Obituario
Nacido para crear
Daniel Martínez Babiloni
Hace tres años, Carles Santos construyó una distopía en la que el protagonista era él mismo. En junio de 2014 presentó el cuádruple CD Lo bo ve per baix, 2'55 hores de piano de Santos per Santos en el auditorio de la Fundació Caixa Vinaròs. Cuando concluyó, propuso al público realizar un referéndum para seleccionar, entre tres obras vocales, la que sonaría en su funeral, a celebrar en ese mismo espacio llegado el momento. Quería imaginarse cómo sería. Saber que pasaría, aunque lo veía lejos. Las páginas elegidas fueron: su propio “Autorretrato”, de Voice Tracks (1981), “Calivagerun oculi mei” de los Responsorios de Tinieblas de Tomás Luis de Victoria (una rémora de su juventud como ayudante del maestro de capilla de Tortosa en los oficios de Semana Santa) y el “Crucifixus” de la Misa en si menor de Johann Sebastian Bach. Siempre Bach.
Y el momento llegó: Santos falleció el pasado 4 de diciembre. Parecía desmejorado en la entrega de los Premios a la Excelencia creativa y al talento musical organizados por la Federación de Sociedades Musicales de la Comunidad Valenciana, concedido ex aequo con Llorenç Barber. En octubre tenía que haber inaugurado la sexta edición del Projecte Rafel Festival (Rafelbunyol, Valencia) con No al no (2002) pero no pudo. Tuvo que dejarlo para cuando mejorase, según informa Miguel Ángel Berbis. Lamentablemente no fue así. No obstante, el compositor se fue tranquilo. Su dominio de los códigos de cualquier tipo de ceremonia le llevó a programar un funeral austero, como así resultó, según la televisión local. Mucho más, que cualquiera de sus espectáculos.
Fue profeta en su tierra
Santos y su Bösendorfer se han visto, finalmente, sumidos en ese silencio tan presente en muchas de sus obras. Pero la capilla ardiente, antes estudio del pianista en el que dormía el piano para poder tener ambos un mínimo de independencia, fue un hervidero de abrazos, murmullos y conversaciones. Según Emili Fonollosa: “Vinaròs fue todo ayer [5 de diciembre] Carles Santos”. Y lo fue tanto que los propios sonidos emitidos por los visitantes, con “Autorretrato” como fondo, formaron parte de la última acción cagiana del vinarossenc. Una acción contundente que Alícia Coscollano, su biógrafa, rememora de forma visceral: desde el estómago.
Entre los comentarios que han trascendido destacaría dos: el testimonio de su exesposa, Dolores Cid, y el de su alter ego, Pere Portabella. La primera contó: “Nos conocimos con 11 años viviendo en la misma calle. Después nos enamoramos y nos casamos y estuvimos muchos años juntos. Nos divorciamos de la manera más tonta, y siempre nos quisimos. Él nació para crear.”. Por su parte, Portabella declaró: “Ha estat una amistat molt gran, d’una gran sintonia. Mira, jo sóc un cineasta incorrecte i ell era un músic incorrecte. I ell no era només músic, com jo no només he estat cineasta, i tampoc no érem acadèmics, teníem una mirada oberta cap al cinema, la música, l’art, el teatre, la política…”. El cineasta destacó, además, la aparición del “músico incorrecto” como director de orquesta en El pont de Varsòvia. Esta proximidad ha impregnado la obra de Santos: “Todos mis conciertos son largometrajes”.
Silencio en los medios de Madrid
Si durante esta semana ha habido un silencio clamoroso, poco artístico y menos decoroso, ha sido el de la prensa de tirada nacional, si se puede seguir llamando así en esta sociedad líquida. Ningún medio con especialistas destacados ha dedicado una sola línea al óbito del Premio Nacional de Música de 2008.
El Mundo publicó el citado artículo de Fonollosa en su edición autonómica. También incluyó dos interesantes aportaciones en el suplemento Arts en las que se señala, sobre todo, el talante pretendidamente perturbador de la obra del castellonense. El País recurrió a su redacción en Barcelona para destacar que este “artista genial y provocador”, “agitador de la escena musical y teatral”, fue ahí donde mayor número de espectadores tuvo. Precisamente, donde la vanguardia fracasó estrepitosamente. Ninguna ópera compuesta por los que vinieron a poner en hora el reloj musical de este país después de la Guerra Civil ha logrado conectar con el público como Arganchulla, Arganchulla Gallac (1985), Tramuntana Tremens (1989), La grenya de Pasqual Picanya (1991), L'adéu de Lucrècia Borja (1991), Asdrúbila (1992), La pantera imperial (1996), Ricardo i Elena (2000) o Sama samaruck suck suck (2002), por citar solo unos pocos títulos.
