España - Cataluña
¡Te quiero, zarzuela!
Jorge Binaghi

Domingo ha estado volviendo en cada temporada en los últimos años. En esta sólo hará esta presentación dedicada a un género al que ha dedicado importante parte de sus esfuerzos, no sólo por convicción personal sino en recuerdo de la labor llevada a cabo por sus padres en el ‘género chico’ (que puede ser igual de grande que el grande si se hace bien), que él mamó desde su nacimiento.
Aquí se hizo cargo de casi todos los papeles baritonales, aunque volvió a su antigua (y real) cuerda de tenor para interpretar, como final de la primera parte, uno de sus grandes éxitos de siempre: ‘No puede ser’ de La tabernera del puerto. Es posible que otras veces la haya hecho mejor, con agudos más insolentes y brillantes, menos cortos, y curiosamente fue el momento de toda la velada en que más sonó a un barítono. Pero el fraseo de la sección central (‘Los ojos que lloran…’) fue más memorable que nunca. Si empezó con la voz bastante fría (‘Quiero desterrar’, de La del soto del Parral) y tampoco remontó mucho el vuelo en ‘Mi aldea’ (de Los gavilanes), su mejor momento en la primera parte fue ‘No cantes más La africana’ (de El dúo de La africana), el conocido dúo en que lo acompañó Martínez.
Ya en la segunda parte reapareció totalmente el gran Domingo: primero en el gran dúo de Luisa Fernanda (‘En mi tierra extremeña’) donde su famoso, con justicia, Vidal Hernando causó el efecto esperado, en compañía de Martínez también. Y del mismo personaje entonó ‘Luche la fe por el triunfo’ de modo inmejorable. El final fue el dúo de Marina (‘Feliz morada’), en el que asumió sensacionalmente el papel de barítono y sacó toda su artillería operística, esta vez con la colaboración del tenor Hernández.
Ya en los bises se lució en otro dúo de La del manojo de rosas con Martínez, y terminó el concierto con otro de sus grandes éxitos ‘Adiós dijiste’, de Maravilla, y la ovación fue atronadora, aunque en todas sus apariciones durante la velada había sido notable..
Martínez debutaba en el Liceu. Está acostumbrada a este tipo de programas con Domingo y como siempre fue muy profesional. Lamentablemente la voz sigue sin ser de gran calidad (en particular en los graves, mientras los agudos son firmes aunque sumamente metálicos) y aunque es desenvuelta sorprendió que su dicción fuera tan confusa como para no entenderle más que algunas palabras en el ‘Lamento’ de Maria de la O del cubano Lecuona, e incluso en los dúos, ya fuera con Domingo o con Hernández. En la segunda parte en este aspecto mejoró, pero el único texto absolutamente claro fue el de su bis, el aria de salida de Cecilia Valdés, de otro cubano, Roig. Cantó, aparte de lo ya indicado, la conocida ‘Tres horas antes del día’, de La marchenera, y otros dos duós con Hernández, ‘Amor, mi raza sabe conquistar’, de La leyenda del beso, y la conocida ‘¿Me llamabas, Rafaelillo’, de El gato montés (mejor ambos en esta última).
Hernández ya había cantado algunas partes no principales en el Liceu: aquí impresionó con una voz de buen caudal y color, más claro y bonito en el agudo que en el grave, aunque la afinación no fue siempre todo lo precisa que hubiera sido de desear. Cantó ‘Te quiero, morena’, de El trust de los tenorios, pero sobre todo sobresalió en sus solos posteriores, ‘De este apacible rincón de Madrid’, de Luisa Fernanda (que como se ve se llevó la parte del león) y en los bises, ‘La roca fría del Calvario’, de La dolorosa (presentado por el propio Domingo, que además de referirse emotivamente a su vinculación con el Liceu declaró que era esta una de las más bellas arias de zarzuela). En su dúo con Domingo estuvo bien, pero naturalmente palideció al lado de su compañero.
Los fragmentos sinfónicos fueron excelentes cuando se trató de momentos más íntimos o líricos (el ‘Intermedio’ de Goyescas, o la ‘Farruca’ de El sombrero de tres picos, notables ambos), y menos cuando se pedía entusiasmo: digamos que ahí Tebar pareció más de una vez desbocado en la dinámica, y sobre todo cuando se trataba de hacer sonar metales y percusión se obtenían efectos gruesos. Lo más flojo fue la primera pieza en absoluto: el famosísimo ‘Intermedio’ de La boda de Luis Alonso; y, mucho mejor, pero siempre con brocha gorda en los ‘forte’, el ‘preludio’ de El niño judío (una paráfrasis de ‘De España vengo’, su número más conocido). Aunque en el escenario estaba la caja acústica tampoco consiguió siempre el equilibrio con los cantantes cuya voz más de una vez costó oir. La orquesta estuvo muy bien en el aspecto técnico. Si no había localidades agotadas (a mi alrededor faltaban unas cuantas) el público era numerosísimo y totalmente entregado.
Me queda una pregunta, quizá retórica: en un concierto de zarzuela, ¿tienen lugar este Granados, este De Falla e incluso este Arrieta?
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