Reino Unido
Maestro para dos siglos
Agustín Blanco Bazán

Herbert Blomstedt celebró su noventa cumpleaños como “¡un día sin ensayos!” (sus declaraciones a la radio alemana), en medio de un año de celebraciones durante el cual, en lugar de los ochenta conciertos de costumbre no le queda más remedio que dirigir noventa, como si cada concierto fuera una velita por año vivido. Hace un tiempo sufrió una caída que lo obligó a dirigir sentado por un tiempo. No así en su última presentación en Londres al frente de la Gewandhaus de Leipzig. Dirigió parado y sin mirar partituras.
A los ochenta y pico, Karl Böhm era un saco de papas sentado al podio con pocos movimientos, pero mucha atención para de vez en cuando elevarse para enfatizar algo con aire autoritario. A la misma edad, Karajan era todavía ágil pero tieso y excesivamente hierático en sus gestos de Júpiter olímpico. Blomstedt es todo lo contrario. Su ligera artrosis no le impide un movimiento corporal de la cabeza a los pies, y sus manos…¡ah!, sus manos son un milagro de delicadeza y expresividad. ¡Quién pudiera moverlas así, sin batuta y por ello mismo con una fluidez similar a la de una estrella de ballet en su sincronización con la partitura!
Fue esta fluidez la que caracterizó los tiempos del Triple Concierto de Beethoven, que el maestro dirigió sin subirse al podio, como si hubiera sido un concertino liderando su orquesta. Después de todo Blomstedt comenzó como violinista. Comenzó en los años 50, primero al frente de orquestas escandinavas, y luego intercaló oriente y occidente sin las fanfarrias políticas de otros artistas, con la Staatskapelle Dresden (1975-85), la Sinfónica de San Francisco (1985-95) y la Gewandhaus de Leipzig (1898 al 2005). Conoció a todos y ha sido laureado en todos lados pero en las entrevistas habla como un carpintero que cuenta de sus encargos, siempre con observaciones prácticas: “En Escandinavia había evitado a Richard Strauss, ¡pero cuando fui a Dresden no me quedó más remedio que aprender y tocar su música todo el tiempo!” Y con la orquesta de San Francisco terminó grabando una de las más grandes versiones discográficas de la Sinfonía Alpina. Pero volvamos a Beethoven.
Blomstedt está grabando con la Gewandhaus una nueva integral de las sinfonías de Beethoven. Reconoce que hay cantidad de buenas versiones discográficas, incluida una de él al frente de la la Staatskapelle Dresden. Pero han pasado muchos años desde aquella interpretación todavía influenciada por el metrónomo. Y por Furtwängler que había llegado utilizar con una lentitud a veces exasperante, pese a lo cual, él como tantos directores de su generación tratara de parecerse a Furtwängler lo más posible. Pero con la vejez, nos informa, eso de parecerse a alguien pierde totalmente sentido. Lo que sí tiene sentido es seguir explorando posibilidades interpretativas y él quiere salirse de la mal entendida importancia del metrónomo con algo más libre. Así pareció hacerlo con un Triple Concierto de asertividad nunca pesada sino restringida al marcado necesario para desarrollar una interpretación diáfana y tranquila, que los solistas completaron con similar afirmación lírica. Lirismo fue el rasgo fundamental del cello de Capuçon mientras que Kavakos fue un violín de intensidad sobria y concentrada, sin alarde de virtuosismo, ni siquiera en el pasaje zíngaro del tercer movimiento. Ambos dialogaron con el fraseo claro y aplomado del piano de Gerstein y una la orquesta admirablemente balanceada en su mezcla de urgencia y moderada tensión en el fraseo.
Similarmente desprovista de obstrucciones efectistas fue una Séptima de Bruckner que Blomstedt, ahora sí desde el podio, instruyó a su antológica orquesta como una forma de penetrar en el alma de la partitura con calidez y un énfasis nunca violento, sino de convincente espontaneidad en la construcción de cada climax, y con recatada pero precisa utilización de rubatto, sostenuto, sforzando, etc. Todo salió como lo más natural de un mundo sonoro donde hasta los metales intervinieron sin malograr su brillantez con excesivas dinámicas. Y el resultado fue un Bruckner libre de voluntarismos crispados y gracias a ello más intenso y penetrante que nunca.
¿Por qué dirige Blomstedt sin batuta? Su explicación es típica: resulta que un día se olvidó la batuta en el camarín y había que empezar el ensayo. Primero pensó si volver él mismo sobre sus pasos o mandar a buscarla, pero finalmente decidió que era mucho lío, porque ya estaban ahí todos dispuestos a comenzar el trabajo. Pues bien, parece que enseguida se sintió tan liberado de la batuta como pretende liberar ahora del metrónomo a las sinfonías de Beethoven: “la batuta restringe y esquematiza las instrucciones del director Las manos dan más libertad.” ¿Es la batuta un componente capaz de incrementar el autoritarismo que caracterizaba a los contemporáneos de Blomstedt del siglo XX o el exhibicionismo que define a muchos sucesores en el XXI? Supongo que si le hiciera esta pregunta Blomstedt me pediría que por favor no teorice. Este maestro para los dos siglos evoca sin juzgar y evita dar consejos a los más jóvenes. Pero sabe muy bien contar por qué y como hace las cosas.
Herbert Blomstedt nació en Massachusetts antes que sus padres volvieran a Suecia, donde creció y estudió. Al ser un convencido Adventista del Séptimo Día no ensaya durante el Sabbat pero sí está dispuesto a dirigir conciertos los viernes o sábados porque éstos son para él algo así como ofrendas religiosas. Es un sentimiento de cofradía que parece influir en su contacto con el pequeño número de orquestas con que toca en la actualidad. Dicen que conoce a cada músico como si se tratara de un feligrés de su parroquia. Días después de su cumpleaños la Elbphilharmonie lo recibió con una enorme torta. “¡Menos mal que somos cien personas!” comentó, con ese espíritu de cuerpo que le permite identificarse con sus feligreses.
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