Discos
Bayreuth 1963. Un Beethoven para la historia
Carlos Ginebreda
En el pasado verano correspondiente al Festival de 2017, el sello Orfeo ha publicado no uno, sino dos registros correspondientes al “Nuevo Bayreuth”, a saber: El Holandés Errante de 1959 dirigido por Wolfgang Sawallisch, y la Novena Sinfonía de Beethoven con la orquesta y coros de Bayreuth dirigidos por Karl Böhm en el Festival de 1963. Esta Novena de 1963 se publica oficialmente por primera vez, aunque antes ya podía escucharse en registros no oficiales. .
Antes de entrar en materia, es obligado recordar que la Novena del compositor de Bonn tiene un fuerte arraigo en los Festivales de Bayreuth, y se ha venido poniendo en atriles allí en ocasiones muy especiales. Para entender adecuadamente la relación de la Novena, Wagner y Bayreuth, es imprescindible la lectura del artículo publicado en los albores de Mundoclasico.com bajo el título La Novena Sinfonía de Beethoven y Bayreuth que firmó Ángel Fernando Mayo cuya profundidad, rigor y sensibilidad, no tienen parangón posible hoy día.
En este extenso y profusamente documentado artículo, Ángel F. Mayo, al referirse a esta Novena de 1963, dice textualmente “La verdad es que la velada no hizo historia”. Se trataba en aquella ocasión de conmemorar el 150 aniversario del nacimiento de Richard Wagner y el 80 aniversario de su fallecimiento. La edición oficial de Orfeo ahora en disco compacto y basada en tomas de la Radio de Baviera, ha mejorado notablemente la calidad de sonido (había salido en Melodram, en condiciones no precisamente buenas). Y aprovechando su publicación conviene recordar algunas circunstancias que rodearon a esa interpretación de la Novena.
El Festival de Bayreuth de 1962 había sido uno de los mejores después de la reinauguración en 1951. Para el Festival de 1963 Wieland Wagner presentaba su segunda producción de los Maestros Cantores de Nürenberg fundamentada en el teatro de Shakespeare, y quería que la dirección corriera a cargo de Otto Klemperer, lo que ilusionó mucho a éste. Wieland y Klemperer se tenían mutua simpatía. Por su parte, Wieland admiraba las modernas y austeras escenificaciones que se producían en la Ópera Kroll de Berlín, de la que Klemperer había sido director, y que fueron eliminadas de un plumazo por el nacionalsocialismo. Y Klemperer sentía apego por el joven Wieland, que eliminó toda la tradición arcaizante para la etapa del “Nuevo Bayreuth”. Además Wieland disfrutaba con el humor corrosivo y sarcástico de Klemperer. Las dificultades de salud de Klemperer y su falta de movilidad hicieron imposible que dirigiriera la orquesta desde el profundo foso del Festpielhaus, y Klemperer tuvo que renunciar a los Maestros.
Wieland intentó que Klemperer dirigiese en el Festspielhaus a la Philharmonia Orchestra la Novena de Beethoven prevista para las celebraciones de 1963. Hubo oposición de los sindicatos del Festival y de las autoridades locales. Por otra parte, a Wieland nunca le gustaron los maquiavélicos manejos de Walter Legge, que era el dueño y señor de la orquesta londinense, y que quería protagonismo en el evento. Los nietos Wagner decidieron entonces ofrecer a Karl Böhm la Novena y éste aceptó gustosamente. El precedente era bueno: uno de los grandes logros del festival de 1962 había sido la segunda producción Wieland Wagner de Tristán e Isolda, con Nilsson y Windgassen bajo la dirección de Karl Böhm, que debutaba con enorme éxito en Bayreuth.
Karl Böhm estudió Derecho. Mas su vida dio un giro inesperado, y convenció a sus padres de que lo suyo era de dirección de orquesta. No es este el lugar para profundizar en su biografía, pero en lo cierto es que, en lo que atañe a director wagneriano ganó cierta experiencia en la Ópera de Graz, su ciudad natal, bajo la tutela del legendario director Karl Muck, que era el director favorito de Cósima Wagner para Parsifal. El wagneriano Muck ayudó al joven Böhm para preparar Lohengrin en la Ópera de Graz, y le dio un primer aviso “Herr Böhm, no toque la marcha nupcial como si fuera una polka”.
Wieland Wagner era un experto en llevar las aguas a su molino, y a falta de otros directores más famosos, eligió a Karl Böhm y logró sacar todo el fruto posible del director de Graz. Böhm, por su parte, era un tipo serio y solvente, no cuestionaba la autoridad de Wieland y para él Bayreuth significaba la culminación en su carrera artística. Buen acompañante de cantantes, muy riguroso y exigente con las orquestas a veces, era tildado de director antipático y con la autoestima demasiado elevada. Sin embargo, fue muy afectuoso con directores tan dispares como Leonard Bernstein o Carlos Kleiber, que le tenían verdadera admiración. Y por supuesto, por Herbert von Karajan, que siempre tuvo elogios para Böhm.
