España - Andalucía
Un Fausto de primera
José Amador Morales
Algunas veces resulta muy grato comprobar cómo, con no muchos medios pero con las ideas muy claras y sobre todo una gran capacidad organizativa y de gestión no exenta de sentido común, se pueden obtener resultados más que aceptables en el mundo de la lírica. Este Fausto jerezano es una prueba innegable de ello pues, adelantémoslo ya, ha sido probablemente el mejor título operístico ofrecido en la ciudad en los últimos años. Y conste que ya de por sí hemos asistido a propuestas muy arriesgadas, desde distintos puntos de vista, como Aída, Otello o Norma por parte del Teatro Villamarta. La célebre obra de Gounod se sumaba a ellos y su formato de gran ópera francesa plantea no pocos retos interpretativos a todos los niveles: desde luego es toda una prueba de fuego para cualquier teatro de media y pequeña capacidad.
La puesta en escena proveniente de la asociación de Amigos Canarios de la Ópera, de la mano de Alfonso Romero, era sencilla y austera pero sumamente eficaz, flexible e incluso con su efecto oportuno cuando era conveniente. La idea del paso del tiempo, muy eficazmente planteada mediante ese enorme péndulo de Foucault en el primer y último cuadro, así como la sinrazón de Fausto, que es presentado anciano y en una silla de ruedas en el marco de un psiquiátrico, resultó lograda y hábilmente desarrollada como fondo de la trama. La sobria escenografía contenía un acertado movimiento de actores y, en especial, un juego luminotécnico que incluía determinadas proyecciones videográficas de gran impacto estético (como el último cuadro del cuarto acto).
La dirección musical de Luiz Fernando Malheiro no llegó a extraer ni de lejos todas las posibilidades tímbricas de una paritura tan refinada y elocuente en ese sentido. Pero fue inteligente al imprimir un color básico, algo más pulido en los interludios orquestales, y particularmente a la hora de organizar los tempi, ciertamente atinados y versátiles en una representación en la que, a pesar de sus cuatro horas largas no perdió la intensidad ni el pulso dramático en ningún momento. Igualmente el maestro brasileño obtuvo un deseable equilibrio dinámico (no hubo tendencia al estruendo en ningún momento) y fue evidente su atención a los cantantes. Según tuvimos noticia, sufrió una seria caída durante los ensayos que, a la postre, no le impidió empuñar la batuta en ambas funciones con aparente normalidad.
Vocalmente el reparto estuvo encabezado por Ismael Jordi, toda una gloria local en el mejor y merecido sentido de la expresión, que debutaba un papel (al igual que sus compañeros protagonistas) que cantará la próxima temporada en el Teatro Real de Madrid. El tenor jerezano, pese a ser su primer acercamiento del personaje, recreó un ‘Faust’ sensible y no desprovisto de intensidad dramática para lo cual se valió de su enorme musicalidad, buen gusto y talento para los matices. Sus emocionantes medias voces así como una portentosa messa di voce al final de su célebre aria “Salut! demeure chaste et pure" hicieron las delicias de un público entregado. A lo largo de los últimos años Jordi, de unos medios vocales discretos, ha logrado pulir en parte ese ingrato vibrato de antaño (principalmente en el primer agudo) y moverse más desenvuelto por el escenario. Obtuvo un merecido éxito para nada rebajado por “jugar en casa”, lo que en cualquier caso lo hizo más entrañable.
Su triunfo estuvo a la par, también justamente, con el de Alexander Vinogradov. Desde luego que el bajo ruso se sintió comodísimo vocal y escénicamente en un ‘Mefistófeles’ que impactó no poco en la audiencia. Y eso que muy probablemente su enorme voz se desplegó por el Teatro Villamarta a medio gas. Quien esto suscribe había escuchado su reciente Felipe II en Valencia en donde demostró las mismas cualidades, si bien careció de un punto de introspección en un personaje psicológicamente tan caleidoscópico como el de Verdi. Sin embargo, aquí la linealidad dramática del rol le facilitaba en ese sentido las cosas pudiendo recrearse mucho más como actor que en la producción valenciana y desde luego supo aprovechar sus momentos de mayor lucimiento como en “Le veau d'or" o “Vous qui faites l'endormie".
Por su parte, Isabel Rey convenció como ‘Margarita’ gracias a su hermoso centro vocal y su cálido fraseo. Así pues, una línea de canto de muchos quilates, en sí misma expresiva, así como la ideal presencia escénica compensaron unas dificultades en la zona aguda, de emisión forzada y sonido metálico que, si bien nunca le resultó fácil, logró controlar de forma plausible.
Muy homogéneo el resto del reparto en donde junto al bienintencionado, aunque con técnica no del todo aseada, ‘Valentín’ de Xavier Mendoza encontramos al interesante ‘Wagner’ de Pablo López, la potente ‘Siebel’ aunque algo de timbre gutural de Alexandra Rivas o la ‘Marta’ de la siempre convincente Mireia Pintó. Mención especial merece la actuación del Coro del Teatro Villamarta el cual, en una obra tan exigente mostró un trabajo extraordinario con unos resultados a la altura de las circunstancias que corroboran una línea ascendente, esperemos que imparable.
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