Vanitas vanitatis
Carles Santos tenía una máxima: “El público, aunque no tenga razón, siempre tiene razón. Hay que salir a por la gente. Intentar comunicar. Hoy en día hay tanta oferta, tanta información, que creer que sabes algo que no sabe el público es vanidad de vanidades”. Una actitud totalmente contraria a la del compositor de despacho. Por ello, este músico no dudaba en ser el felpudo de quienes entraban a ver su espectáculo o el asiento de la pianista. A Santos la vanguardia le duró poco, a pesar de lo que se ha dicho. Su transgresión es tan posmoderna como el teatro de Francisco Nieva o como las músicas repetitivas de La Monte Young, Steve Reich, Terry Riley y Philip Glass, refractarias a la primera, a las que alude Josep Ruvira en su despedida.
Sus espectáculos siempre han tenido un toque pop y su autor ha sido consciente de la alta velocidad con la que se consume la obra de arte actual. La revista Rockdelux ha rescatado una entrevista de 2010 en la que se habla de estos shows como giras de cualquier artista al uso. También menciona el monográfico que el programa Metrópolis, de La 2 de RTVE nacido con La Movida, dedicó Santos en 1995. En Patetisme il.lustrat (2015), uno de sus últimos montajes en el cual el silencio es el protagonista y el piano está grabado, hace bailar a Dory Sánchez con un moderno robot aspirador. Fred Astaire bailó con una escoba y Freddie Mercury con un aspirador eléctrico.
José Miguel López, director y presentador de Discópolis en Radio 3 de RNE, emparejaba en Twitter los fallecimientos del músico y Johnny Hallyday. Una doble pérdida que Loquillo lamentaba desde su cuenta oficial en dicha red.
Espíritu libre
“Yo tengo un camino que es el mío, me ha costado bastante encontrarlo y yo lo sigo”, decía Santos. Un itinerario que le sirvió de auto psicoanálisis o de exorcismo, según se mire, en una relación músico-sexual a veces sado y otras onanista. Una búsqueda para salirse de los márgenes que conlleva el empleo de muchas horas y mucho trabajo, además de “abrirse, cultivarse y vivir lo máximo”. Consecuentemente, “la familia es la primera que se rebota”. ¿Recuerdan?: “Él nació para crear”.
Tanto es así que los medios de comunicación que han escrito sobre el luctuoso suceso, periféricos y en su mayor parte en catalán, apelan a su espíritu libre. Un arma de lucha en las décadas de 1970 y 1980, pero también en la actualidad. Máxime, cuando se presenta como padrinos a los dos Juanes, Juan Jaula (John Cage), como decía Hidalgo, y Joan Brossa. De éste fue la culpa. Ahí está Brossalobrossotdebrossat (2008) y Esquerdes Parracs Enderrocs (2017) para demostrarlo.
VilaWeb hablaba de Carles Santos, el més gran, llibertat i avantguarda total. David Castillo lo apoda “clàssic subversiu” y ensalza su “esperit insurgent que va intentar canviar les tendències immobilistes o neonoucentistes”, mas no como objetivo, sino como actitud. Él mismo apuntaba que fue algo colateral, propio de una época. En esa misma línea, Sixto Ferrero tituló su obituario: Carles Santos: un home lliure que cremava pianos. Al tiempo recuerda que pasó por el PSUC, la Assemblea de Catalunya y la prisión, así como por la censura: en el cartel de La meua filla sóc jo (2005) y en la exposición Crits de Crist al Crist de crits (2007). No ha faltado quien ha visto en la aplicación del 155 el motivo por el que el compositor se ha quedado sin la esquela que la Generalitat de Catalunya dedica a las personalidades condecoradas con la Creu de Sant Jordi.
Tocó todos los palos
German Gan denomina a Santos “creador inclasificable”. Primero fue pianista formal. Mosén García Julbe lo introdujo en la Segunda Escuela de Viena. Trajo a Béla Bartók a España y grabó obras de Cowell, Weber, Stokhausen y Mestres Quadreny en Carles Santos: piano (1977). Renegaba de la academia, pero decía que hay que pasar por ella (en la pintura de Dalí se entiende muy bien este principio). Formó parte de colectivos como Grup de Treball, Club 49 y Grup Instrumental de Catalunya. Estuvo en Actum con Llorenç Barber, José Luis Berenguer, Bárbara Held y Esperanza Abad. A ésta, según ella me contaba, además de una franca amistad, le unía ese mismo espíritu combativo y creativo que funde voz, teatro y música. Santos también colaboró en los primeros Ensems y era un gran improvisador.
Por lo que respecta a la escena, conocía al dedillo los parámetros del teatro, al que llegó como músico, así como los de la ópera, la danza, el circo y la performance, aunque le faltase un punto en la elaboración dramatúrgica de sus obras, de las cuales era músico, escritor, escenógrafo y actor, por lo menos, como argumenta Enrique Herreras. No ha sido el “último dadaísta” pero pocos quedan. El verano pasado Pedro Esteban me habló de una “quedada” dadaísta en algún punto del Cantábrico
Sobre este dramaturgo ha escrito Mundo Deportivo: “Fallece Carles Santos, compositor de las fanfarrias de Barcelona’92”, unas piezas sujetas por la tradicional cobla catalana. Nuestras bandas de música, programa de radio especializado, publicó un artículo en el que Manuel Tomás Ludeña reverdece la colaboración del músico ceremonial con la Unió Musical de Llíria en el ballet Belmonte (1988) y en los fastos de aquel año. Recientemente, esta partitura ha sido rescatada por la Banda Municipal de Barcelona y el compositor y director Andrés Valero-Castells. Una actitud que apunta hacia cuál podría ser el camino a seguir para que una obra tan ligada a la figura compositor-intérprete no caiga en el olvido.