Pero volvamos a los hechos, esto es, a la Novena de 1963 en Bayreuth. Penélope Turing* fue la cronista de los Festivales del Nuevo Bayreuth para el mundo anglosajón. Su reportaje para el festival de 1963, explica que la Novena dio inicio al Festival, con la conmemoración antes citada, un caluroso día 23 de julio a las ocho de la tarde, con George London, Jess Thomas, Grace Bumbry y Gundula Janowitz como cuarteto solista, bajo la dirección de Karl Böhm, con la orquesta y coros del festival. Turing es tajante comentando que el concierto no tuvo el éxito esperado, y en cambio destaca la extraordinaria labor del coro, dirigido fabulosamente por Wilhelm Pitz, que mereció ser el único laureado en la velada beethoveniana. De todas formas, la señora Turing advierte una y otra vez que el Festival fue bastante incómodo, por el agobiante calor del verano, alcanzándose entre 27º y 33º grados (entre 80º y 90º Farenheit). Para información de los lectores esto significa que dentro del Festspielhaus la temperatura puede ser de 35º grados por el calor humano añadido, y en el foso de unos 39º grados.
Peter Emmerich, autor de las notas (en inglés y en alemán) que acompañan al cuadernillo del disco compacto, nos indica que la orquesta estaba compuesta por 150 músicos y el coro por 217 cantantes. No tengo pruebas, pero puedo aventurar que todos quisieron apuntarse al evento y que el sindicato de los músicos así lo requirió (casi seguro que Klemperer hubiera reducido proporcionalmente el número de músicos). Lo cierto es que esta Novena es abrumadora, apabullante y agotadora, en el mejor de los sentidos.
La comparación con la de Furtwängler de 1951 en Bayreuth es obligada aunque algo injusta, toda vez que la de Furtwängler es prácticamente la referencia universal en la historia de la fonografía. Las duraciones son de 74:11 para Furtwangler y de 71:17 para Böhm. El Beethoven de Böhm, siempre fue bastante claro y directo. Dirigió excelentemente la Segunda y la Sexta del sordo de Bonn (grabaciones en vivo y en estudio para DG). En la Novena el Adagio, le dura a Furtwangler 19:23 minutos, mientras a Böhm 17:11 minutos. Pero no es cuestión de dos minutos lo que diferencia una interpretación de otra, sino que va mucho más allá. El problema de esta Novena de 1963 radica fundamentalmente en el Adagio y Böhm se aleja aquí de lo que podía haber sido una jornada histórica.
Al hablar del Adagio de la Novena, las palabras de Furtwängler son conmovedoras: “(…) Sobre todo las variaciones en adagio, y en especial las escritas en los últimos años (…) presuponen la existencia de aquel tipo de temas beethovenianos, completos en sí mismos, que viven en sí mismos, de tal modo que todo el gran grupo de variaciones que les sigue, no parece sino una exhalación, un eco, una expansión del tema, sin ningún elemento añadido que no proceda de su propia naturaleza. Y semejante movimiento Adagio molto e cantabile- la mayor relajación emprendida en música- es insertado luego en otros cuya tensión ha sido llevada al grado máximo (…) sólo con la tremenda y pavorosa entrada del final se revela en perspectiva el pleno sentido del adagio, a pesar de su profundo carácter contemplativo (…) en el adagio Beethoven pudo representar el reverso del mundo, también aquí, como en los movimientos precedentes, llegando hasta los límites de la habilidad humana, y finalmente, con el último movimiento, poner todos los anteriores en la perspectiva adecuada y con ello revelar en su totalidad las posibilidades trágico-dionisíacas de la música. ¡Realmente, esto es fuerza creativa!”*
Para Furtwängler, después de la increíble transcendencia del Adagio no había otra solución coherente que utilizar la voz humana. Böhm no sigue el concepto antes transcrito y por ello la conclusión permanece: la de 1963 es una Novena que quizás no hará historia. Nada parecido con el Furtwängler de 1951. Aquello es otra galaxia.
No obstante, la grabación de Orfeo suena a Bayreuth, al Festpielhaus y a una orquesta, tal vez desmesurada, pero en todo caso imponente y wagneriana. Se agradece a Orfeo haber incluido en la grabación la fanfarria con temas de la Novena para convocar al público. Los solistas fueron buenísimos, y sorprende escuchar a un George London sobrado de voz y de alegría (mientras en nuestros oídos no podemos olvidarnos de su agonizante Amfortas, ni de su atormentado Holandés); Gundula Janowitz, un diamante en bruto. Grace Bumbry y Jess Thomas, estupendos.
Pero lo que hace imprescindible esta grabación es la interpretación de los coros de Bayreuth al final de la sinfonía: es increíble, estos coros son gloria bendita. Wilhelm Pitz fue el auténtico protagonista de la velada. El gozo de oír al coro es inenarrable. Aunque sólo fuera por esta razón, vale la pena adquirir el disco de Orfeo.
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