Italia

Un flaco favor

Jorge Binaghi
miércoles, 2 de mayo de 2018
Pountney: Francesca da Rimini © Brescia y Amisano, 2018 Pountney: Francesca da Rimini © Brescia y Amisano, 2018
Milán, sábado, 21 de abril de 2018. Teatro alla Scala. Francesca da Rimini (Turín, Teatro Regio, 19 de febrero de 1914). Libreto de G. D’Annunzio (‘recreado’ por T. Ricordi) y música de R. Zandonai. Dirección escénica: David Pountney. Escenografía: Leslie Travers. Vestuario: Marie-Jeanne Lecca. Luces: Fabrice Kebour. Intérpretes: María José Siri (Francesca), Marcelo Puente (Paolo il Bello), Gabriele Viviani (Giovanni lo Sciancato), Luciano Ganci (Malatestino dall’Occhio), Idunnu Münch (Smaragdi), Alisa Kolosova (Samaritana), Sara Rossini (Biancofiore), Elia Fabbian (Un juglar), Ashley David Prewett (Ostazio)  y otros. Orquesta y coro (preparado por Bruno Casoni) del Teatro. Director: Fabio Luisi
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Si el ‘libretista’ (aunque la ‘reducción’ haya sido de Tito Ricordi) es un genio literario prestigioso y reconocido y adulado en su país y todos, el compositor primero, están dispuestos a quemar incienso ante él puede ocurrir que el tal libreto termine interponiéndose, mediando negativamente, entre el autor de la música y el público. Suele ocurrir con D’Annunzio, y un buen ejemplo es esta, por otros conceptos interesantísima obra. Es la tercera vez que la veo, y el talón de Aquiles ha sido, además de algunos cantantes, el texto. Esta vez pude observar, mientras seguía el texto en italiano, las reacciones de dos turistas que leían el inglés delante, y unos jóvenes italianos a mi lado. Los primeros seguían una traducción que, forzosamente, suprimía lo altisonante y ‘poético’ del texto, y sobre todo se apartaba de ese lenguaje altisonante y artificioso, pretendida recreación arqueológica de un italiano áulico que existió sólo en la mente de su autor. Los segundos a veces reían y otras se miraban confundidos ante palabras con las que seguramente tropezaban por primera (y única vez). Y tanta presunta exquisitez y tanta reverencia termina afectando, incluso a los intérpretes. Quienes, por otra parte, y los dos protagonistas, en especial, no lo tienen nada fácil. Si alguien quiere leer algo más sobre la obra, puede acudir a mi reseña de la reposición parisina

El caso es que tampoco esta vez había mucho público y los aplausos fueron modestísimos antes de la pausa y un poco más calurosos al final. Lo que es una lástima porque el trabajo de Luisi con la orquesta del Teatro fue extraordinario, la mejor dirección en vivo que yo haya podido escuchar. Supo dar toda la riqueza de matices musicales, la voluptuosidad enfermiza, la brutalidad de los mundos de ambas familias, y eso que tuvo que tener muy presente a los protagonistas a los que de otro modo hubiera cubierto sin remedio. Y en efecto, fue el más aplaudido de todos, y con justicia.

La puesta en escena de Pountney fue bastante lograda conociendo algunas de las arbitrariedades del director. Tal vez esa cabeza a la Paulina Bonaparte de Canova haya sido demasiado fría e incolora para el texto y la música, y la resolución de la muerte de los amantes poco afortunada. Pero hubo espectáculo en la escena de guerra, y bueno, y cuando falta personalidad en un artista es difícil insuflársela.

De eso pecaron los dos protagonistas, pero sobre todo quien pensó en ello para las respectivas partes. Siri cantó relativamente bien, en particular en las medias voces; el agudo fue metálico más de una vez, el grave poco consistente, pero lo más flojo fue su incapacidad para transmitir las situaciones de Francesca (ciertamente ni vestidos ni posiciones la ayudaron demasiado y en muchas ocasiones terminó cantando delante de las candilejas como en los viejos tiempos).

