Ópera y Teatro musical

Una nueva casa para la Grange Park Opera

Agustín Blanco Bazán
viernes, 28 de julio de 2017
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La urna con las cenizas de Mary, duquesa de Roxburghe, está justo debajo de los primeros violines en el foso de la orquesta de este teatro construido en menos de un año como nuevo domicilio de la Grange Park Opera. Y como los organizadores de ésta última, también la incinerada vivió momentos de zozobra cuando se peleó con su señor feudal. Mary se desayunó (literalmente) de las intenciones de su marido cuando una mañana de 1953 su mayordomo le trajo con el café con leche la orden de desalojar el castillo de Floors en Escocia. Ni una palabra de divorcio porque sólo se trataba de un desalojo para permitir al Duque gozar de su solar ancestral con sus amantes sin reproches de adulterio. Pero el divorcio lo terminó pidiendo ella luego de resistir por seis semanas el corte de luz, gas y teléfono impuesto por el marido. Y no es que que no tuviera donde ir a vivir, porque por derecho propio le sobraban domicilios bonitos. West Horsley Place, por ejemplo, el idílico solar en cuya mansión Henry Courtenay había recibido a Enrique VIII, poco antes de que éste terminara haciéndolo ejecutar.

Cuando en el 2014 Mary murió a la edad de 99 años, su sobrino, el célebre historiador y presentador televisivo de programas culturales en la BBC Bamber Gascoigne, recibió West Horsley Place como herencia y como cualquier buen aristócrata rico no impresionable por regalos inesperados decidió donarlo todo a otra desalojada por la nobleza. Luego de haber residido durante años en Grange Park, la Grange Park Opera, una de las tantas óperas rurales al estilo Glyndebourne existentes en Inglaterra, tuvo que mudarse cuando Lord Ashburton decidió no renovarle el alquiler. ¡Y eso que la empresa hasta había construido un teatrito precioso en la propiedad! También aquí el divorcio fue contencioso porque Wasfi Kani la fundadora y factótum de la Grange Park Opera no sólo decidió llevarse el nombre sino hasta las butacas en busca de un nuevo teatro que gracias a la generosidad de Gascoigne pudo construir en tiempo récord sobre la tumba de su tía en el idílico parque de West Horsey Place.

El resto es la historia del proyecto más vertiginoso que recuerdo haber presenciado en el Reino Unido, un país donde las dilaciones y la lentitud son una virtud nacional. El primer encuentro entre Kani y Gascoigne, seguido de la donación de West Horsey tuvo lugar en 2015. Luego de la última representación en el 2016 en su teatro original, las butacas fueron retiradas de allí al mismo tiempo en que comenzaba a construirse el nuevo teatro de cuatro hileras verticales. Al mismo tiempo se anunció la temporada de 2017 con un recital de Bryn Terfel y Joseph Calleja cantando Cavaradossi. Aparte de Tosca, la temporada incluiría dos obras temerarias para un teatro nuevo por sus pretensiones acústicas: Jenufa y La walkiria. Y allí fui, para ver como sonaban Puccini y Wagner. Quienes pudieron incluir también a Janacek se entusiasmaron en contarme sobre lo excepcional del lugar.

Excepcional primeramente por tratarse de un solar más cercano a Londres que Glyndebourne y con buena combinación de tren. Y excepcional por la belleza de sus jardines, que a diferencia de Glyndebourne son en estilo francés, con canteros bien firuleteados y diferenciables uno del otro. La planta baja de la casa es magnífica y por ahora aloja el restaurante, que como de costumbre es carísimo. Pero hay muchas marquesinas bajo las cuales el público puede regocijarse durante el intervalo largo con un picnic de lujo, o en casos como el mío, con sándwiches de supermercado.
 
Y también el teatro es excepcional. Su interior de madera y cartón prensado aún no ha sido cubierto por la decoración definitiva, pero la acústica, anunciada con una reverberación de 1.4 segundos, es ya excelente.

En Tosca, la prueba acústica llegó al límite con el vozarrón de Calleja, un Cavaradossi estentóreo y apasionado pero sin mayor variación dinámica. Todo lo cantó un poco entre forte y fortissimo, pero su squillo es de un efecto excepcionalmente incisivo, casi incomparable. Contratar para Tosca a una joven de voz lírica como Ekaterina Metlova fue un error que la obligó a luchar contra una tesitura cruel con una emisión normalmente forzada. En cambio Roland Wood se colocó en la fila de los grandes barítonos británicos estilo Gerard Finley, Anthony Michaels-Moore o Simon Keenlyside con un Scarpia magníficamente fraseado y una actuación descomunal, de esas con que este villano puede hacer temblar al público aún en los momentos en que no canta.

