Discos
En el origen de un genio
Raúl González Arévalo
Sin duda Demetrio e Polibio es la ópera más desconocida de Rossini. Su propio festival en Pésaro esperó hasta 2011 para proponerlo, cuando lo grabó en DVD ArtHaus Musik en la que sigue siendo la versión de referencia del título. Antes lo había propuesto el Festival de Martina Franca (1992), producción recogida por Dynamic en la que durante dos décadas fue la única opción disponible. El verano pasado volvió a ella el otro festival Rossini, el de Bad Wildbad, cuyas producciones se han ganado una consideración muy respetable, con propuestas incluso referenciales como Otello y Le siège de Corinthe, puntualmente grabadas por Naxos.
La rareza del título no ha evitado que se conozcan sus coordenadas generales, y las notas introductorias ofrecen una buena información: se trata de la primera ópera a gran escala de Rossini, escrita cuando contaba aproximadamente catorce años, aunque sin la visión de conjunto, pues compuso la música conforme le entregaban las piezas de manera separada. Como ocurre con todas las obras primerizas de los genios, hay destellos interesantes, pero no es, en absoluto, una obra maestra. Sobre todo, esta ópera muestra el Rossini que no será: el que se pliega al estilo imperante, liderado por Cimarosa, impregnado de fórmulas clasicistas, tanto en el desarrollo formal como en la instrumentación y en el uso de la coloratura, con una escritura muy complicada para los cantantes, realmente diabólica en el caso de la soprano, pero de lucimiento inferior a la dificultad de ejecución, pues apenas aparecen las típicas melodías pegadizas que identifican su estilo. Por último, parece claro que no todos los números son de mano del autor. Todo ello explica la desaparición del título de los escenarios y la dificultad para reponerlo. Precisamente lo que la convierte en una pieza clásica de festival.
Desafortunadamente, a diferencia de la producción de Pésaro recogida por ArtHaus, buena sin ser deslumbrante, la de Bad Wildbad no pasa de la medianía. Probablemente, atendiendo a la cualidad de título menor en el catálogo rossiniano, no se recurrió a intérpretes de mayor calidad. Destacan en primer lugar el bajo, Luca Dall’Amico, como Polibio. Sin llegar al nivel de Giorgio Surjan y Mirco Palazzi, es el más notable por calidad vocal y canto. Un escalón por debajo se sitúa el tenor César Arrieta como solvente Eumene, tanto en agudos como en coloratura.
Entre las mujeres la voz de Victoria Yarovaya (Siveno) suena poco juvenil, incluso matronal, carente de atractivo. Con todo, la que lo tenía más difícil era Sofia Mchedlishvili. La soprano georgiana se ve sobrepasada por la dificultad ímproba de la parte de Lisinga, en especial en las arias, donde agilidades y sobreagudos se combinan de forma extenuante. La impresión mejora en los dúos, a pesar de los desajustes de afinación, pero no hay comparación posible con Christine Weidinger ni con María José Moreno (la española se lleva la palma aquí).
La dirección de Luciano Acocella es voluntariosa; la calidad limitada de los Virtuosi Brunensis, evidente desde la obertura, no le permite muchos matices, tanto menos alardes.
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