En Belmonte el sabor popular es potenciado por el uso del pasodoble. El mismo palo que aparece en la contestación a la concesión del Premio Nacional: Piturrino fa de músic (2009), un angustioso y singular concierto para piano protagonizado por Piturrino, el dueño del circo de Sama Samaruck Suck Suck, ya considerado músico por la oficialidad. Estuve presente en su interpretación en el Festival Internacional de Alicante y uno de los elementos que más llamó la atención fue el empleo del bombardino, un instrumento presente en las bandas.
Y ahora que los auditorios dirimen si los músicos han de mudar esmoquin por tejanos, ahí está el pianista arremangado y con zapatillas deportivas que pudimos ver en la Societat Coral El Micalet de Valencia en 2014. Interpretó Mos de gos (Mordisco de perro): “No saluden tanto y toquen más”, afirmaría el maestro.
No tengáis miedo al silencio
Carles Santos animaba a las intérpretes de Patetisme il.lustrat a que no tuvieran miedo al silencio, ya que éste está más presente en la obra que la música. Pero si lo miramos bien, como han dicho desde Cage hasta Murray Schafer, pasando por Llorenç Barber y tantos otros, todo es música. Y esa exigencia propia, Santos la ha hecho extensiva a sus colaboradores. Intérpretes, músicos, bailarines, cantantes, coreógrafos, trapecistas… que se han visto incomodados y forzados al máximo para dar lo mejor de sí mismos: Mariaelena Roqué, Cesc Gelabert, CaboSanRoque, Sol Picó, Biel Mesquida, Pepa Plana, Dolors Ricart, Cor de Cambra del Palau de la Música, Cor de la Generalitat Valenciana, Anna Ycobalzeta, Claudia Schneider, Inés Borràs, Maribel Monar… Todos son cooperadores necesarios que llaman “oportunidad balsámica” al trabajo realizado con alguien que no sigue modas y destacan la importancia que da al silencio en una época tan ruidosa.
Pero los silencios que crean estos artistas no incomodan. Hacen pensar. El que cubre ya la figura de Carles Santos se llenará de la mejor manera posible. Las instituciones dirán lo que tengan que decir. Antoni Valesa, director artístico del paraninfo de la Universitat Jaume I de Castelló, opina que no ha sido bien tratado, que su obra se podía haber difundido más. A las autoridades estatales no se les espera. De las autonómicas hay que recordar que el último montaje que se vio en Valencia, Canturia cantada (2015), era una producción del Festival Grec de Barcelona (2012). Lo presentó la Universitat con motivo del 75 cumpleaños del compositor y de los 50 años de carrera. Parece que el próximo Ensems incluirá Tocatico-Tocatà, un espectáculo infantil, y el Palau de la Música le dedicará uno de los conciertos de ese mismo festival. No parece mucho. En Les Arts, aún no ha entrado con propiedad. Acudió con el Cor de la Generalitat a la gala de los Premios Max, de cuyas manzanas ha obtenido 13.
Al concluir y revisar este obituario da la impresión de que Carles Santos fue un músico periférico, enclavado en un lugar periférico de un país musicalmente centralizado. Nada más lejos de la realidad. Fue un músico universal, amante del riesgo y la heterodoxia, que desborda, agotador e inagotable. Hizo de su vida un pleno work in progress. La palabra que más veces ha aparecido en los artículos mencionados es genio y una de las obras más compartidas en las redes sociales es Bujaraloz by nigth (1978). Aquella por la que Tom Johnson lo denominó “minimalista romántico”. Esta inconmensurabilidad me llevó a dilatar tanto la preparación de la entrevista que tenía que haber sido este texto que no pudo ser. Iba a concluir la serie Conversar en el sosiego, en la que aparecen Jesús Villa-Rojo y Llorenç Barber.
Por mi parte, para paliar ese último silencio acompaño este artículo, escrito desde la militancia en la creatividad, la misma que Santos reconoció en Brossa y Alícia Coscollano en él mismo, con dos palylists alojadas en las plataformas Spotify y YouTube. Tengo permiso del autor. Hace tiempo declaró no irritarse ante la difusión de su obra en Internet: “ja que ens falten tantes coses, almenys que hi hagi música, que la gent pugui disposar de la música. Tal vegada soni a idealista, però com que he passat tant de temps a les trinxeres, aquest tipus de relació em sembla satisfactori”.
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