Artes visuales y exposiciones
Los monstruos de Joan Miró, de visita en la casa de Max Ernst
Juan Carlos Tellechea

La espléndida exposición Miró – Welt der Monster (Miró – el mundo de los monstruos) ha abierto sus puertas en estos días en el Max Ernst Museum de Brühl (cerca de Colonia y de Bonn), para presentar una veta del genial artista surrealista español menos conocida por estos lares, la de las esculturas que comenzó a realizar en 1930.
Concretamente se presentan aquí 67 estupendas obras de Joan Miró (Barcelona, 1893–Palma de Mallorca, 1983), entre ellas 40 de hasta tres metros de altura, que creó en gran número a partir de 1965 para la Fondation Marguerite et Aimé Maeght, de Saint-Paul-de-Vence (cerca de Niza).
Cuando uno ingresa a la exhibición no puede evitar una sonrisa de oreja a oreja al admirar el mundo de los monstruos de Miró; figuras de las más diversas procedencias metamorfoseadas en el tiempo y el espacio hasta alcanzar su plena transformación en impactantes obras de artes que dejan maravillado y profundamente inspirado al público. La presentación, desde el punto de vista museístico, es perfecta. En la plástica creo un verdadero mundo onírico de monstruos vivientes, admite el artista catalán en uno de sus cuadernos de notas (1941/1942), citado en la exhibición.
El Museo Max Ernst, de Brühl, ciudad natal del artista alemán nacionalizado francés Max Ernst (1891–París, 1976), una de las figuras fundamentales tanto del movimiento dadá como del surrealismo, fue inaugurado en 2005, es dirigido por el historiador de arte Achim Sommer (comisario de la muestra) y además de presentar regularmente su colección propia exhibe obras de amigos y compañeros de ruta de este creador.
Tal es el caso de Miró, quien en 1926 colaboró con Ernst, ambos desconocidos por entonces, en diseños para Romeo y Julieta, de los Ballets Rusos de Serguei Diaghilev (1872 - 1929), con música del joven británico Constant Lambert (Londres, 1905 – ídem, 1951) y coreografía de Bronislava Nijinska (Minsk, 1891 – Pacific Palisades, California, 1972), hermana del legendario bailarín y coreógrafo Vaslav Nijinski (Kiev 1890 – Londres, 1950), estrenada en Montecarlo el 4 de mayo de ese año y dos semanas más tarde en el Teatro Sarah Bernhardt, de París.
Todo esto ocurrió no sin rechiflas y al grito de Judas, Judas, Judas, de surrealistas y comunistas, así como en medio de una lluvia de panfletos rojos firmados por Louis Aragon (París, 1897 – ídem, 1982) y André Breton (Tinchebray, Normandía, 1896 – París, 1966), fundadores del movimiento, que se habían propuesto estropear el estreno del burgués Diaghilev (para satisfacción de éste, que adoraba los escándalos) y los traidores Ernst y Miró. Las protestas duraron poco, porque al cabo de cierto lapso la revista La Révolution Surréaliste, editada por Breton, continuó reproduciendo obras de los dos artistas en sus páginas.
Sin embargo, la inevitable ruptura con los surrealistas se produjo entre 1928 y 1930 y Miró, menos interesado en someterse a sus estrictas reglas y cada vez más individualista, se fue distanciando de aquellos. Eran los tiempos en que se había propuesto asesinar a la pintura con medios plásticos y comenzaba también con sus collages, formas sin precisión enganchadas al soporte, con sus bordes libres enlazados con grafismos que le habrían de abrir el camino hacia la escultura a partir de la tercera década del siglo XX.
Miró, quien en su infancia había sido un chico callado, solitario y observador; y ya de mayor introvertido, discreto y reservado gustaba de realizar paseos, extasiarse ante el paisaje e imaginar animales, objetos y criaturas maravillosas que denominaba monstruos. Sus monstruos son inofensivos, no asustan a nadie; al contrario, causan la hilaridad del espectador, afirma Olivier Kaeppelin, director de la Fundación Maeght, en la conferencia de prensa previa a la inauguración de la muestra que se extenderá hasta el próximo 28 de enero de 2018.
