España - Cataluña
El complicado lenguaje de las flores
Silvia Pujalte
¿Cómo les gustan los ramos de flores? ¿Variados, con muchos tipos de flores diferentes? ¿Con un único tipo de flor? ¿De muchos colores, vivos y contrastados? ¿O quizás coordinados, en una gama de colores que armonicen? ¿O no les gustan las flores? Bien, en este caso tenemos un problema, porque esto, indudablemente, va de flores, las que eligieron la soprano Carolyn Sampson y el pianista Joseph Middleton para su concierto del pasado jueves 9 de noviembre en la Capilla de Santa Ágata, en el marco del LIFE Victoria. Un buen recital que nos presentó cuatro ramos de composición muy diferente.
Sampson y Middleton presentaban su disco Fleurs, publicado en 2015, que incluye una selección de veinticuatro canciones de las muchísimas que hay en el repertorio dedicadas a las flores; interpretaron estas mismas canciones en el mismo orden que en el disco. La primera pregunta que me surge es si un programa necesariamente funciona igual de bien en un disco que en un recital, lo que me lleva a preguntarme si escuchamos un disco igual que escuchamos un recital, e incluso si cantante y pianista interpretan en un estudio al igual que en un recital. ¿Ven por donde voy? Muchas de las flores del programa tienen una segunda lectura, nos cuentan una historia o un sentimiento que fácilmente puede quedar desdibujado entre sus compañeras. ¿Podemos renunciar, por una vez, a aspirar el aroma de estas flores en beneficio de la belleza del ramo? A juzgar por las expresiones relajadas y sonrientes en los rostros del público al final de este recital, parece que sí, que podemos renunciar.
El recital comenzó con una estupenda interpretación de Sweeter than roses, de Henry Purcell, en el arreglo de Benjamin Britten. Sin esfuerzo aparente, Sampson dibujó de manera espléndida las sensuales rosas barrocas (no en vano la soprano es una experta y excelente intérprete de la música de esta época); por su parte, Middleton la acompañó con claridad, sin caer en la trampa de la acústica de la Capilla de Santa Ágata. Como ya comentamos no hace mucho, es el tributo que pagamos a cambio de disfrutar de su bellísima arquitectura: la reverberación resto inteligibilidad a la voz (y, en el caso de las sopranos, más vale que el oyente renuncie a ello ya de entrada) y exige precisión y un uso del pedal en dosis casi homeopáticas al pianista. Después de la exuberancia de Purcell, la fragilidad de dos lieder de Schumann, entre ellos una obra maestra, Meine Rose, dos buenas interpretaciones, contenidas. Quilter, Britten (aquí, cantante y pianista se olvidaron del recogimiento que impone la sala y tropezaron, lamentablemente, con la acústica; adiós a la sofisticación de la pieza!), Gounod y Fauré completaban este primer ramo, sólo de rosas pero de variedades y aromas muy diferentes: seis compositores, cuatro lenguas y cinco épocas.
El segundo ramo, ofrecido por Strauss, era el musicalmente más homogéneo: Das Rosenband y las cuatro Mädchenblumen. Difícilmente se puede pedir más a los intérpretes de este ciclo de lo que hicieron Sampson y Middleton: conseguir que escucháramos con agrado las dos primeras (con todos los respetos para Strauss, muy inferiores a tantas canciones suyas) y que disfrutáramos de las bellas Efeu y Wasserrose. La voz satinada de Sampson, flexible, se plegó a la atmósfera misteriosa de estos dos lieder, mientras que Middleton brilló especialmente en el delicado acompañamiento del segundo. No había mucha luz en la sala para seguir los textos, y en este caso concreto lo mejor era no hacerlo y olvidarse de las (prescindibles) palabras.
Tras la pausa llegó el ramo más armónico: Schubert y Schumann (con la inestimable ayuda del poeta Friedrich Rückert) fueron los protagonistas de la combinación de flores más afortunada: música y palabras perfectamente armonizadas y una buena interpretación de las cinco canciones, especialmente la preciosa Die Blume der Ergebung.
El recital terminó con un ramo de flores francesas, de seis compositores compositores diferentes; nuevamente un ramo muy variado, de resultados irregulares. Fleurs, de Francis Poulenc, que ligaba perfectamente con la sobriedad del Schumann anterior, fue uno de los mejores momentos de la noche, cantado a media voz por Sampson y con Middleton muy cuidadoso con el minimalista acompañamiento. En cambio, Fauré, que tan bien había funcionado en el primer bloque con Les roses de Ispahan, fue el punto más débil de este bloque, con Le papillon et la rose excesivamente afectado y Fleur Jetée falto de amargura y rabia. Este ramo incluía las dos flores más exóticas: por una parte, Offrande; tanto Fauré como Debussy, antes y después en el programa, compusieron una mélodie con el mismo poema de Verlaine, pero elegir la mucho menos conocida de Hahn fue un acierto. Por otra parte, una flor femenina, Les lilas qui avaient fleuri de Lili Boulanger. Hahn, Debussy y Boulanger lograron nuevamente, después del ramo de Schubert y Schumann, crear una atmósfera propia, que se rompió repentinamente con la canción que cerraba el recital, Toutes las fleurs, de Chabrier. No es un contraste excesivo, especialmente para terminar, por más que argumentalmente encaje? Tras este anticlimàtico final, dos propinas: Morgen, de Strauss, y Damunt de tu, només les flors, de Mompou.
Y acabamos con el principio del concierto. Desde su primera edición, una de las características del LIFE Victoria es la presentación en sociedad de un dúo de jóvenes músicos, a menudo estudiantes del Máster en Lied "Victoria de los Ángeles" de la ESMUC, dentro del programa LIFE New Artists. Estos jóvenes (llamados cariñosamente "teloneros") tienen así la oportunidad de compartir escenario principal con el dúo consagrado, puesto que dan un breve recital, de una media hora, para iniciar la velada. Tras su actuación, sin solución de continuidad, los sénior suben al escenario; es un sistema (que como cualquier otro, tiene ventajas e inconvenientes) ya plenamente asumido por el público. La novedad de esta quinta edición es que los teloneros de la pasada edición tienen este año un concierto propio, de formato breve, aproximadamente una hora. Quién sabe, quizá algún día alguno de ellos será el protagonista del concierto principal y "apadrinará" a un nuevo duo debutante.
En esta ocasión, las teloneras fueron la soprano Elena Mateo y la pianista Estitxu Sistiaga. El dúo tuvo el acierto, desde el punto de vista temático, de elegir seis canciones que nos encaminaban hacia las flores que teníamos que escuchar después: Träume y Im Treibhaus, de los Wesendonck Lieder de Richard Wagner; tres de las canciones de Deità Silvane, de Ottorino Respighi, el exuberante bosque que se convierte en decadente jardín, y Stornellatrice, del mismo compositor. Si los artistas principales tropezaron con la acústica de la capilla, lógico es que lo hicieran también las artistas jóvenes, y las canciones que habían escogido casi lo hacían inevitable. Sin embargo, Elena Mateo mostró seguridad, una voz homogénea y una buena línea de canto, mientras que Estitxu Sistiaga fue una acompañante atenta. Como siempre hacemos con los jóvenes músicos que nos presenta el LIFE, las iremos siguiendo.
Comentarios