Italia

El llanto del alma

Jorge Binaghi
jueves, 28 de junio de 2018
Don Carlo según Brockhaus © Rocco Casaluci, 2018 Don Carlo según Brockhaus © Rocco Casaluci, 2018
Bolonia, jueves, 14 de junio de 2018. Teatro Comunale. Don Carlo (París, 11 de marzo de 1867, versión revisada para el Teatro alla Scala de Milán, de 1884), libreto de J.P. Méry y Camille Du Locle, traducción italiana de A. de Lauzière-Thémines y A. Zanardini), música de G. Verdi. Puesta en escena: Henning Brockhaus. Escenografía: Nicola Rubertelli. Vestuario: Giancarlo Colis. Coreografía: Valentina Escobar. Intérpretes: Roberto Aronica (Carlo), Dmitri Beloselsky (Filippo), María José Siri/Luisa Tambaro (Elisabetta), Veronica Simeoni (Eboli), Luca Salsi (Rodrigo), Luiz-Ottavio Faria (il Grande Inquisitore), Luca Tittoto (Un frate/Carlo V) y otros. Orquesta y coro del Teatro (maestro de coro: Andrea Faidutti). Dirección de orquesta: Michele Mariotti
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Tenía varios títulos posibles. Al final me he decidido por este, cita del texto en el último acto (Elisabetta), porque creo que es más inclusivo de este monumento operístico que la otra cita posible (‘La muerte, un porvenir fecundo’, Filippo, acto 1). Y lo primero que se me ocurrió, lamentablemente, fue ‘Los novios de la muerte’ que descarté de inmediato por no sugerir una asociación entre Verdi, Schiller y el género lírico y una canción impresentable cantada por impresentables.

En cualquier caso la muerte rondaba ya en las notas iniciales del preludio de la ‘versión reducida’ (Verdi, teniendo que hacer de necesidad virtud, consideraba que tenía ‘más concisión y más nervio’, como cita Giorgio Pestelli en su nota sobre las versiones de la ópera en el programa de mano). Mariotti será joven, pero es ya un director completo, y si ‘nació’ con Rossini y luego ha seguido con el belcanto y los primeros verdis ya se ha medido con un título como La forza del destino en Amsterdam (ver crítica). Esta de ahora es una de las óperas más complejas de Verdi y necesita de mano firme pero flexible, y Mariotti ha demostrado tenerla, con muchos matices (‘Sotto i folti immensi abeti’, el coro de las mujeres en el cuadro segundo del acto primero puede parecer trivial, pero con un maestro que se ha metido en el espíritu y no sólo en la letra de la partitura puede deparar sorpresas, aunque las pobres artistas del coro deban ejecutar algo así como la danza de las sombrillas y hagan más pensar en Luisa Fernanda, con todos mis respetos por tan bella obra). Acompañó con atención, cuidó a los cantantes sin renunciar a los derechos expresivos de la orquesta, y no digamos ya lo que consiguió con las introducciones de los actos tercero y cuarto, el gran trío del segundo o el final de este mismo acto, con una orquesta cumplidísima y el excelente coro preparado por Faidutti (ver a ambos directores  y cuerpos, con otros solistas evidentemente, en un ensayo general de La italiana en Argel rossiniana dos días después -obertura y acto segundo- era como para frotarse los ojos y, de ser posible, los oídos, tan distintos, chispeantes e igualmente idiomáticos resultaban).

Frente a esto ni habría que gastar tiempo en hablar de la nueva producción, que el primer día fue recibida con desaprobación. No sólo es fea en muchos aspectos, sino que pretende ser sobreabundantemente explicativa y contarnos todo y más a fin de que entendamos, presenta un auto de fe entre lo pobre y lo caricaturesco, clava en su trono al Inquisidor desde el principio al final con sólo alguna escena de descanso -me parece que el poder de la Iglesia sobre el poder temporal está clarísimo y además estoy bien seguro de que Verdi hacía aparecer por primera vez a un personaje cuando le parecía oportuno…y las notas siniestras que acompañan la verdadera entrada del siniestro personaje -ciego no sólo por un problema físico- son todo un mundo y valen como cualesquiera de los grandes retratos de estos sujetos hechos en la época en que se supone sucede la ópera. Se amontonan algunas comparsas sin sentido, y los personajes resultan más o menos estereotipados. 

Sólo la garra artística de Simeoni, pese a su Éboli rubia y mujer fatal del cine de Hollywood, le hace dar un retrato completo de la princesa, no sólo orgullo y despecho sino profundo amor no correspondido, y el adulterio con el rey tiene mucho más que el sabor de la venganza. Vocalmente en estado óptimo y con una capacidad para acentuar las frases donde corresponde (no olvidaré fácilmente su ‘commesso’ de confensión a la reina) recibió la ovación de la noche tras su ‘O don fatale’, pero ya la canción del velo y el trío, además del cuarteto habían puesto de manifiesto sus grandes cualidades.

Aronica fue un excelente protagonista sin ahorrarse ningún agudo ni moderar el volumen y su Carlo fue el de un ‘spinto’ de la buena época anterior. Personalmente más de una vez me encontré pensando en Flaviano Labò. 

Salsi cantó su Posa con gran fuerza, pero también atendió a medias voces y trino, y dio lo que para mí ha sido su personificación más completa aunque el artista siga siendo genérico.

Beloselsky es una voz de bajo importante y cantó bien o muy bien. Su fraseo todavía no está a la altura de un gran Filippo y el personaje empezó a ser interesante a partir de su escena con el Inquisidor. 

Siri cantó los dos primeros actos y luego se retiró por indisposición de modo que no diré nada sobre su Elisabetta, que hasta entonces me había merecido las mismas consideraciones que otras actuaciones suyas. Tuvimos un largo intervalo mientras se buscaba a su sustituta, alumna aventajada de la Escuela de ópera del Comunale, y el debut precipitado de Tambaro en semejante papel puede considerarse feliz. Si estaba nerviosa no lo demostró. Hay algunos engolamientos en el grave y las medias voces fueron resueltas en forte -pero hasta en eso demuestra haber seguido la tradición de algunas notables intérpretes de los años treinta y cuarenta del pasado siglo- pero tiene buen material, buena articulación y un timbre adecuado para la parte.

Faria da bastante bien los graves terribles del Inquisidor (me resisto a llamarlo Gran), pero en el resto se observan carencias y tampoco su personaje va más allá del ‘tipo’. En el breve pero difícil papel del monje/emperador se lució (no actoralmente -alguien tendría que recordar que los personajes nobles o poderosos deben ser de paso lento y majestuoso) Tittoto. Los roles secundarios estuvieron bien cubiertos y tal vez haya que mencionar particularmente al conde de Lerma del tenor Massimiliano Brusco y a la voz celestial de Erika Tanaka: una vez más en ese final estremecedor del segundo acto Verdi consiguió dejarme clavado en la butaca.

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