Nada nuevo en la decisión de trasladar la acción a la época de Mussolini, hasta el punto de cambiar la alusión a Marengo por Etiopía, pero lo cierto es que el regisseur Peter Relton y el escenógrafo Francis O´Connor consiguieron brindar una propuesta fresca, espontánea e intensamente dramática. Gianluca Marciano dirigió la excelente BBC Concert Orchestra con expresiva y lírica contención. Marciano es uno de esos pocos directores de orquesta jóvenes que dirige “a la antigua”, esto es, apoyando a los cantantes para sacar de ellos lo mejor posible. Es así que aún con las limitaciones de la soprano, esta Tosca tuvo la energía y la exaltación de una gran noche de ópera.

El enorme pool de buenos conjuntos orquestales existente en el Reino Unido permitió a la Grange Park Opera contar con la Orquesta Sinfónica de Bournemouth para su primer Wagner en su nueva casa, esta vez bajo la batuta de Stephen Barlow, un director no siempre inspirado para elevarse a grandes alturas, pero de cualquier manera un profesional sólido e infalible para desarrollar interpretaciones coherentes y sin fisuras.

Tal fue el caso de esta Walkiria que el regisseur Stephen Medcalf y el escenógrafo David Plater ubicaron en un decorado único consistente en el gran hall de una casa señorial, con una galería superior apta para funcionar como segundo plano en las escenas polifacéticas impuestas por los famosos relatos que aglutinan la verdadera acción de la ópera. Por ejemplo, es en la galería que un siniestro mayordomo que me atrevo a llamar Alberico logra finalmente violar a la mucama que al final del tercer acto aparecerá ya embarazada de Hagen, pero en la galería, como una alusión al anti Siegfried creado por el nibelungo. 

Y el concepto funciona maravillosamente bien, como un espacio burgués disfuncional, evocador de los Brudenbrooks de Thomas Mann, alquilado por el señor Hunding en el primer acto y recuperado por su dueño Wotan para desarrollar la épica del segundo y el tercero. Sobre el final las llamitas del fuego mágico corren por toda la galería superior en esta inteligente puesta de costo económico pero por ello mismo más efectiva en su fuerza dramática que en esas escenografías que se vuelven más superficiales cuando mayor la plata que le tiran encima para lograr efectos no asociables con la trama dramática.

El elenco incluyó a Thomas Hall, un Wotan de voz tal vez demasiado abierta pero excelente fraseo, esto último también la mejor cualidad de Sara Fulgoni como Fricka. Robusta y expresiva fue la Brünhilde de Jane Dutton, tal vez más efectiva que nunca frente al soberbiamente impostado Sigmundo de Bryan Register. Pero por encima de todos y a un nivel internacional de consumada expresividad y línea de canto se ubicó Claire Rutter como una Sieglinde de voz cálida, arrolladora fuerza de proyección y una entrega y pasión extáticas en su fuerza de convicción.

Claire Rutter volverá la Grange Park Opera como Amelia en Un Ballo in Maschera en el Festival de 2018, que también incluirá Romeo y Julieta de Gounod y Oklahoma!, la comedia musical de Rogers y Hammerstein. El Festival tendrá lugar entre el 7 de junio y el 14 de julio.

Aparte de toilettes más sofisticadas, la administración del festival ha anunciado una nuevas pérgolas y una escalera caracol para permitir gloriosas vistas del condado adyacente, y la decoración interna de la sala. Por mi parte, temo que los arreglos alcancen un espacio de vegetación salvaje junto al muro original, un lugar fascinante y escondido de la curiosidad del público. Y tal vez haya plata para terminar de reparar la casa. Bumber Gascoigne recuerda que de niño visitó varias veces a su tía duquesa, pero sólo en la planta baja, ya que nunca le fue permitido trepar la gran escalera. ¡Cual no sería la sorpresa del heredero octogenario cuando al subir por primera vez encontró un primer piso lleno de baldes para neutralizar las goteras! Tal vez fue entonces que comenzó a pensar en donarlo todo.

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