Francia
Un tono uniforme
Jorge Binaghi

Al parecer hacía doce años que no veía yo la obra más conocida (y considerada la mejor, aunque a mí me lo parezca Jovanchina) de Mussorgski. Me cuesta creerlo. Y para colmo vuelve a ser el llamado ‘Ur-Boris’, con exclusión del acto polaco y la escena de la foresta de Kromi, además de la supresión de las canciones populares de la nodriza y Feodor y el lamento de Xenia en el acto segundo. Que expliquen lo que quieran, pero si bien esta versión había que conocerla (y en eso Gergiev ha sido pionero), tanta ‘unanimidad’ me huele a tratar de vérselas con una versión más corta, y, de paso, con tres cantantes más, y de importancia. Por suerte aún pude ver a la gran Borodina como Marina en Salzburgo, y dirigida por Gergiev. También me gustaría volver a escuchar alguna vez la orquestación de Rimski Korsakov aunque hoy sea políticamente incorrecto decirlo. Y el caso es que este Boris sin interrupciones, por más centrado que esté en la figura del zar, resulta extrañamente más fragmentario, y no diré monótono, pero sí de un tono uniforme que no creo que le haga justicia.
La nueva producción de van Hove no fue ni buena ni mala porque casi no fue: una escalinata, algunas sillas y otros elementos escasos, muchas proyecciones de videos, una corona. Por lo menos no agobia. La ‘intemporalidad’ se da con los trajes modernos (el coro tiene alguna variedad mayor -por los signos de pobreza- pero también es una masa de la cual sólo de vez en cuando se destaca alguien). El inocente parece casi un Cristo, con sólo un taparrabos blanco. Ni siquiera Pimen o los personajes ‘rústicos’ (Varlaam, Missail) o la posadera (que más bien parece otra cosa) ni los hijos de Boris o la nodriza se distinguen mayormente. No hacía falta explicar el asesinato de Dimitri ni hacerlo reaparecer en una especie de multiplicación para aterrorizar al zar y acompañar a Pimen en su escena final. Las leyendas sobre el trascurso de los años ayudan, pero hasta ahora nos habíamos arreglado sin ellas. Algún crítico local calificó de ‘gélida’ a esta puesta en escena. No sé si es lo más correcto, pero es cierto que uno asiste totalmente impávido a lo que ve, y sentirse tal vez más atraído por los relatos de Pimen que por los tormentos del zar o del inocente o por la actitud del pueblo (aquí se subraya mucho -tal vez por la frecuentación que van Hove tiene con el teatro de Shakespeare- su doble lenguaje: adulan, piden, y entre dientes critican) sin que se les acabe de creer a ninguno. A lo mejor es una estrategia, pero la falta de empatía es grande.
Lo que sí debo decir es que al ver luego las fotos me parecieron mejores que lo que había visto en teatro.
Por fortuna la dirección de Jurowski fue excelente (no excelsa, quizá): muy ‘objetiva’, no siempre expansiva (en eso estuvo de acuerdo con el espectáculo), pero adecuadamente severa y áspera para esta versión. La orquesta le respondió espléndidamente. Pero lo que hay que volver a señalar es la magnificencia del coro gracias a la dirección de Basso. También son buenos actores.
El reparto no ofrecía puntos débiles, salvo por el poco volumen de Paster o de Maievskaia (de voz tan híbrida que podría haber pasado por un niño cantor), lo que fue una pena, en especial en el caso del primero: Chuiski es un personaje importante, y su típica ambigüedad aquí estaba bien marcada.
El principal problema es que, ignoro por qué, Abdrazakov, que impresionaba como el Atila verdiano, y que aquí habría debido estar más en su elemento, no resultó carismático en absoluto. Cantó y actuó muy bien, pero sin sobresalir. Incluso cedió ante el Pimen glacial de Anger, en magnífico estado vocal. El Grigori de Golovnin fue bueno, pero con la extensión del papel en esta versión uno se queda sin saber si podría con la parte extendida. Bueno el Inocente de Efimov, como el Varlaam de Nikitin. De las mujeres destacó Manistina para quien el papel de la posadera pareció poco, pero en cambio fue la primera vez que no le oí engolamientos. De los demás, correctos, destacó el Chelkalov de Boris Pinkhasovich.
Mucho público y buen éxito.
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