El artista entiende ese humor como resultado de la necesidad de enfrentar su tendencia natural a ver las cosas de forma pesimista, trágicamente, y no lo maneja conscientemente, sino más bien como una reacción impremeditada, acota Sommer por su parte.
A partir de 1946 Miró trabajó en esculturas para fundición en bronce, algunas de las cuales fueron cubiertas con pintura de colores vivos; en este caso, siempre con los básicos, rojo, azul, verde, amarillo, así como blanco y negro. Las formas parecían haber emergido de sus cuadros. Buscaba volúmenes y espacios e incorporaba objetos de la vida cotidiana o simplemente encontrados al azar, piedras, sillas, taburetes, troncos, raíces y ramas interesantes, cubiertos de mesa, tricornios, grifos fundidos a la cera perdida.
Los fascinantes objetos pierden su propósito original cuando se funden con otros. Así concibió 160 esculturas para la Fundación Maeght Pájaro lunar, Pájaro solar; Mujer y pájaro; Torso femenino; Lagarto; Diosa; Horquilla; y Mujer con el cabello revuelto...algunas de ellas expuestas aquí. Son piezas que llaman la atención y gustan a grandes y chicos; familias enteras con sus niños acuden con agrado a esta alegre fiesta del ingenio, la inspiración y la creatividad. Alguien dijo alguna vez, y con razón, que para cualquier mortal una piedra es simplemente eso, una piedra; pero esa misma piedra en las manos y ante los ojos mironianos se convierte en un Miró.
Hoy, con modernas técnicas multimedia y una aplicación que es posible descargar gratuitamente de la página web del Museo Max Ernst se pueden ver en tercera dimensión y desde todos los ángulos las piezas reproducidas fotográficamente en el catálogo de la editorial Wienand, de Colonia publicado en colaboración con la Landschaftsverband Rheinland, LVR (Unión Municipal de Renania).
La exposición presenta asimismo cuadros, trabajos sobre papel y un enorme tapiz tejido y anudado con lana diseñado por Miró en 1980, propiedad de la Fondation Margherite et Aimé Maeght. La fundación que lleva el nombre del galerista parisino Aimé Maeght (Hazebrouck, demarcación de Dunquerque, 1906 – Saint-Paul-de-Vence 1981), tiene su sede en un conjunto edilicio diseñado por el arquitecto catalán Josep Lluis Sert (Barcelona, 1902 – ídem, 1983) en cooperación con su amigo Miró y Georges Braque, entre otros conocidos artistas. El complejo fue abierto en 1964 por el escritor André Malraux (1901 - 1976), entonces ministro de Asuntos Culturales bajo el gobierno de Charles de Gaulle (1890 - 1970).
Cabe evocar que Sert fue el diseñador, junto con Luis Lacasa (Ribadesella, 1899 – Moscú - 1966), del legendario pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París (1937), para el cual Miró pintó El campesino catalán en rebeldía (después de su famoso cartel Aidez l'Espagne, ¡Ayudad a España!, para un sello postal destinado a ayudar al gobierno republicano español), Pablo Picasso el Guernica, Alexander Calder modeló Fuente de Mercurio, Julio González La Montserrat y Alberto Sánchez Pérez El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella.
Además de importantes piezas de Miró y Braque, el asiento de la fundación de Saint-Paul-de-Vence alberga trabajos de Calder, Fernand Léger, Alberto Giacometti, Marc Chagall, Julio González, Eduardo Arroyo, Eduardo Chillida y Antoni Tàpies entre muchos otros creadores: en fin, arte vivo hasta nuestros días, subraya Kaeppelin en amable y breve conversación con mundoclasico.com durante la visita de la prensa a la interesante muestra.
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