Paolo debía haber sido Roberto Aronica, y era una elección, creo, afortunada, pero la enfermedad se hizo presente y hubo que recurrir a alguien que tuviera el papel en repertorio (no es que haya muchos tenores en circulación con este personaje bien aprendido; obviamente no se pudo recurrir a Alagna, que era quien lo había hecho, y muy bien, en París). Puente tiene buena figura, una voz de tenor sustancialmente bonita, pero es engolado todo el tiempo y el agudo no es fácil; tampoco como artista es formidable, pero su papel en eso es más fácil que el de Francesca. Tiende a una gesticulación algo ampulosa, como se comprobó cuando salió a saludar, pero en eso no es el único (y mucho menos si pensamos en tenores). 

Lo mejor así, lo más en carácter por tipo de voz e interpretación, fueron los dos horribles hijos de Malatesta (nada que ver con el del Don Pasquale que vi dos días antes en la misma sala). Viviani estuvo notable y con un volumen enorme e hizo bien su violento y posesivo Sciancato; no conocía a Ganci, que me parece un tenor muy interesante, en absoluto característico, y con una expresividad exacerbada como lo pide su inmundo personaje. Lo mejor vino de ellos, y en especial de su escena conjunta en el último acto, en la que el drama habitó realmente el escenario. 

El coro estuvo obviamente muy bien, pero en las partes secundarias hubo de todo: Kolosova es una buena voz, pero no sé si para ‘Samaritana’ (lo que sí sé es que su agudo superaba en firmeza y volumen al de Siri). La esclava y maga, ‘Smaragdi’ (Münch), tiene voz de mezzo, pero la mayoría de sus notas fueron fijas y la expresividad de su ‘dama’ resultó poco convincente, además de monótona. Fabbian fue un buen juglar, obligado en este caso a morir asesinado por el hermano de Francesca y tuvo que soportar estar sepultado bajo una tela blanca bastante tiempo; lo único que me pregunto es por qué, si la parte está escrita para un bajo, se la dan a un barítono que forzosamente tiene que compensar como puede los graves. Los demás estuvieron más o menos correctos, y habría que nombrar a Matteo Desole (su Ser Toldo es una parte breve, pero el timbre pareció interesante) y a la voz del prisionero y ballestero (Hun Kim) y al vigía de la torre (Lasha Sesitashvili), los dos últimos alumnos, como Rossini en ‘Biancofiore’, de la Academia de la Scala. Hablando de ‘Blancofiore’ y las otras doncellas de Francesca no estuvieron mal, pero casi todas mostraban un agudo tirante y no siempre se entendía bien lo que decían. 

Si uno mira repartos anteriores se encuentra, por ejemplo, que en 1942 la parte de ‘Adonella’ se asignó a Giulietta Simionato. Es toda una forma de entender la carrera de un cantante (con todos los obstáculos que tuvo al principio la carrera de la gran mezzo). Incluso en la última reposición, 1959 (jamás habían pasado más de trece años entre las sucesivas reposiciones desde el estreno), el mismo rol era para Anna Maria Rota y el de Smaragdi para Gabriella Carturan. Alguien sabrá decir, dentro de sesenta años, si con el reparto de ahora sucede lo mismo. Por cierto, los papeles protagónicos en el estreno de 1916  fueron para Rosa Raisa, Aureliano Pertile y Giuseppe Danise, y en 1959 para Magda Olivero, Mario Del Monaco y Giangiacomo Guelfi. En el medio pasaron Gilda Dalla Rizza, Gina Cigna y Maria Caniglia en Francesca, de nuevo Pertile, Ziliani y Prandelli en Paolo, y Carmelo Maugeri y Mariano Stabile en Giovanni. Cuando se planea cuidadosamente un ‘reestreno’ de esta importancia luego de tanto tiempo, habría primero que estar seguros de que se puede contar con nombres a la altura de los anteriores, o se le hace un flaco favor.

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