Erato supone el quinto DVD disponible del título, una cifra notable teniendo en cuenta que no es de los más populares, aunque se programe con regularidad y se considere que a estas alturas está plenamente inserto en el repertorio.

La oportunidad de la publicación es indiscutible. Desde la grabación en Salzburgo liderada por Mark Minkowski (Decca 2006), la mejor opción global disponible en formato audiovisual y la mejor dirección hace más de una década –excluyendo la grabación discográfica ejemplar liderada por Christophe Rousset (Decca 1998) con un elenco vocal insuperado: Sabbatini, Dessay, Bartoli, Asawa, Piau– no se había propuesto una versión nueva en ningún soporte. Y la producción parisina merecía la ocasión, por múltiples motivos.

Michael Spyres es un artista todoterreno en plenitud de medios. Sus magistrales interpretaciones con Rossini (Ciro in Babilonia, Aureliano in Palmira, Otello, La gazzetta, Le siège de Corinthe, Guillaume Tell) y Donizetti (Les martyrs, Le duc d’Albe) a la cabeza, se han redondeado con la exploración de títulos menos frecuentes de bel canto (Mayr: Medea in Corinto) y barroco (Mazzoni: Antigono). También se ha interesado por el repertorio francés (Hérold: Le Pré aux clercs; Offenbach: Les contes d’Hoffmann), ciñéndome a su discografía. Era solo cuestión de tiempo que llegaran los grandes papeles mozartianos: Idomeneo, Tito o este Mitridate, puntal absoluto del lanzamiento. El americano afronta la incómoda tesitura con una facilidad aparente absoluta, los saltos de octava no plantean problemas de afinación ni de proyección; el dominio del legato gracias a un fiato sobresaliente –en competencia directa con Blake, a quien supera en belleza vocal– se traduce en un “Se di lauri” antológico, variado con gusto y de gran efecto dramático. Los agudos y los graves son impecables, como la composición teatral del monarca. Supera en medios a Winbergh y Croft y se sitúa a la altura de Ford, dejando otra interpretación para el recuerdo.

Salvo incursiones puntuales en el repertorio del siglo XX (Lulú), estamos más acostumbrados a escuchar a Patricia Petibon en el universo de la chanson (como en su recital La belle excentrique) y sobre todo el barroco (para muestra su último lanzamiento: Alcina). Este Mozart es uno de los pocos que realmente puede afrontar con plenas garantías. Aunque en términos de espesor vocal no puede competir con la opulencia lírica de Yvonne Kenny y Luba Orgonasova, ni tan siquiera con Natalie Dessay, su Aspasia encuentra una filiación directa en la de Arleen Auger, a la que supera con un dominio soberbio de la coloratura y sobre todo en prestación dramática (mejor aquí que la australiana y la eslovaca), como cabía esperar de esta excelente actriz. Se confirma su capacidad teatral para transmitir con intensidad las vivencias de sus personajes, lo que a la postre la convierte en una opción muy buena.

Myrtò Papatanasiu es un Sifare menos singular. Cantante sin duda muy apreciable, con una técnica aguerrida y perfecto conocimiento del estilo, como en otras ocasiones (Violetta, Semiramide) propone una interpretación perfectamente atendible y digna, pero no memorable. Para muestra, el dúo que cierra el final del segundo acto con Aspasia, y que pasa sin particular relieve.

A estas alturas Farnace es claramente patrimonio de contratenores. Jochen Kowalski, Bryan Asawa y Bejun Mehta han dejado retratos inolvidables, y a la misma altura se sitúa Christophe Dumaux. La cuerda y la óptica musical adoptada refuerzan el parentesco con otros malvados barrocos como el Tolomeo handeliano, aunque se diferencie en el estilo. El francés ha redondeado con el paso del tiempo la técnica y el instrumento y se encuentra a sus anchas también en esta ocasión.

Sabine Devieilhe es la gran revelación de la grabación, si tenemos en cuenta que todos los anteriores cumplen con lo que se esperaba de ellos, del notable a la excelencia. La joven soprano francesa ha recogido el testigo de la escuela de ligeras galas (Robin, Mesplé, Dessay, Vidal, Massis) y se sitúa directamente como la mejor Ismene de la discografía en competencia directa con Sandrine Piau. Con un personaje menos desarrollado, la pureza de la emisión, el timbre cristalino y la perfección del agudo captan la atención en cada intervención.

Cyrille Dubuois y Jaël Azzaretti, Marzio y Arbate, cumplen sobradamente con las exigencias de estos personajes secundarios.

Llegamos así a la dirección musical. Emmanuelle Haïm ha centrado su interés fundamentalmente en el barroco (Handel, Monteverdi y Purcell). Parece normal por tanto que para acercarse al catálogo mozartiano eligiera una opera seria de juventud, más cercana estilísticamente al mundo sonoro que domina. Más moderna que el lejano (y aburrido) Harnoncourt (Decca 1983), no alcanza la urgencia teatral que transmite la dirección contrastada de Minkowski. Sus tiempos son más reposados, y aunque no hay caídas de tensión como en otras ocasiones, el resultado final, sin ser monótono, es por fuerza menos variado. Una lástima porque la orquesta suena magnífica, como habitualmente, y en manos de otra dirección su prestación sería mejor aún.

El contraste se acentúa con la modernidad y teatralidad que busca imprimir la producción escénica, ambientada durante un conflicto armado indeterminado que recuerda vagamente en la magnífica escenografía y el vestuario Europa occidental a mediados del siglo XX, o los Balcanes a caballo entre el XX y el XXI (¿Segunda Guerra Mundial? ¿Yugoslavia? ¿Kosovo?). El contexto político que dota de mayor profundidad humana a los personajes se hace más evidente así que en la producción barroca de Ponnelle, no digamos ya que en el mundo del teatro Kabuki elegido por Vick. Solo faltan como figurantes los refugiados a los que la Unión Europea, insensible y por ello indigna del Premio Princesa de Asturias de la Concordia, niega refugio en su propio drama.

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