Discos

El Santo que redimió a un compositor

Raúl González Arévalo
miércoles, 8 de agosto de 2018
Franceso Feo: San Francesco di Sales, Apostolo del Chablais, oratorio en dos partes (Bolonia 1734). Monica Piccinini (Angelo), Roberta Mameli (Eresia), Delphine Galou (San Francesco), Luca Tittoto (Inganno). Stuttgarter Kammerorchester. Fabio Biondi, primer violín y dirección. Dos CD (DDD) de 138 minutos de duración. Grabado en la Stiftskirche de Stuttgart (Alemania) en abril de 2017. GLOSSA GCD 923409. Distribuidor en España: Semele
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Santa Teresa de Calcuta o San Juan Pablo II son dos figuras católicas icónicas del siglo XX, recientes y aún presentes en la memoria colectiva de la sociedad occidental. Como Santa Teresa de Jesús, de la que todo el mundo conoce su famosa “Vivo sin vivir en mí...” (aunque no sepan que es de ella ni cómo continúa), la mística española tardíamente reconocida como Doctora de la Iglesia. ¿Se imaginan un oratorio sobre alguno de ellos? Pues es precisamente lo que hizo Francesco Feo, dedicar un oratorio estrenado en Bolonia (entonces territorio de los Estados Pontificios) en 1734 a San Francesco di Sales (o François de Sales, como se llamaba en realidad), escritor místico, obispo de Ginebra, fallecido en 1622 y santo reciente (1665). ¿Su milagro? Lograr la vuelta al catolicismo en la región suiza de Chablais de una parte importante de la población calvinista.

Francesco Feo es uno de esos compositores que uno suele leer en notas y ensayos musicológicos como gran exponente de la escuela napolitana, pero cuya música aún no suena (literalmente) ni en escena ni en disco. De ahí la importancia histórica, más allá del mérito artístico indudable del nuevo lanzamiento de Glossa. No hace mucho se había recuperado su Passio secundum Joannem (Passacaille 2010), un breve oratorio en latín de apenas una hora de duración. Este San Francesco de Sales, Apostolo del Chablais constituye sin duda un paso importante porque su magisterio del estilo napolitano es más evidente, a lo que no es ajeno un libreto en italiano. Su escala reducida, con apenas cuatro solistas para el protagonista, un ángel y dos personajes alegóricos (la herejía y el engaño) no debe confundir, pues sus dos partes se extienden a lo largo de dos horas y cuarto de música excelente. Feo confiere teatralidad a los recitativos, a pesar de que no hay acción verdadera y el texto refleja pensamientos e imágenes de la vida del protagonista, y revela imaginación para dotar de variedad expresiva y facilidad melódica a las arias de los personajes. No me atrevería a decir, como el incombustible Burney, que su música estaba a la altura de Handel y Bach (ahí es nada), pero desde luego merece tanto como la que se va conociendo de Leonardo Leo y Niccolò Jomelli, contemporáneos suyos cuyas óperas sí se han recuperado, en disco y en teatro. De Feo apenas se conocen algunas arias de su Andromaca rescatadas por Roberta Invernizzi en su recital dedicado a Domenico Gizzi (también en Glossa) y por Flavio Ferri-Benedetti en la grabación dedicada a Domenico Annibali (Pan Classics). Merecería la pena rescatarla íntegra, como Siface, re di Numidia, considerada su mejor ópera.

Como en otras ocasiones, Fabio Biondi ejerce de mago que se saca este precioso oratorio de la chistera, y con su varita mágica le insufla nueva vida. La lista de trabajos que han visto de nuevo la luz gracias a su interés y curiosidad, o se han interpretado bajo una nueva óptica, ya es apabullante. En esta ocasión no solo dirige, sino que además ejerce de primer violín, aunando su virtuosismo de intérprete con su visión de director. Los tiempos elegidos son vivaces, nunca apresurados, aunque lo suficientemente contrastados como para evitar la monotonía, con toda la dificultad que conlleva mantener la tensión dramática y musical en una obra de estas características. La orquesta de Stuttgart responde con exactitud en la interpretación, equilibrio y transparencia de planos sonoros y virtuosismo solista.

Biondi elige muy bien sus repartos y esta ocasión no es menos. Decía hace poco de Delphine Galou a propósito de su primer recital en solitario (Agitata, Alpha Classics) que “la mejor baza de la francesa es una voz de contralto que no abunda y que maneja con un buen dominio técnico. Pero la intérprete es más correcta que brillante en su sobriedad”. Precisamente lo que con otros personajes puede resultar un tanto soso, con un santo en un oratorio funciona a la perfección, pues la francesa confiere la necesaria nobleza de acentos y sobriedad de espíritu al protagonista de la obra. Por esto mismo los amantes de los fuegos artificiales propios de la escuela napolitana se sentirán más atraídos por el Ángel de Monica Piccinini, que presta pureza de tono, brillantez en el agudo y soltura en amplios pasajes de coloratura. El contraste con la otra soprano, Roberta Mameli (Herejía) está logrado gracias a un timbre más cobrizo y menos argentino, igual de ágil aunque menos exigida en este punto. Por último, Luca Tittoto, el bajo de moda en el repertorio barroco (Caldara, Handel) presta su voz un tanto clara pero siempre matizada al único papel masculino del oratorio. Los ávidos de descubrimientos quedarán satisfechos con esta redención del compositor gracias al santo.

 

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