Ópera y Teatro musical
¡Feliz cumple, Birgit!
Agustín Blanco Bazán
Con su inconfundible carona estampada sobre el nuevo billete de 500 coronas, Birgit Nilsson preside, como verdadero ícono nacional, las transacciones de muchos que nunca llegaron a escuchar su Isolda. Pero ¿qué duda cabe que se lo merece? La Nilsson nunca dejó de ser la niña de campo que al principio tuvo que interrumpir sus aprendizaje canoro para ordeñar vacas y cosechar papas. Y durante toda su carrera siempre encontró tiempo para volver a Suecia y deleitar a sus compatriotas, no sólo en funciones de ópera en Estocolmo y Gotemburgo, sino también con su risa estentórea y contagiosa, y su humor directo y malicioso, en programas de televisión y ferias de diversiones. Hasta terminó muriendo en la granja donde creció, y si vamos a creerle sus propias palabras, los últimos que la escucharon cantar fueron los gatos que llamaba a comer con su grito de walkiria.
El 17 de mayo pasado la Opera de Gotemburgo convocó a siete sopranos suecas a evocar los grandes roles de Birgit Nilsson, precisamente el día en que hubiera cumplido cien años. Maestro de ceremonias fue el dramaturgo de la casa, Göran Gademan. Kjell Ingebretsen, uno de los pocos directores vivientes que trabajó con Nilsson, dirigió los excelentes orquesta y coro de una casa siempre en deuda con la homenajeada, que jugó un rol tan decisivo en la promoción de la espléndida sala que abrió como hada madrina en 1994. ¡Y allí estaba, también en esta oportunidad, presidiendo todo el concierto con enormes fotos de cada uno de sus roles proyectadas en el ciclorama, y cantados por sus más distinguidas compatriotas! Nina Stemme, recipiente del premio 2018 de la Fundación Birgit Nilsson, conmovió con la muerte de amor de Isolda, un rol con el cual tal vez llegue al número de 208 funciones de la homenajeada. Katarina Dalayman se encargó de la inmolación de Brünhilde, e Irene Theorin cantó y bailó el primer monólogo y danza ritual de Elektra. Pero fueron las menos conocidas las que ayudaron a comprobar que las famosas no son un fenómeno nacional aislado sino una consecuencia de la excepcional reserva de buenas sopranos que permite a Suecia satisfacer todas sus necesidades en los roles más dramáticos de esta cuerda, sin tener que recurrir a las fatídicas “cantantes internacionales”, esas que cobran millones y ensayan poco.
Luego de una apertura festiva irremediablemente dedicada a la entrada de los invitados de Tannhäuser, Annalena Person se presentó como una Lady Macbeth con velita y todo para cantar “una macchia e qui tutora” con formidable apoyo y facilidad en el agudo final, y Christina Nilsson, todavía una veinteañera, cantó un “Ritorna vincitor” con un volumen y una calidez de timbre normalmente apreciable en sopranos veinte años mayores. Similar combinación de juventud y frondosidad vocal fueron exhibidas por Annlouice Löglund en “In questa reggia".
Y finalmente, Salomé. El maestro de ceremonias recordó que para una gala Rudolf Bing había ofrecido a Nilsson una cabeza que esta había rechazado diciendo que tenía buena imaginación. De cualquier manera Elisabeth Strid afirmó su derecho a la cabeza del que besó apasionadamente. Sólo que, fuimos advertidos con un humor que hubiera acompañado una carcajada de la Nilsson , era una cabeza que correspondía a una producción de Macbeth. De cualquier manera, la Strid se descubrió como una soprano formidable ¡qué soprano formidable por el color plateado de su voz y una lacerante claridad de su fraseo!
Al final de este jolgorio tan similar a la Nilsson en su mezcla de humor y calidad, las siete damas, más una adicional, Matilda Paulsson, reaparecieron, con ojos maquillados “a la Nilsson” para interpretar una vibrante cabalgata de las walkirias.
¿Es factible asociar el gran número de cantantes suecas para los roles operísticos más pesados con una tradición escandinava, ya perceptible en el folklore de un canto naturalmente estentóreo? Recordemos que la misma Nilsson, quien nunca tuvo una formación académica, cuenta de su tendencia a expandirse en canciones populares ya desde niña. Stephen Landridge, director artístico de la Ópera de Gotemburgo reconoce que tal vez hay una forma de cantar telúrica que abre la vía para una oferta más que suficiente de buenas sopranos, pero advierte que no ocurre lo mismo con cantantes masculinos: “Es muy difícil encontrar buenos tenores. Por ello es importante persuadir a los adolescentes para que sigan cantando luego de haber quebrado la voz. En nuestro caso tratamos de promocionar los coros juveniles.” Es de esperar que esta tarea de promoción haya dado resultados suficientes para celebrar con una constelación de buenos tenores el cumpleaños centenario de Nicolai Gedda en el 2025.
Pero estos caballeros en cierne se necesitan también para una tarea más urgente, a saber, el primer ciclo del Anillo del Nibelungo que bajo la dirección escénica del mismo Langridge la Ópera de Gotemburgo comenzará a montar el próximo noviembre con El oro del Rhin. Langridge: “Una idea central de este Anillo reside en el imperativo ecológico de preservar la naturaleza frente a los peligros que la amenazan. Este es un tema hoy más acuciante que nunca". También será un Anillo de ensemble con cantantes de la región “que nuestro público conoce y le gusta ver en diferentes espectáculos".
Y los espectáculos son tan diferentes como para mantener el teatro abierto con un cuerpo de ballet de reconocida calidad y también comedias musicales. Alternando con el homenaje a Nilsson, y Monstruos y Laberintos, la nueva ópera de Jonathan Dove, muchas noches se financiarán solas gracias a la puesta en escena diferente de la original de El fantasma de la ópera. Y luego del Oro del Rhin habrá lugar para unas cuantas representaciones de El Jorobado de Notre Dame (no la ópera sino el musical). Este tipo de vitalidad teatral hace acordar a las épocas en que el Covent Garden incluía junto a actuaciones de Kirsten Flagstad pantomimas de Caperucita Roja. Tal vez la buena ópera no tiene por qué vivir en esos mal llamados “templos de arte” que tanto engañan a los platudos y los cursis haciéndoles creer que son elite.
Junto a un libro en sueco con fotos de la diva de las 500 coronas, la Nilssonmania publicitada en Gotemburgo como un verdadero acontecimiento nacional incluye la enorme colección de CDs con grabaciones en vivo y la reimpresión en inglés de su autobiografía, esa que cuando salió en sueco ganó un premio como publicación humorística. Alli La Nilsson comienza por advertirnos que su progresiva senilidad le da una buena excusa para su limitada habilidad de criticarse a si misma. Pero ya a partir de allí no deja de reírse, de ella y de muchos de sus grandes colegas, esos que aficionados a la ópera siguen como si se tratara de estrellas del futbol o santos del sobreagudo. Porque si algo sugiere esta autobiografía es que el arte y la vida nunca deben tomarse tan seriamente como para no poder reírnos de nosotros mismos.
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