España - Galicia

Pacho anda suelto

Alfredo López-Vivié Palencia
martes, 16 de enero de 2018
Santiago de Compostela, jueves, 11 de enero de 2018. Auditorio de Galicia. Pacho Flores, trompeta; Leo Rondón, cuatro venezolano. Real Filharmonía de Galicia. Manuel Hernández Silva, director. J.B.G. Neruda: Concierto para corno da caccia y cuerdas; Héitor Villa-Lobos: Aria de la Bachiana brasileira nº 5; Pacho Flores: Cantos y revueltas; Silvestre Revueltas: Redes Suite; Alberto Ginastera: Suite de danzas de Estancia, op. 8a. Asistencia: 90%.
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Dice el maestro Binaghi que una crítica buena siempre es más breve que una mala. Y dice bien, hasta el punto de que en esta ocasión bastaría con que ustedes se lean el programa y yo les cuente que sus intérpretes estuvieron a la altura imaginativa requerida por estas obras, y que el público se lo pasó cañón.

De todos modos, no estará de más alguna presentación. Resulta que las iniciales del tal Neruda no tienen raíces chilenas (como sería excusable deducir del cartel americano) sino que corresponden a los nombres –una vez germanizados- de Johann Baptist Georg (c. 1708-Dresde 1776, aunque el programa de mano le da cuatro años más de vida), músico bohemio que, además de compositor, ejerció como concertino en lo que hoy conocemos como la Staatskapelle Dresden, y con cuyo Concierto en Mi bemol mayor se las tienen que ver quienes se dedican profesionalmente a la trompeta desde que fuera publicada la partitura en 1974. El mejicano Silvestre Revueltas compuso la banda sonora de Redes (una película-documental codirigida por Fred Zinnemann y Paul Strand), de la que en 1937 el gran Erich Kleiber arregló la “suite” escuchada hoy.

Del resto del programa huelga decir nada. Salvo de los Cantos y revueltas que el venezolano Pacho Flores (San Cristóbal, 1981) estrenó esta noche: en el programa de mano se cita al autor declarando que esta pieza para trompeta y orquesta de cuerda se inspira en los cantos y bailes populares de quienes trabajan la tierra; el resultado es una obra deliciosa de quince minutos de duración y en tres partes (lento-rápido-lento), con dos intermedios “improvisados” para la trompeta y el cuatro (variedad autóctona de la guitarra con funciones eminentemente rítmicas, cuyo tañedor ha de compensar la falta de dos cuerdas con un rasgueo endiabladamente ágil), que a mí me recordó -en sus recursos formales y en su escritura refinada- a la Fuga con pajarillo de Aldemaro Romero.

Flores es otro ilustre hijo de “El Sistema” venezolano: dato suficiente para presentarle con todos los honores. Hasta cinco instrumentos diferentes de la firma Stomvi (valenciana, de dónde si no?) tocó a lo largo del concierto, aunque me quedo con el corno que empleó para el Concierto de Neruda: cómo es posible extraer un sonido tan redondo y tan expansivo de un instrumento tan pequeño, y cuándo respira este hombre? No tengo respuesta para ninguna de las dos preguntas. Por lo demás, su versión del aria de la célebre Bachiana brasileira nº 5 me trajo a la memoria nada menos que a Dusko Goykovich; y en los Cantos y revueltas se me agotan los adjetivos para referir una técnica impecable y un gusto exquisitamente educado; por no hablar de la fiesta que montó con el cuatrista –que no cuatrero- Leo Rondón (cualquier campeón de bádminton envidiaría su soltura de muñeca), y con el mismísimo Hernández Silva, quien se bajó del podio, agarró las maracas y nos puso a bailar a todos demostrando que ese instrumento –bien tocado- no tiene nada que ver con un sonajero.

Los tres se volvieron a juntar para una trepidante propina en forma de una tonada popular venezolana: El diablo anda suelto, que el propio Hernández Silva rebautizó como Pacho anda suelto. Y cuando todos pensamos que se había acabado la primera parte, Flores, la orquesta y el maestro van y se arrancan, sin previo anuncio, con el Invierno de las Cuatro estaciones porteñas de –doble genuflexión- Astor Piazzolla (nada decía el programa de mano, aunque he podido leer las notas para este concierto que se repetirá en Coruña dos días después y en ellas sí se incluyen comentarios al respecto: descoordinación venial, porque lo importante es tener la ocasión de escuchar una obra tan hermosa servida de manera tan seductora).

Que la Real Filharmonía se transforma cuando la dirige Hernández Silva es una constante cada vez que don Manuel viene a Santiago. Y hoy no iba a ser la excepción: los músicos de nuevo “patalearon” al maestro al final del concierto. Porque no se limitó a acompañar a Flores, sino que le extendió una cálida alfombra orquestal; porque de Redes sacó todo lo que de brillante e inquietante tiene esta música (es estimulante comprobar que Revueltas no sólo escribió Sensemayá); y porque en Estancia pasó de una “Danza del trigo” de verdadero ensueño en fraseo y en mimo de las texturas sonoras, a un “Malambo” apabullante, que si sonó algo descompensado es sólo debido a que la partitura dispone siete instrumentistas en la artillería y les ordena fuego a discreción.      

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